Democracia y Política

El encanto de Donald Trump: El ego como ideología

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A continuación, ofrecemos la traducción castellana de la nota de David Brooks, aparecida en el New York Times, titulada «El Encanto de Donald Trump: El Ego como Ideología.»  Inmediatamente, ofrecemos la opción de lectura del texto original en inglés. 

América 2.1

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EL ENCANTO DE DONALD TRUMP: EL EGO COMO IDEOLOGÍA

Cuando los Estados Unidos están felices y en pleno crecimiento, el país es como una pista para velocistas. Como lo destacaba Robert H. Wiebe en su clásico libro “La sociedad segmentada”, cuando las cosas van bien, el país en su plena diversidad consiste en “innumerables senderos aislados donde los norteamericanos, individualmente o en grupos, se lanzan cual filas de corredores hacia sus metas.”

En tiempos de escasez y alienación, la imagen se cambia por la de unos carros de choque, “carros chocones”. Los diversos grupos sienten que sus senderos están bloqueados, y comienzan entonces a chocar entre sí. Las élites culturales empiezan a discutir con las élites financieras. Las clases medias-bajas se enfrentan a las clases pobres.

Hace varias décadas el sociólogo Jonathan Rieder estudió un vecindario de trabajadores blancos en Canarsie, Brooklyn. Allí, los vecinos eran hostiles con sus vecinos negros, más pobres, a quienes veían como una amenaza para su comunidad; y eran asimismo hostiles con las élites de Manhattan, porque consideraban que los habían traicionado.

Los actuales son tiempos de ansiedad económica y alienación política. Únicamente tres de cada diez norteamericanos piensan que sus puntos de vista están representados en Washington, de acuerdo a una encuesta CNN/ORC. La confianza en instituciones públicas como la escuela, los bancos o las iglesias está muy cerca de alcanzar bajos históricos, de acuerdo a Gallup. Sólo un 29 por ciento de ciudadanos cree que la nación va por la senda correcta, de acuerdo a Rasmussen.

Este clima hace mucho más difícil la labor para los candidatos del sistema que normalmente han dominado la política. Jeb Bush está nadando contra la corriente. Hillary Clinton puede ganar a punta de determinación, pero ella no es una candidata adecuada para el momento. Una figura con toda una biografía en el sistema, como Joe Biden, no tiene chance. Es un hombre maravilloso y un gran servidor público, pero él no debería candidatearse este año, para salvaguardar su reputación a largo plazo.

Por otra parte, los políticos modelo “carros-chocones” florecen. Bernie Sanders nada con la corriente. Es un político de convicciones, confortable con los conflictos de clase. Mucha gente de izquierda posee una generalizada y vaga ansia por el cambio sistémico indispensable o, al menos, por la ambientación del cambio radical.

Los tiempos son perfectos para Donald Trump. Es un “outsider”, un forastero, y ello atrae a los marginados. Es confrontacional, lo que gusta a los frustrados. Y, en un giro muy del siglo XXI, es un narcisista que piensa que puede resolver todos los problemas, lo cual es un imán para las personas que en tiempos difíciles no confían en su comprensión del entorno, y que anhelan líderes que parezcan que sí lo entienden.

El populismo de Trump es bastante común. Él se dirige a un individuo que, como Walter Lippmann indicara, “se siente como espectador sordo en la última fila…sabe que de alguna forma lo que sucede le afecta…[Pero] estos asuntos públicos de ninguna manera convincente son suyos. En su mayor parte son invisibles. Son manejados, si lo son, desde centros distantes, entre bastidores, por poderes anónimos….A la fría luz de la experiencia, él sabe que su soberanía es una ficción. Rey en teoría, pero de hecho no gobierna.”

Cuando Trump toca acordes populistas, él se dirige a la gente que siente esta invisibilidad. Hace un llamado a los miembros de la marginada clase media (como esas personas en Canarsie) que creen que ni los ricos ni los pobres deben jugar bajo las mismas reglas con las que ellos juegan. Trump busca atraer a las personas que están resentidas con los inmigrantes, porque estos últimos consiguen lo que supuestamente no merecen.

Pero la base de apoyo de Trump es extraña. Se desvía ligeramente hacia personas más seculares y menos educadas que el republicano promedio, pero él no consigue apoyos de algunos bloques distintivos. A diferencia de pasados populismos, su seguidor no es particularmente rural o urbano, basado en la etnia, o en la clase social. Trump atrae individuos, no grupos.

A diferencia de pasados populismos, su argumento principal no es que las élites son corruptas o alejadas de la realidad. Simplemente él afirma que son unos imbéciles. Su discurso de lanzamiento de la candidatura fue fascinante (y atractivo.) “¿Cuán estúpidos son nuestros líderes?” preguntó retóricamente. “Nuestro presidente no tiene idea de nada”, continuó. Sobre la clase dirigente afirmó: “son gente estúpida.”

En otras palabras, el asunto no es que nuestros problemas sean insolubles o incluso difíciles. No es que potencialmente seamos una nación declinante. El problema es que no tenemos una clase dirigente inteligente, competente, tenaz o exitosa, como lo es Donald Trump.

Medido en términos políticos convencionales, Trump no es ideológicamente consistente. Como señalara Peter Wehner, él ha asumido tantas posturas liberales que hace lucir a Susan Collins como si fuera Barry Goldwater (Nota del traductor: Susan Collins es una senadora por el estado de Maine, militante del ala moderada del partido Republicano; Barry Goldwater fue un político republicano ultraconservador, candidato a la presidencia, que fuera derrotado con amplitud por Lyndon Johnson en 1964). Pero su ideología es su ego, y en ello Trump es absolutamente consistente. En su mente, el mundo no se divide en derecha o izquierda, sino en ganadores o perdedores. La sociedad está conducida por perdedores, que menosprecian y desdeñan a los ganadores.

Nunca antes hemos experimentado tiempos de tanta alienación y tanta auto-estima privada enérgica pero frágil. Trump representa la confluencia perfecta de estas tendencias. Él no será presidente, pero no es una aberración. Trump está profundamente enraizado en las tendencias de nuestro tiempo.

 

Traducción: Marcos Villasmil

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Donald Trump’s Allure: Ego as Ideology

David Brooks

When America is growing and happy, the country is sort of like a sprinter’s track. As Robert H. Wiebe put it in his classic book “The Segmented Society,” when things were going well the diverse country comprised “countless isolated lanes where Americans, singly or in groups, dashed like rows of racers toward their goals.”

In times of scarcity and alienation, it’s more like bumper cars. Different groups feel their lanes are blocked, so they start crashing into one another. The cultural elites start feuding with the financial elites. The lower middle class starts feuding with the poor.

A few decades ago the sociologist Jonathan Rieder studied what was then the white working-class neighborhood of Canarsie, Brooklyn. People there were hostile both to their poorer black neighbors, who they felt threatened their community, and to the Manhattan elites, who they felt sold them out from above.

This climate makes it hard for the establishment candidates who normally dominate our politics. Jeb Bush is swimming upstream. Hillary Clinton may win through sheer determination, but she’s not a natural fit for this moment. A career establishment figure like Joe Biden doesn’t stand a chance. He’s a wonderful man and a great public servant, but he should not run for president this year, for the sake of his long-term reputation.

On the other hand, bumper-car politicians thrive. Bernie Sanders is swimming with the tide. He’s a conviction politician comfortable with class conflict. Many people on the left have a generalized, vague hunger for fundamental systemic change or at least the atmospherics of radical change.

The times are perfect for Donald Trump. He’s an outsider, which appeals to the alienated. He’s confrontational, which appeals to the frustrated. And, in a unique 21st-century wrinkle, he’s a narcissist who thinks he can solve every problem, which appeals to people who in challenging times don’t feel confident in their understanding of their surroundings and who crave leaders who seem to be.

Trump’s populism is pretty standard. He appeals to people who, as Walter Lippmann once put it, “feel rather like a deaf spectator in the back row. … He knows he is somehow affected by what is going on. … [But] these public affairs are in no convincing way his affairs. They are for the most part invisible. They are managed, if they are managed at all, at distant centers, from behind the scenes by unnamed powers. … In the cold light of experience, he knows that his sovereignty is a fiction. He reigns in theory, but in fact he does not govern.”

When Trump is striking populist chords, he appeals to people who experience this invisibility. He appeals to members of the alienated middle class (like those folks in Canarsie) who believe that neither the rich nor the poor have to play by the same rules they do. He appeals to people who are resentful of immigrants who get what they, allegedly, don’t deserve.

But Trump’s support base is weird. It skews slightly more secular and less educated than the average Republican, but he doesn’t draw from any distinctive blocs. Unlike past populisms he’s not especially rural or urban, ethnic based or class based. He draws people as individuals, not groups.

In other words, it’s not that our problems are unsolvable or even hard. It’s not that we’re potentially a nation in decline. The problem is that we don’t have a leadership class as smart, competent, tough and successful as Donald Trump.

Measured in standard political terms he is not ideologically consistent. As Peter Wehner pointed out, he’s taken so many liberal positions he makes Susan Collins look like Barry Goldwater. But ego is his ideology, and in this he is absolutely consistent. In the Trump mind the world is not divided into right and left. Instead there are winners and losers. Society is led by losers, who scorn and disrespect the people who are actually the winners.

Never before have we experienced a moment with so much public alienation and so much private, assertive and fragile self-esteem. Trump is the perfect confluence of these trends. He won’t be president, but he’s not an aberration. He is deeply rooted in the currents of our time.

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