Dos relatos inéditos en español de Antón Chéjov.

chejovLa editorial Páginas de Espuma se ha embarcado en el proyecto de ofrecernos, por primera vez en español, los cuentos completos de Chéjov en edición del especialista en literatura rusa y escritor Paul Viejo. El proyecto reúne los 600 cuentos que componen la narrativa breve del escritor, 240 sin editar en español, además de relatos inéditos e inacabados. Será la primera vez que los relatos se ordenan de forma cronológica (la abundancia de traducciones y antologías ha hecho que se repitan y confundan títulos y selecciones) y hacía falta este proyecto totalizante y clasificatorio. Tal y como explica el editor, Juan Casamayor, «la publicación se llevará a cabo en cuatro tomos de unas 1.200 páginas cada uno, a razón de uno al año (2013 a 2016)».

El primero de estos volúmenes, publicado en España el pasado 4 de diciembre de 2013, abarca los primeros cinco años de producción de Anton Chéjov (de 1880 a 1885) y contiene cuarenta cuentos inéditos.

El segundo tomo de la serie (1885-1886), que salió a la venta el 12 de noviembre de este año 2014, se centra en el Chéjov más juguetón y prolífico, y en sus casi 1200 páginas reúne un total de 165 cuentos, presentados en orden cronológico, desde el más extenso del autor “Un drama de caza” hasta “Torturas de Año Nuevo”, que abrirá el siguiente volumen.

El tercer volumen contendrá sus clásicos y el cuarto y último supondrá la manifestación plena de su talento. Un proyecto ambicioso que se completa con numerosas notas, índices, tablas y apéndices bibliográficos y que reúne en sus páginas, a modo de homenaje, a los mejores traductores de distintas generaciones de Chéjov en español. Una joya de lectura que alivia en los días inciertos. Porque, como asegura Paul Viejo, «basta una ilusión como “Flores tardía” para salvarnos».

«Los relatos de Chéjov tienen un tono sincero, natural, racional, moderno; han sido calificados de modestos, delicados, grises. En realidad, son salvajes y extraños, arcaicos y de colores brillantes.» Janet Malcolm.

A continuación ofrecemos dos relatos que se traducen por primera vez al español: «La ciudad más grande» y «El grajo», incluidos en el segundo volumen de la serie Cuentos completos [1885-1886].

«La ciudad más grande»

En la memoria de los habitantes de la ciudad de Tim, en la provincia de Kursk, se conserva, para su vanidad, la leyenda siguiente.

En una ocasión, complicados azares llevaron a un corresponsal inglés hasta la ciudad de Tim. Llegó de paso.

¿Qué ciudad es esta? –le preguntó al conductor al llegar a una calle.

– ¡Tim! –respondió el conductor mientras maniobraba cuidadosamente entre profundos charcos y baches.

Mientras esperaba a que el conductor saliera del barrizal, el inglés se sentó en el pescante y se quedó dormido. Cuando se despertó una hora después, contempló una gran plaza sucia, llena de puestos de mercado, cerdos y una torre.

– Y esta, ¿qué ciudad es? –preguntó.

Ti… ¡Tim! ¡Venga, condenado! –respondió el conductor, bajándose del carro y ayudando al caballo a salir de un socavón.

El corresponsal bostezó, cerró los ojos y se volvió a dormir. Cuando se despertó por culpa de una fuerte sacudida dos horas después, se frotó los ojos y vio una calle llena de pequeñas casas blancas. El conductor, hasta las rodillas de barro, tiraba de las riendas del caballo, luchando con todas sus fuerzas, mientras maldecía.

– Y esta, ¿qué ciudad es? –preguntó el inglés contemplando las casas.

– ¡Tim!

Cuando un poco más tarde ya estaba en el hotel, el corresponsal se sentó a escribir: «La ciudad más grande de Rusia no es Moscú ni Petersburgo, sino Tim».

«El grajo»

Llegaron volando los grajos, giraban a montones sobre los campos rusos. Elegí al más respetable de todos ellos y comencé a hablar con él. La mala suerte es que me tocó un grajo razonador y moralizante, así que la conversación resultó algo aburrida. Esto fue lo que conversamos:

Yo.– Dicen que ustedes los grajos viven mucho tiempo. Tanto a ustedes como a los lucios, los colocan los naturalistas como ejemplo de una longevidad extraordinaria. ¿Cuántos años tiene usted?

El grajo.–Trescientos setenta y seis años.

Yo. – ¡Oh! ¡De verdad! ¡Sí que habrás vivido! ¡A saber cuántos artículos hubiera escrito yo para La antigüedad rusa y El Mensaje de la Historia de ser tan mayor como usted! ¡Si yo viviera trescientos setenta y seis años no me imagino cuántos relatos, cuentos y escenitas hubiera escrito en ese tiempo! ¡Cuánto habría ganado! ¿Usted qué ha hecho en todo ese tiempo, grajo?

El grajo.–¡Absolutamente nada, señor! Únicamente bebí, comí, dormí y me multipliqué…

Yo. – ¡Debería darle vergüenza! ¡Me avergüenzo yo y me compadezco, pájaro estúpido! ¡Ha vivido trescientos setenta y seis años y es tan tonto como hace trescientos! ¡No ha progresado nada!

El grajo. – Pero no llega la inteligencia, señor, con la longevidad sino con la instrucción y educación. Mire usted el ejemplo de China… Más que yo ha vivido, y sigue siendo la misma indulgente que era hace mil años.

Yo (que continúo sorprendiéndome). – ¡Trescientos setenta y seis años! ¡Pero si eso es una eternidad! En tanto tiempo, yo habría intentado entrar en todas las facultades, me habría casado veinte veces, hubiera probado todas las carreras y empleos, a saber para qué cargo hubiese valido, y seguro que me habría muerto como uno de los Rothschild. ¿Pero no ve que un rublo en un banco, al cinco por ciento de intereses, se convertiría en un millón al cabo de doscientos ochenta y tres años? ¡Haga las cuentas! Si hace doscientos ochenta y tres años hubiera depositado usted un rublo en el banco, ¡ahora tendría un millón! ¡Eres tonto, tonto! ¿No te da pena y vergüenza ser tan tonto?

El grajo. – Ni lo más mínimo… Nosotros seremos tontos, pero sin embargo nos consuela que en cuatrocientos años de vida, hacemos bastantes menos tonterías que las que un hombre hace en cuarenta… ¡Sí, señor! Vivo desde hace trescientos setenta y seis años, pero no he visto ni una sola vez a los grajos peleándose entre ellos, matándose los unos a los otros, y en cambio ustedes no pueden recordar un solo año sin guerra… Entre nosotros no nos desplumamos, no nos difamamos, no nos hacemos chantajes, no escribimos malas novelas ni poemas, no publicamos periódicos sensacionalistas… He vivido trescientos setenta y seis años y no he visto que nuestras hembras engañen y ofendan a sus maridos. ¿Y ustedes, señor? Entre nosotros no hay sirvientes, ni aduladores, ni traidores, ni vendedores de Cristo…

Pero en ese momento, a mi interlocutor lo llamaron sus compañeros y, sin acabar su discurso, salió volando a través del campo.

Sitio oficial: Páginas de Espuma.
Fuente: ABC.es

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba