Dos semanas perdidas
El PP lleva, al menos, quince días desperdiciados en esta precampaña en la que las negociaciones con Vox les están impidiendo liderar la agenda de la conversación pública
El Partido Popular lleva quince días de precampaña perdidos por la mala gestión de las negociaciones con Vox en las distintas comunidades autónomas en las que les es imperativo llegar a acuerdos para poder formar Gobierno. Son dos semanas en las que la conversación pública ha quedado concentrada en asuntos que sólo pueden restar o, como mucho, generar una rentabilidad nula a los populares a pocas semanas de los comicios del 23J. Las elecciones de mayo se desarrollaron en un marco favorable procurado, en gran medida, por la torpe campaña electoral del PSOE y por la coincidencia de asuntos tan contrarios a los intereses de los socialistas como la inclusión de cuarenta y cuatro condenados por terrorismo en las listas de EH Bildu o los escándalos debidos a la compra de votos. El resultado de aquellas elecciones municipales y autonómicas crearon un estado de euforia que la falta de liderazgo del PP en su diálogo con Vox corre el riesgo de empezar a revertir.
La pérdida de control de la agenda pública comenzó el pasado 12 de junio, cuando Borja Sémper irrumpió en las negociaciones de la Comunidad Valenciana anunciando la línea roja que supondría la presencia de Carlos Flores entre los cargos de Gobierno a repartir. Aquella intervención precipitó una crisis que exigió resolver de forma inmediata las negociaciones en Valencia, dando lugar a un pacto que incorporó concesiones importantes por parte de los populares. Las negociaciones para investir a Mazón presidente se cerraron al día siguiente, pero generaron un ruido mediático que entorpeció la estrategia de Feijóo en un tiempo clave para apuntalar la crítica a Sánchez y, sobre todo, para exponer con claridad las líneas maestras de su programa de Gobierno. No fue el único error. Al poco de cerrarse el acuerdo en la Comunidad Valenciana y tras constituirse el día 17 los gobiernos municipales, las conversaciones en otros territorios dieron paso a una pluralidad de criterios que Elías Bendodo bautizó como «matemáticas de Estado». Lejos de existir una pauta única y estable, el Partido Popular mantuvo una postura titubeante en Baleares, Aragón y, sobre todo, en Extremadura.
El martes 20, María Guardiola pronunció un discurso maximalista en el que expuso sus distancias ideológicas irreconciliables con Vox, algo que orgánicamente podría condicionar las negociaciones en otros territorios. Poco antes, acababan de fracasar las negociaciones entre los de Abascal y los populares y el PSOE obtuvo la presidencia de la Cámara extremeña. Este tropiezo supuso un primer coste irreversible que parecía hacer inevitables las nuevas elecciones. Sémper y el propio Feijóo apoyaron a María Guardiola hasta que ayer, otra vez en lunes, tuvo lugar el enésimo giro de guion. La filtración del audio del principal asesor de María Guardiola, Martínez-Vares, y su consiguiente dimisión obligaron a la candidata a la Presidencia de Extremadura a cambiar de nuevo tanto el tono como el fondo en relación a Vox. Este nuevo criterio no podía resultar gratuito en quien pocos días antes había apelado a su palabra como patrimonio político esencial.
Le corresponde al presidente de los populares establecer una hoja de ruta fija y que resulte reconocible a su electorado. Mientras se esté hablando de las negociaciones del PP con Vox no se estará poniendo el foco en la gestión del Gobierno de Sánchez y en la erosión institucional de los últimos años. Un partido con vocación de Gobierno y con la experiencia del Partido Popular debería exhibir un liderazgo y un control de los tiempos mucho más firme que el que, hasta ahora, está siendo capaz de demostrar.