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«Drive My Car» (Conduce mi auto) te lleva a un lugar de profunda y poética belleza

"Drive My Car" ya ganó la Palma de Oro en Cannes a mejor guion, y el Globo de Oro a mejor filme en lengua extranjera

«Las grandes obras son así, y una de las maravillas de «Drive My Car» es la forma en que ilumina y refresca un viejo y robusto clásico, «Tío Vania», obteniendo parte de su propio poder, novedad y misterio del muy trabajado texto de Chéjov». 

A. O. Scott, The New York Times

 

 

 

 

Como sugiere el título de «Drive My Car» -la presentación oficial de Japón a los Oscar de este año-, gran parte de la película de tres horas de duración transcurre en el interior de un automóvil, en el que un hombre es transportado por una enigmática choferesa. Pero no se trata de un thriller psicológico claustrofóbico, de un solo escenario, como la magistral «Locke» (Steven Knight, 2013). Más bien, se siente tan extenso y vasto como el mundo entero.

 

Una pequeña parte de ello se debe a que ese hombre en el asiento de atrás, Yusuke (Hidetoshi Nishijima), es un actor y director de teatro renombrado por sus producciones experimentales que cuentan con un reparto internacional y multilingüe, actores que recitan sus diálogos en sus propias lenguas, con traducciones de supertítulos proyectadas encima del escenario. En el centro de la historia, Yusuke participa en un festival de teatro de Hiroshima, en el que dirige «Tío Vania» de Chéjov con un reparto políglota, en el cual destaca una actriz (Park Yoo-rim) que se comunica mediante el lenguaje de signos coreano. Su diálogo, en el escenario y fuera de él, es una especie de hermosa danza de manos, traducida por su marido Yoon-su (Jin Dae-Young), el dramaturgo coreano de la obra.

 

A su manera discreta, «Drive My Car» es una historia sobre escuchar o, en un sentido más amplio,  prestar atención, y nos invita a hacer lo mismo. Yusuke se pasa el tiempo en el coche escuchando una cinta de «Tío Vania» que su mujer Oto (Reika Kirishima) le hizo una vez cuando estaba memorizando sus líneas para el papel principal de esa obra. Ahora, como director de la misma, la joven taciturna Misaki (Toko Miura), que ha sido contratada para conducir el querido Saab rojo de Yusuke, le lleva de un lado a otro, del hotel al teatro, y escucha las formas en que la obra, como él dice, le «cuestionan».

 

Pero «Drive My Car» (que el director y coguionista Ryusuke Hamaguchi ha adaptado libremente de un relato corto de Haruki Murakami) no trata sólo de la posibilidad de escuchar, sino de la curación, y del poder transformador, aterrador y asombroso del arte.

 

Tanto Yusuke como Misaki están destrozados. Desde el primer acto de la película nos enteramos de que Oto ha muerto, y que antes había traicionado a su marido. Esta parte de la película se presenta como una especie de largo prólogo que levanta el telón de la acción principal, y los créditos iniciales no aparecen hasta casi los 45 minutos de la historia. Lo que sabemos de Oto, guionista de televisión, es que ella y Yusuke eran una especie de colaboradores creativos: Oto, después de hacer el amor, empezaba a recitar una historia en voz alta, como en un trance erótico, pero olvidaba sus detalles al día siguiente, hasta que Yusuke se los recordaba, e incluso los ampliaba.

 

Poder completar las historias de los demás es otro tema importante y potente del filme.

 

No conoceremos las heridas de la choferesa Misaki -incluida la notable cicatriz de su mejilla- hasta mucho más tarde, cuando la conductora y su pasajero descubran lo que comparten. Mientras tanto, continúan los ensayos de «Vania», una obra sobre un misántropo que aprende a perseverar a través del sufrimiento, y Yusuke elige a una estrella de la televisión llamada Koshi (Masaki Okada) para un papel principal para el que, en cierto modo, no es apto: Koshi es demasiado joven, y tiene una historia con la mujer de Yusuke -y un temperamento impulsivo- que va a molestar las aguas, personal y profesionalmente.

 

 

“Uncle Vanya” being performed in a scene from “Drive My Car.”

«Tío Vania», interpretado en «Drive My Car», con actores interpretando la obra en su lengua materna. Puede oírse japonés, mandarín, tagalog y el lenguaje de signos de Corea del Sur. El espectador teatral tiene una pantalla colocada encima del escenario, con los textos. 

 

 

Muchas cosas suceden, pero el director maneja la constelación de temas y la emoción arrolladora de la película con una seguridad impecable y un sentido poético a veces impresionante. Cuando Yoon-su le explica a Yusuke por qué el dramaturgo y su mujer se trasladaron a Japón desde Corea del Sur -donde ella se sentía más cómoda, lingüísticamente, y tenía una red de apoyo de personas que entendían su lenguaje de signos-, él dice: «Podría escucharla como a cien personas».

 

Park Yurim, here with Nishijima, delivers her monologue in Korean Sign Language.

En los momentos finales de «Vania», vemos a Park Yoo-rim (Sonya), usando lenguaje de signos surcoreano, en su diálogo con Vania (Yusuke), en un abrazo que es de los más hermosos de la historia del cine. 

 

En opinión de A.O. Scott (The New York Times):

 

«No es necesario conocer la obra para sentir la fuerza de la escena. Ni siquiera hay que leer los subtítulos. Una actriz coreana sorda, la extraordinaria Park Yoo-rim, es Sonya, y su monólogo final se pronuncia en lengua de signos coreana. Vania -en otras palabras, Yusuke, en otras palabras, Nishijima- está sentado en una mesa, y Sonya se inclina sobre él, con su cara flotando detrás y al lado de la de él mientras sus manos se deslizan y revolotean delante de sus ojos. Cuando un signo implica tocar una mejilla o hacer un gesto hacia la boca, el rostro de él se convierte en parte de su discurso, y sus palabras se convierten en caricias y suaves golpecitos contra su piel.

La sensación de dos personas unidas en una experiencia que supera el lenguaje y trasciende lo físico tiene un poder que rara vez he encontrado en el teatro o el cine. Esta intimidad se crea no eliminando el artificio, sino añadiendo más capas, creando un estado de comunión entre las dos formas de arte».

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En los papeles principales, los actores Nishijima y Miura encabezan un sólido reparto, mostrando una conexión que supera la gran diferencia de edad de sus personajes: Yusuke tiene más de 50 años y perdió a una hija por enfermedad hace muchos años, que si hubiera sobrevivido tendría 23 años, la edad de Misaki, la conductora.

 

Resulta trivial llamar a su extraño vínculo simplemente amor, porque, en el universo de «Drive My Car», se siente como algo mucho más grande y profundo. Llamémoslo confianza. Llamémoslo liberación. Llamémoslo perdón, tanto a uno mismo como a los demás, o una conexión forjada por el poder de la narración, que es algo que cada uno de nosotros, como público de la película, también experimentaremos.

 

Otro trailer:

 

 

Traducción: Marcos Villasmil

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NOTA ORIGINAL:

The Washington Post

‘Drive My Car’ takes you on a ride to a place of profound and poetic beauty

Michael O’Sullivan

As suggested by the title of “Drive My Car” — Japan’s official submission to this year’s Oscars — large parts of the three-hour film take place inside an automobile, in which a man is being chauffeured. But this is no claustrophobic, single-setting psychological thriller, like the masterfully car-bound Locke.” Rather, it feels as expansive as the whole world.

 

A small part of that is because that man in the back seat, Yusuke (Hidetoshi Nishijima), is an actor and theater director known for experimental productions that feature an international, multilingual cast, all of whom recite their dialogue in their own tongues, with supertitle translations projected above the stage. At the heart of the story, Yusuke is participating in a residency at a Hiroshima theater festival, in which he’s directing Chekhov’s “Uncle Vanya” with such a polyglot cast, one of whom (Park Yurim) communicates using Korean Sign Language. Her dialogue, onstage and off, is a kind of beautiful hand-dance, interpreted by her husband Yoon-su (Jin Daeyeon), the play’s Korean dramaturge, who notes that his wife isn’t deaf, but can hear.

 

In its quiet way, “Drive My Car” is a story about listening, or, in a larger sense, paying attention, and it invites you to do the same. Yusuke spends his time in the car listening to a tape of “Vanya” that his wife Oto (Reika Kirishima) once made for him when he was memorizing his lines for the title role in that play. Now, as the show’s director, being ferried back and forth from hotel to theater by the taciturn young woman named Misaki (Toko Miura) who has been hired to drive Yusuke’s beloved red Saab, Yusuke listens for ways in which the play, as he puts it, “questions” him.

 

But “Drive My Car” (which director and co-writer Ryusuke Hamaguchi has loosely adapted from a short story by Haruki Murakami) isn’t just about listening, but healing, and the transformative, terrifying, awesome power of art.

 

Both Yusuke and Misaki are broken. We learn, from the film’s first act, that Oto has died, and that she had betrayed her husband before that. This section of the film is presented as a kind of lengthy, curtain-raising prologue to the main action, and the opening credits don’t even appear until almost 45 minutes into the story. What we know about Oto, a TV writer, is that she and Yusuke were creative collaborators of a sort: Oto, after lovemaking, would begin reciting a story out loud, as if in an erotic trance, but would forget its details the next day, until Yusuke would remind her, and even expand upon them.

 

Finishing each other’s tales is another large, potent theme here.

 

We won’t learn about Misaki’s wounds — including the noticeable scar on her cheek — until much later, as the driver and her passenger discover what they share. Meanwhile, rehearsals for “Vanya,” a play about a misanthrope learning to persevere through suffering, continue, with Yusuke casting a TV star named Koshi (Masaki Okada) in a title role for which he is in some ways unfit: Koshi’s is too young, and he has a history with Yusuke’s wife — and an impulsive temper — that will trouble the waters, personally and professionally.

 

 

It feels trivializing to call their strange bond merely love, because, in “Drive My Car’s” universe, it feels like something so much bigger and deeper. Call it trust. Call it letting go. Call it forgiveness, of oneself, as well as others, Call it a connection forged by the power of storytelling, which is something that you, as the film’s audience, also will experience.

 

 

Michael O’Sullivan has covered the arts for The Washington Post since 1993, contributing reviews and features on film, fine art, theater and other forms of entertainment to Style and Weekend.

 

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