Economía: Las 5 piedras con las que Alberto no puede tropezar
Un programa integral, una macroeconomía sana, gasto público controlado y bajo endeudamiento.
Un breve repaso de los últimos ocho años muestra que Argentina produce hoy por habitante 11 puntos menos (lo mismo que en 2009) y acumuló más de 1000% de inflación (35% promedio anual). O sea, está entrampada en una riesgosa estanflación, donde obviamente no se crea empleo privado genuino, y con pobreza del orden del 40% (nunca abajo de 25%). Con todo, la sociedad sigue dividida, sinónimo de su frustración. Se siente, se respira que el país atrasa y desperdicia oportunidades. Además, bambolea respecto a donde nos queremos parar en el mundo.
El Presidente A. Fernández enfrenta la obligación histórica de tomar nota objetivamente del pasado. Esta obligación involucra también al Congreso Nacional (oficialismo y oposición), a toda la Justicia (encabezada por la Corte Suprema), a los gobiernos provinciales. A todos los sectores sociales. O sea, no repetir errores trasciende al Ejecutivo.
Aprender de esta historia, estrictamente desde lo económico, significaría que hay al menos cinco piedras con las que no debiéramos volver a tropezar. Sería imperdonable. Pero está claro que la probabilidad no es cero y está abierta.
Una de las piedras es no volver a subestimar la trascendencia de contar con un programa económico integral y consistente. Hecho a partir de un correcto diagnóstico y con los pies sobre la tierra. No hay sapiencia política, látigo de la autoridad o precisa definición de un rumbo exterior que sustituya la consistencia de un programa global. No hay la mejor gestión micro, ni acuerdo social que suplanten a un programa. Tampoco es una suma y amontonamiento de medidas. Integral no es eso.
Segunda piedra, descreer que una macroeconomía sana y estable sea el camino más directo y progresista para mejorar la situación de la gente. Los países más progresistas del mundo con independencia del color de camiseta de los gobiernos son macroeconómicamente estables. Sin estabilidad macro duradera, no hay espacio para el progreso ni para hablar en serio de mejoras y de distribución más equitativa. Por eso debe tenerse cuidado en no pasar rápidamente de ”derrumbar la inflación es facilísimo” a que “un poco de inflación no viene mal”. Los recientes problemas sociales en algunos países macro estables, con origen aun no del todo claro deberán ser discutidos y esclarecidos sin confundir una cosa con la otra. Está claro que al “derrame automático” de la estabilidad y crecimiento hay que “ayudarlos”. No es automático ni viene solo. Para eso está la política fiscal, para cobrar impuestos a los que más tienen y distribuir equitativamente. Pero con la catastrófica numerología señalada en el primer párrafo, aquí y ahora, se trata de una utopía. Hay que crecer sin inflación. No hay otra. Sino lo que se derrama es la pobreza.
Tercera piedra a no pisar, no tomar conciencia de que un nivel de gasto público infinanciable es tarde o temprano el preanuncio de un golpe inflacionario. Los excesos de gasto en la Argentina han ajustado históricamente licuándose con fogonazos de inflación. Cuanto más indexado esté el gasto público por ley peor, más severo y persistente será el derrotero inflacionario. En 2015 el gasto público consolidado estaba 16 puntos del PBI por encima del previo a los 2000 que ya costaba financiar genuinamente. El gradualismo 2016 – 2017 lo bajó un puntito y la licuación 2018 – 2019 otros cuatro. Sigue 11 puntos excedido.
Cuarta, no dilatar los desbalances fiscales con endeudamiento en los mercados ni con en el prestamista de última instancia BCRA (que hace años esta patrimonialmente en rojo). Ninguno de los dos endeudamientos termina bien. Los mercados prestan caro y en dólares, a la primera de cambio cortan el grifo y nos queda una deuda impagable. Será justamente piedra angular del nuevo gobierno un acuerdo con los acreedores y con el FMI que sea pagable por la Argentina con criterio medianoplacista, aceptable por los bonistas y convalidable por el Fondo. A su vez, el BCRA provee un financiamiento de patas cortas que con el tiempo decanta inevitablemente en devaluación e inflación. Nunca más debe usarse el “desendeudamiento” basado en la quiebra posterior del BCRA. Urge seguir acomodado los números fiscales: al menos consolidar el equilibrio primario. Por el lado de los intereses es prácticamente imposible no apelar a una quita.
Quinta piedra, no forzar deliberadamente como parte de un programa la pesificación de la economía. La moneda la elige la gente. Por un tiempo muy largo, hay que hacerse a la idea que el peso será sólo moneda de transacción, no de ahorro: se usará para ir al supermercado y la reserva de valor seguirá siendo el dólar. Solo la estabilidad económica lo recuperará. Y es el huevo o la gallina. Esto implica encontrarle una solución novedosa y viable al bimonetarismo argentino. En este último evento hemos visto que no solo el cambio del peso al dólar formal, sino un feroz atesoramiento récord fuera del sistema, trágico para el crédito. En el marco de este dilema de la moneda y una economía tan dolarizada, hay que definir el régimen cambiario. El mercado único, libre y flotante es el sistema que mejor funciona en el mundo, pero no en la Argentina. Al menos bajo determinadas condiciones. En el ínterin, no queda otra que lidiar con el mercado cambiario regulado o sería mejor segmentado. Conviene un régimen imperfecto que cuaje con nuestra realidad que el mejor régimen del mundo que nos queda grande.
Cada cambio de gobierno abre una ventana de esperanza, institucional, organizacional, económica y, fundamentalmente, para la gente. Como siempre habrá q darle la derecha y la confianza a quien recién asume. Ojalá esta vez no se la desaproveche.