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The Economist: Se deteriora la propaganda del gobierno venezolano

El presidente trata de lucir adorable. No funciona. 

Durante varias semanas de protestas casi diarias, los adversarios del régimen autoritario de Venezuela han encontrado diferentes maneras de expresar su ira. Se han llevado a cabo estridentes marchas con la bandera nacional  ondeando, una manifestación silenciosa y un plantón en las calles principales de Caracas. Al menos 29 personas han muerto desde marzo en los peores disturbios en tres años. Muchos de ellos fueron asesinados por bandas armadas que apoyan al gobierno, llamados colectivos. Las protestas persisten porque el gobierno ha hecho la vida insoportable: la escasez de alimentos y medicinas es aguda, la tasa de homicidios es quizá la más alta del mundo, y la democracia se ha extinguido.

Pero todo está bien en el mundo de Nicolás Maduro, el tan detestado presidente del país. Mientras que el caos envuelve las ciudades de Venezuela, su equipo de medios de comunicación ha tratado de humanizar el dictador con viñetas de videos que hacen hincapié en sus orígenes humildes y sencillos. En un video, publicado en su página de Facebook, él  habla entusiasmado sobre la inocencia de la infancia mientras posa con torpeza junto a un columpio en un parque infantil. En otro, admira un panorama de una Caracas aparentemente tranquila, desde la seguridad de una cabina de teleférico. A veces aparece al volante de un automóvil con su esposa, Cilia Flores, de aspecto sombrío y sentada junto a él; esta es una ocasión para recordar su pasado como conductor de autobús. 

El uso de los medios sociales es una adición al arsenal de información del chavismo, el movimiento de izquierda fundado por el fallecido Hugo Chávez y continuado con menos ímpetu por Maduro. Su arma principal era, y sigue siendo, el control estatal de la televisión, la que repite indefinidamente la ridícula afirmación de que Venezuela es víctima de una guerra económica. Las emisiones del presidente pueden durar tanto como una función doble de cine. Sin el carisma de Chávez, Maduro espera llegar a lucir tan adorable en sus videos (y en un programa de salsa en la radio).

Los venezolanos ya no caen en el engaño. Para muchos los videos son una falta de respeto. “Creo que en realidad disfruta al reírse de nosotros”, dice Daniel Torres, estudiante de ingeniería.

Los venezolanos están especialmente molestos por un video del presidente, en ropa deportiva, jugando a la pelota con Diosdado Cabello, el matón ex presidente de la Asamblea Nacional. “Un juego democrático, un juego constitucional”, afirma riéndose Cabello. Él ayudó a planear muchas de las agresiones del gobierno contra la democracia, incluyendo un intento fallido, en marzo, de transferir los poderes de la legislatura, ahora controlada por la oposición, a la Corte Suprema, que recibe órdenes del gobierno. “Estamos trabajando”, promete Maduro, mientras lanza la bola a su compañero en el desgobierno.

 

 

Para Alberto Barrera Tyszka, ensayista, el video prueba la “decadencia” del  chavismo. Las imágenes de unos políticos retozando y bien alimentados son un insulto a la “pobreza de los venezolanos”, la mayoría de los cuales han perdido peso en los últimos dos años. Uno de los clips de Maduro lo muestra conduciendo a través de un barrio pobre de Caracas para mostrar la alegría aparente de la gente. Una pared con las palabras “Maduro, asesino de estudiantes”, es claramente visible, pero no para el distraído presidente. Los chavistas fueron buenos en propaganda. Ahora no les sale nada bien.

Traducción: Marcos Villasmil

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NOTA ORIGINAL:

THE ECONOMIST

The declining quality of Venezuela’s propaganda

The president tries to come across as cuddly. It isn’t working

IN WEEKS of almost daily protests, opponents of Venezuela’s authoritarian regime have found different ways to express their anger. They have held raucous banner-waving marches, a silent demonstration and a sit-in on Caracas’s main roads. At least 29 people have died since March in the worst unrest in three years. Many of these were killed by armed gangs that support the government, called colectivos. The protests persist because the government has made life intolerable: shortages of food and medicine are acute, the murder rate is probably the world’s highest and democracy has been extinguished.

But all is well in the world of Nicolás Maduro, the country’s much-loathed president. While chaos engulfs Venezuela’s cities, his social-media team has been seeking to humanise the dictator with video vignettes that emphasise his homespun origins and simple wisdom. In one video, posted on his Facebook page, he rhapsodises on the innocence of childhood as he perches awkwardly on a playground swing. In another, he admires a panorama of an apparently tranquil Caracas from the safety of a cable-car gondola. Sometimes he takes to the wheel of his car with his wife, Cilia Flores, sitting glumly beside him; this is an occasion to reminisce about his early career as a bus driver.

The social-media stream is an addition to the information arsenal of chavismo, the leftist movement founded by the late Hugo Chávez and carried on with less elan by Mr Maduro. Its main weapon was, and remains, state control of television, which repeats endlessly the risible claim that Venezuela is a victim of an economic war. Broadcasts by the president can last as long as a double-feature. Lacking Chávez’s charisma, Mr Maduro hopes to come across as cuddly in his up-close-and-personal videos (and a salsa show on radio).

Venezuelans are not beguiled. The films show a falta de respeto (lack of respect), many say. “I think he actually enjoys laughing at us,” says Daniel Torres, an engineering student.

Venezuelans are especially annoyed by a video of the president, resplendent in a white tracksuit, playing catch with Diosdado Cabello, the thuggish former president of the national assembly. “A democratic game, a constitutional game,” sniggers Mr Cabello. He helped plan many of the government’s assaults on democracy, including a botched attempt in March to transfer the powers of the legislature, now controlled by the opposition, to the supreme court, which takes orders from the government. “We are working,” promises Mr Maduro, as he tosses the ball back to his partner in misrule.

For Alberto Barrera Tyszka, an essayist, the video shows the “decadence” of chavismo. The images of frolicking well-fed politicians are an insult to the “poverty of Venezuelans”, most of whom have lost weight over the past two years, he has written. One of Mr Maduro’s clips shows him driving through a poor neighbourhood of Caracas to show off the apparent cheerfulness of the locals. A wall scrawled with the words, “Maduro, murderer of students”, is clearly visible as he drives past, but not to the oblivious president. Chavistas used to be good at propaganda. Now they cannot even get that right.

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