Edgar Cherubini L.: Se necesitan estadistas para el renacimiento cultural
Un bien de primera necesidad es un producto o servicio que se considera esencial para la supervivencia de las personas. En ese sentido, no se debería tratar la cultura y sus manifestaciones artísticas como accesorios no indispensables para la recuperación económica como ha sucedido secularmente en muchos países en vías de desarrollo, ya que ambas son alimentos para el espíritu y la mente, necesarias para el ejercicio de la libertad.
En un momento de crisis como el que ha comenzado a padecer la economía mundial, es interesante evocar a Franklin Roosevelt y Winston Churchill, dos estadistas que estuvieron al frente de sus países en medio de dos pavorosas crisis vividas en occidente, como fueron la Gran Depresión (1929-1939) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), con devastadores efectos en todos los órdenes de la vida social. Sin embargo, la visión de Roosevelt contenida en el denominado New Deal (1932) para la reestructuración de la economía y hacer frente al empobrecimiento de millones de norteamericanos, incluyó la dimensión cultural en su plan de reconstrucción como un factor indispensable para el bienestar social.
La mayoría de los proyectos fueron ideados por su esposa Eleanor, ligada al mundo cultural y al mecenazgo. Al frente del Brain Trust, un think tank que reunió a intelectuales, pensadores, sociólogos y economistas, la mayoría de la Universidad de Columbia, Eleanor y su equipo se dedicaron a redactar las leyes y medidas económicas aconsejando al gobierno la necesidad de aplicarlas para sacar al país del colapso. La agencia encargada de aplicarlos recibió el nombre de Works Progress Administration (WPA), responsabilizándola de aplicar los programas culturales para el apoyo de las artes, el teatro, la música y un muy especial proyecto literario y periodístico denominado Federal Writers’ Project.
El periodista y escritor Saïd Mahrane (Le Point, 16/05/2020), escribe sobre la formidable aventura humana del proyecto, que dio nacimiento a inusitadas obras de literatura, teatro, música y fotografía, “Cerca de 7.000 autores fueron subvencionados. La idea no era solo proporcionar trabajo a unos intelectuales carentes de ingresos, sino invertir en un proyecto de educación popular dirigido a las multitudes con la finalidad de provocar un sentimiento de pertenencia a su país. Estos escritores subsidiados eran, como aparecían en los formularios de contratación: “mensajeros de buena voluntad”. Este programa fue acompañado de un vasto proyecto editorial, instalando imprentas en la mayoría de los estados. Solo basta recordar la monumental obra del escritor John Steinbeck “Las uvas de la ira”, dramática novela sobre la Gran Depresión, que le valió el Premio Nobel de Literatura.
No puedo dejar de mencionar a Dorothea Lange, quien fue subvencionada por el U.S. Government’s Farm Security Administration (FSA), para realizar uno de los más importantes reportajes fotográficos de realismo social en la historia de la fotografía moderna. Durante un año compartió las penurias y vivencias de las familias que emigraban desde California a otros estados de la Unión en busca de sustento. Una de las fotografías emblemáticas de ese período es la titulada Migrant Mother (1936), actualmente en la colección del MoMA en New York.
Otra de las obras nacidas de este proyecto fue un libro que alcanzó una proyección universal titulado “Elogiemos ahora a hombres famosos” (Let Us Now Praise Famous Men), sobre la vida de los cultivadores de algodón en el Sur de los Estados Unidos, un canto a la dignidad de los olvidados que se convirtió en un verdadero tratado sociológico, escrito por James Agee e ilustrado con las conmovedoras fotografías de Walker Evans. Los escritores y fotógrafos que recorrieron esa América empobrecida durante la depresión, no solo humanizaron la crisis, sino que con sus testimonios hicieron visibles las desigualdades sociales y étnicas que existían en ese momento. Esta encuesta colosal realizada por escritores, periodistas, fotógrafos, compañías de danza, directores de teatro y pintores, nutrió con sus resultados los proyectos de ayuda del Estado a los más necesitados.
Otro coloso político que apoyó la cultura en tiempos de crisis fue Wiston Churchill. En 1938, cuando los vientos de guerra amenazaban la supervivencia de Europa, exclamó en el parlamento: “Las artes son esenciales para cualquier vida nacional completa. El Estado se debe a sí mismo sostenerlas y alentarlas …Mal le va al país que no saluda a las artes con la reverencia que les corresponde”.
Habiendo entrado Inglaterra en la guerra, el director de la National Gallery, Kenneth Clark, sugirió enviar las colecciones de arte a Canadá. La respuesta de Churchill fue tajante, ordenando guardarlas en sótanos, “…Ninguna obra de arte saldrá de Inglaterra. Nosotros vamos a ganar la guerra”.
Pero hay otra frase atribuida a Churchill que ha desatado una investigación exhaustiva de sus biógrafos y que ha motivado a la International Churchill Society pronunciarse sobre lo genuino o no de su autoría. Lo cierto es que, cuando el Parlamento Británico le exigió a Churchill la necesidad de recortar los fondos para las artes con el fin de apoyar el descomunal esfuerzo que exigía la guerra, este respondió: “¿Entonces, para qué estamos luchando?”.