Editorial: Falso sería confiar en un régimen que miente y oculta información
Los medios independientes estamos obligados a afinar oídos, aguzar la visión, perder el miedo, desafiar y, por supuesto, tomarnos en serio el indispensable cultivo y protección de nuestras propias fuentes.
LA HABANA, Cuba. – ¿A inicios de 2019, cuántas personas sin vínculos directos con las altas esferas del régimen cubano hubiesen dado por cierto los rumores y comentarios sobre la pronta dolarización de la economía? Muy pocas, sin lugar a dudas. Ningún documento “oficial” se filtró aunque sí alguna boca se resistió a mantenerse cerrada. Siempre los periodistas y editores debemos dar gracias a esas “incontinencias verbales” de nuestras fuentes.
Pero si uno de esos periodistas a los que les basta con la versión “oficial” hubiera indagado al respecto, sin amigos a los que arrimar la oreja y apenas tocando “correctamente” a la puerta de una oficina o marcando al teléfono de “atención al cliente” ―por ejemplo, de algún directivo de TRD Caribe― nada sustancial hubiese conseguido sobre las abominables “tiendas en MLC” y, como consecuencia de su conformismo, habría calificado de falso cualquier trascendido anterior a su pesquisa.
Es cierto que el periodismo es uno solo a pesar de sus muchas variantes, pero resulta que Cuba, en cuanto a transparencia y acceso a la información, es una singularidad, desgraciadamente inspirada en el oscurantismo del Medioevo. En consecuencia, el periodista independiente, cuya actividad ha sido criminalizada por la dictadura, así como estigmatizado el medio para el que colabora, está irremediablemente obligado a cultivar con paciencia sus propias fuentes y a protegerlas, a no reducir el fact-checking a lo que fácil nos brindan las “fuentes oficiales” y, sobre todo, a pensar mal para acertar.
Pero no se trata de ser suspicaces para acusar de falsa una nota que difiere de nuestros hallazgos, sino para sumar información diversa sobre un tema y no para intentar restar credibilidad a medios que consideramos nuestros competidores en muchos aspectos pero, principalmente, por las fuentes a las que tienen acceso.
Se trata de tener siempre bien claro que hay un poder que miente, que oculta información, que manipula, que controla la totalidad de sus medios de prensa y hasta algunos que en apariencia le son ajenos, que gusta de las sorpresas “malas” en tiempos de penuria, pero detesta que le fastidiemos la diversión con nuestras revelaciones y denuncias. Con ellas también le recordamos a la cúpula del régimen que no manda un rebaño tan fuerte y unido como quiere proyectar ante el mundo.
Nuestro ejercicio periodístico y nuestra fe no debieran descansar exclusivamente en fantasear con el hallazgo de ese documento top secret que por su intensidad reveladora pondría en jaque a la dictadura. Tampoco nuestro concepto de la ética se debiera reducir a quedarnos a la espera de la luz verde de un “comunicado oficial”.
Un medio de prensa controlado por el Gobierno, la oficina de atención al público de una institución estatal y un funcionario que recita a pies juntillas el guion aprendido nos servirán como referencia, por supuesto que sí, pero jamás podrán convencernos de que un rumor en las calles de Cuba, un desliz provocado por los alcoholes, la ira, la frustración o la vanidad en exceso, es producto de la imaginación popular.
Por suerte para los que no gustamos de las sorpresas macabras del régimen cubano, en la prensa independiente hay suficientes reporteros que saben dónde, cómo, qué y a quién preguntar. Periodistas que hacen muy bien su tarea y que, además, sienten regocijo en “malearles la jugada” a quienes llevan más de medio siglo mintiendo.
Así, hubo más de un reportero y analista por aquí y por allá anticipándose a lo que habría de suceder muy pronto en una economía que se dolariza a velocidad supersónica. Incluso, cuando ya el rumor se volvió noticia y el ministro de Economía se rasgó las vestiduras en televisión asegurando que apenas serían 72 establecimientos en todo el país los que venderían en dólares, también casi al mismo tiempo se generó más de una nota periodística arrojando luz sobre los planes de un Gobierno que en menos de un año, silenciosamente, sobrepasó los 300 puntos de venta en MLC.
Hay más ejemplos de trascendidos que, repentinamente, se precipitan en verdad irrefutable ante nuestras narices.
A mediados de 2019 un artículo en The New York Times denunció cómo en 2017 los funcionarios de salud cubanos habían ocultado información sobre la presencia del virus del Zika en la Isla, probablemente para no afectar el arribo de turistas que, por el efecto del deshielo en las relaciones con los Estados Unidos, ese año resultó de los mejores al sobrepasar los 4 millones de visitantes extranjeros.
A pesar de las evidencias de que sí hubo malas intenciones en lo de ocultar la epidemia de Zika, no habrá modo de que algún funcionario en el Ministerio de Salud, bajo su nombre verdadero y responsabilidad, se digne a hacer público lo que ya no es posible negar después del escándalo provocado por la nota de The New York Times. Y jamás podremos obtener de ese funcionario temeroso algo que no sea la “versión oficial”, esa letanía que lo salva del castigo o el regaño, pero no la confirmación que lo hundiría para siempre.
La verdad profunda, el entramado complejo, la intención velada, traslúcida, en lo que se refiere a Cuba, lamentablemente es terreno exclusivo de lo “extraoficial”, de la habilidad de aquel o aquella que está o estuvo en el lugar y el momento adecuados, de la amplitud o parquedad de nuestro círculo de mejores amigos, de lo que trasciende por verdadera indiscreción o muy a propósito de algo y, en eso estamos claros, ningún periodista, ninguno, está libre de ser usado como mensajero del poder.
Porque el secretismo es práctica habitual de la dictadura, así como el “esconder la bola” y hasta de vez en cuando hacerla rodar para después, en dependencia de lo que decida quien en verdad decide, publicar el correspondiente desmentido o la “oportuna aclaración” en el periódico Granma, en una nota de protesta de la Cancillería, en la emisión estelar del NTV o en un tuit.
Lo vimos hacer durante y después del tornado que arrasó miles de viviendas en La Habana. Lo hicieron con el asunto del trabajo esclavo de las brigadas médicas cuando aún ninguna fuente había revelado documentos, y han continuado llamando mentirosos y fabricantes de fake news a los medios independientes que hacemos muy bien en no cejar con las denuncias y revelaciones. Es nuestro deber, nuestro compromiso con todos y para el bien de todos.
El régimen cubano está mintiendo ahora mismo con los salarios y los precios, con el manejo de la COVID-19 y las condiciones de precariedad en hospitales y centros de aislamiento. Mintieron e incumplieron promesas a los jóvenes artistas plantados frente al Ministerio de Cultura, y sus funcionarios, incluidos ministros y viceministros, se aliaron con la policía política para golpear, apresar, descalificar y censurar. Han difamado y tergiversado cuanto de auténtico y espontáneo es el Movimiento San Isidro y lo que a partir de ahí se ha generado.
Pero el de la dolarización es quizás el ejemplo más conocido, rotundo y reciente de por qué el periodista y sus editores, bajo un régimen tramposo como el cubano, no debería sentirse satisfecho con aquello que verifica exclusivamente en las “fuentes oficiales” o en los datos publicados por las instituciones del Gobierno. No es la prensa oficialista y el Partido Comunista quienes han de marcar nuestro ritmo de trabajo ni trazar y acomodar nuestros caminos en pos de la verdad.
Si en realidad buscamos ofrecer una información de utilidad a los lectores, pistas y señales que les sirvan para orientarse, estar alertas y sobrevivir en un contexto de caos económico, represión policial y empecinamientos ideológicos, estamos obligados a de vez en cuando romper una regla, afinar oídos, aguzar la visión, perder el miedo, desafiar y, por supuesto, tomarnos en serio el indispensable cultivo y protección de nuestras propias fuentes, porque falso sería confiar en un régimen que miente y oculta información.