Editorial: Putin entra en campaña
La mera sospecha de que Rusia pretende favorecer a Trump es motivo de preocupación
Por si no tuviéramos suficiente con las turbulencias desatadas por la designación de Donald Trump como candidato por el Partido Republicano, la campaña presidencial estadounidense se ve ahora sacudida por el hecho de que el FBI haya abierto una investigación para determinar hasta qué punto hay una mano oculta del Kremlin en la filtración de miles de correos electrónicos pertenecientes al Comité Nacional Demócrata (DNC, en sus siglas en inglés).
Los comprometedores correos, al revelar hasta qué punto el Comité faltó a su deber de neutralidad al apoyar a Hillary Clinton en detrimento de Bernie Sanders, han forzado la dimisión de su presidenta, la congresista Debbie Wasserman, y añadido dificultades a una campaña, la de Hillary Clinton, que no ha terminado de generar el entusiasmo esperado. Sin duda para los votantes de Sanders, que siempre han visto en Hillary Clinton a una candidata demasiado cercana al sistema, los correos son una pésima noticia que ha forzado al propio Sanders a emplearse a fondo en defensa de la designación de Hillary como candidata.
Más allá de los problemas y tensiones internos dentro del Partido Demócrata, lo que preocupa sobremanera son los indicios de una pista rusa detrás de esta filtración. Parece que Moscú adelanta, no sin razón, que una victoria de Trump tendría un impacto demoledor sobre la imagen internacional de EE UU y dañaría irremediablemente las relaciones con todos sus aliados, desde México hasta Europa pasando por Corea del Sur y Japón.
Aunque este tipo de operaciones de pirateo informático son muy difíciles de trazar, la mera sospecha de que aparatos del Estado ruso se hubieran fijado como objetivo intervenir para mejorar las oportunidades de Trump de llegar a la Casa Blanca debe ser motivo tanto de preocupación como de investigación a fondo. Y de exigir cuentas, si fuera el caso, a Moscú.