Editorial: Trump contra Europa
El próximo presidente estadounidense tensa las relaciones transatlánicas
No hay día que pase en el que no se añadan señales de que el mandato de Donald Trump va a someter las relaciones transatlánticas a una dura prueba. A las andanadas contra México y China, países a los que ha señalado como enemigos comerciales y amenazado con aranceles punitivos, el próximo presidente ha sumado ahora un duro ataque contra la Unión Europea y la OTAN.
A la primera la acusa de ser un proyecto fallido del que todos sus miembros deberían, en la estela de Reino Unido, querer marcharse. Y a la segunda la desprecia como una organización “obsoleta” cuyo tiempo ha pasado. Sostiene Trump que la Unión Europea nació con el objetivo de competir comercialmente con EE UU y promete que nada más tomar posesión ofrecerá a Reino Unido un acuerdo comercial preferencial. En ambos casos muestra un preocupante y peligroso desconocimiento tanto de la realidad europea como sobre los beneficios que para ambas partes ha tenido y tiene el compartir un espacio transatlántico abierto, seguro, libre y próspero.
Pero no solo preocupa la ignorancia de Trump —por mucho que quiera ayudar a la primera ministra británica, Theresa May, en su deseo de proceder a una rápida salida de la UE, Reino Unido no podrá firmar acuerdos comerciales con EE UU hasta que no complete su acuerdo de retirada, algo que podría demorarse hasta dos años—, sino que responsabilice a la UE, y a Alemania en particular, de haber provocado el Brexit inundando Reino Unido de refugiados sirios. Es una afirmación rigurosamente falsa. Londres decidió desde el principio de la crisis siria quedar al margen de la solidaridad y los principios europeos en esta materia.
De las invectivas a Angela Merkel por su política de asilo y refugio y la amenaza de imponer aranceles del 30%-35% al fabricante de automóviles alemán BMW si decide continuar con sus inversiones en la localidad mexicana de San Luis Potosí (donde Trump ya ha logrado que Ford retire una inversión de 1.600 millones de dólares), se desprende —junto con las loas a Vladímir Putin y la petición de levantamiento de sanciones a Rusia— un futuro muy poco halagüeño para Europa. Si a ello añadimos el anuncio de Trump de que inmediatamente después de su toma de posesión planea endurecer las condiciones de entrada en EE UU de los ciudadanos europeos, nos encontramos con una agenda transatlántica que muy pronto se llenará de fricciones y desavenencias.
Obama supo entender que una Europa unida servía mejor al interés de EE UU que una Europa dividida. Por eso pidió a los británicos que se quedaran en la UE y lucharan para perfeccionarla. Ahora tendremos en Washington un presidente que simpatiza con los eurófobos, alienta la división europea y alimenta la tensión transatlántica. Europa no puede seguir ignorando la evidencia, ni esperando que todo quede en nada. Debe expresar en voz alta su preocupación por la concepción del continente y el rumbo de las relaciones transatlánticas que dibuja Trump y hacer llegar a su Administración un mensaje nítido y rotundo sobre su determinación de actuar unida en defensa de los intereses de los europeos.