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Editorial: Un nuevo ocupante de la Casa Blanca para La Habana

Habría que recordar cómo el régimen cubano se permitió perder las oportunidades que le tendió la Administración Obama.

El  Gobierno cubano ha dejado claro esta semana que si un candidato demócrata gana las elecciones del año próximo en EEUU, las relaciones bilaterales podrían regresar al punto en que quedaron con el presidente Barack Obama.

Habría, sin embargo, que recordar cómo La Habana se permitió entonces perder las oportunidades que le tendía la Administración Obama.

Tanto Fidel como Raúl Castro (Miguel Díaz-Canel no cuenta, igual que no contaba Osvaldo Dorticós) han mostrado una incapacidad tenaz para crear una relación provechosa con EEUU a la manera en que, por citar un ejemplo, la establecieron sus homólogos vietnamitas hace décadas.

Vietnam goza hoy de una privilegiada relación económica y de todo tipo con EEUU, y cuenta con una economía rica, sin que las autoridades hayan prescindido de su régimen de partido único. Entre EEUU y Vietnam hubo una guerra como la que no  ocurrió en tierras cubanas, pero los dirigentes vietnamitas supieron dejarla atrás para construir riqueza nacional con la ayuda, precisamente, de sus antiguos enemigos.

Raúl Castro ha elegido no dejar la guerra atrás. En lugar de plantearse el más provechoso intercambio en diversos órdenes con EEUU, prefiere seguir hundiéndose en Venezuela y en sus compadreos del ALBA. No le interesa el bien de la población cubana ni el establecimiento de buenas relaciones con su vecino norteño, sino la persecución del sueño de influir y mandar en todo el continente.

Lo que el régimen cubano necesitaría en la Casa Blanca es más que un cambio de partido gobernante. Necesita una administración que le permita hacer por toda América Latina los mismos desmanes que comete dentro de Cuba desde hace más de medio siglo. Y es muy dudoso que el resultado de las elecciones estadounidenses (favorezcan al candidato que favorezcan) pueda cumplirle ese sueño a Raúl Castro.

 

 

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