Eduardo Aninat / La segunda transición: Alejandro Foxley
Parto por afirmar mi admiración por la obra, gestión y el libro resumen de la misma de don Alejandro Foxley. Sería largo enumerar las secciones donde su pensamiento actual refleja exactamente la coherencia de vida que el personaje tuvo durante toda su vida pública: dirigente, académico, ministro de Estado dos veces, senador, director de Cieplan.
Tuve el honor de servir tanto en el fundacional Ceplan como en Cieplan varios años y conocer la inspiración de pensamiento y acción que nos entregó como líder.
Hoy, como profesor, he determinado dar como lectura obligada a mis alumnos su nuevo libro La segunda transición. Es lectura recomendada para todo ciudadano que esté atento al devenir del país y a las agitadas aguas de la política partidista, parlamentaria y gremial de la coyuntura actual.
Coincidencias
Seré breve para no repetir las muchas concordancias.
Primero: su invitación a convivir mejor y a lograrlo a través del diálogo con todos. La invitación a proyectos comunes a la conversación y acción dirigidas al largo plazo, obviando y minimizando las actitudes que separan o polarizan. Como uno de los fundadores de la Concertación, Foxley estuvo siempre dispuesto a fomentar y privilegiar la política del diálogo intenso, de la apertura y de los acuerdos. Tuvo -como él mismo reconoce- el apoyo permanente de tres adalides del cambio en democracia: el Presidente Aylwin, el ministro e inspirador político Boeninger y el estratega Correa. Con dicho trío era difícil e improbable no apuntar al progreso de la causa. Aun así, Foxley fue quien vistió de buenas cifras y resultados al equipo de lujo que sirvió al país entre 1990 y 1993.
La otra tesis central del libro es que estamos en una segunda transición, según él ya iniciada, que se basa en los cambios y acuerdos requeridos para dar ahora el salto al desarrollo (en todos los planos), desde una incómoda posición de la “llamada trampa de los ingresos medios”.
Tres críticas para debatir
a.- El contexto histórico: percepción de actores ciudadanos.
Como él mismo reconoce , hubo en 1990-1993 un período muy especial y conveniente para la evolución del país, en base a las estrategias de cooperación que plantea Foxley. El dictador había sido derrotado primero en un plebiscito heroico y enseguida en el hermoso y epopéyico proceso electoral, donde Patricio Aylwin derrota magistralmente al candidato tecnócrata pro-continuidad. Se produce el destape de lo que había sido ocultado y manipulado durante la larga dictadura de Pinochet. Todo ello bajo la constatación de un modelo de desarrollo que aguas abajo tenía niveles de pobreza y desigualdad que las personas constataban todos los días. Estaban, pues, todos los ingredientes para la convergencia pacífica, para la reconstrucción democrática, para ir las grandes mayorías en apoyo y en pos de una estrategia cooperativa, inclusiva, de cambios graduales, y no aventurarse por el camino del conflicto abierto, la divergencia exacerbada, la rigidez y sectarismo de las ideologías puras.
Entonces, Aylwin y sus hombres fueron los visionarios que calzaban justo en la época, con ese espíritu ciudadano que aspiraba a la paz social y al desarrollo concertado.
La pregunta que tengo en torno al libro es: después de las distancias y polarizaciones, de los nuevos lenguajes conflictivos y populistas exacerbados que hemos vivido estos cinco años en Chile y que han atizado a los partidos, parlamentarios, actores sociales, buscando el modelo de un “legado heroico”, ¿estamos de verdad y de hecho -como postula el autor- en la segunda transición?
Me parece que esto habría que analizarlo mucho más a fondo. En mi opinión -que puedo errar-, el contexto social, las expectativas, el lenguaje de los actores que pululan en la polis en 2017, se aleja por considerable margen de la ambientación de contexto cooperativo de 1990. No se puede simplemente, sin más, extrapolar la historia del relato que nos ofrece Foxley para el buen periodo de los años 90, a contextos muy distintos -veleidoso- como son ya en el siglo XXI; en particular, todo lo que ocurre en la presente década.
b.- Sobre trampas y rigideces: algo más…
Existe un factor nuevo en la realidad de todas nuestras naciones, casi completamente exógeno a las mismas, pues viene enteramente de afuera y del cambio de siglo.
Creo que aunque Alejandro Foxley lo menciona por aquí y por allá sin darle debido énfasis, está el nuevo mundo científico-tecnológico como una realidad perpleja e invasora que está cambiando sideralmente el hábitat. Incluyendo, por cierto, los campos de factores del crecimiento, de los diseños y efectos de las políticas públicas, del hábitat urbano-rural, del rol crucial que alcanza el know how tecnológico, su difusibilidad. Basta comprobar cómo nos ha cambiado de manera maciza y diversa la conectividad país, para entender que hay una nueva fuerza dinámica que altera muchísimo la forma de comunicarnos y de dialogar.
Hoy nos vemos abocados, producto del múltiplo “internet por globalización” a una manera diferente de hacer comunicación y, por ende, también de hacer política…
Ello implica entrar a pronunciarnos sobre la dinámica de las cosas, los tiempos y alcances en el tiempo de los acuerdos. Ello va a alterar mucho las estrategias eficaces para informarse de las nuevas demandas ciudadanas, como de las herramientas precisas para comunicar ideas colaborativas y constructivas, perforando -esperamos- el ruido de la improvisación demagógica.
c.- Instituciones y valores humanos
Los interesados lectores de esta obra hemos reforzado nuestras convicciones -ex ante a su lectura- a favor del valor que el diálogo, la prudencia política, la apertura, la cooperación ofrecen como estrategia para progresar, con sustento a la democracia.
Los llamados que hace Foxley para eliminar la “retroexcavadora” y elevar la calidad de la política son pertinentes y bienvenidos.
Me parece que al enfoque dialogante y cooperativo -que incluso se atreve a contrastar con uno de First Best (abstracto)- el autor agrega como simbiosis el de gradualidad (ir paso por paso; más lento que apurado; etc.).
Las instituciones de una sociedad se fortalecen por vía de la cooperación. Sin embargo, todavía y por amplio espectro, subsisten límites humanos a la cooperación y al diálogo ad infinitum.
No basta con ser dialogante para temas valóricos centrales, como aborto libre, hipoteca al derecho de libertad de enseñanza, omisión o silencio ante represión a derechos humanos ciudadanos (en países de nuestro propio vecindario). Allí hay que anteponer ideas y principios con toda la fuerza del caso. Luchar por alterar las posiciones sectarias, de contrapartes extremas, polarizantes.
Estamos de acuerdo: hay que privilegiar tanto diálogo y colaboración como fuese viable; pero habrá que poner también por delante los límites que, para el humanismo y la dignidad sagrada de toda persona, representan postulados extremos, pasionales y hasta rencorosos.
Finalmente, no puedo dejar de reiterar, una vez más, que la obra reciente de Alejandro Foxley Rioseco merece ser leída, apreciada, difundida. En un país que está más bien seco de ideas nuevas y contributivas, este libro es para nosotros una lectura obligada.