Eduardo Manzano Moreno: «Es absurdo pretender juzgar la historia con los argumentos del presente»
El historiador Eduardo Manzano Moreno, experto en el estudio de Al-Ándalus, explica de modo ágil, ameno y erudito el devenir de nuestro país en el ensayo España diversa: Claves de una historia plural (ya va por la cuarta reimpresión en la editorial Crítica). En esta entrevista, el profesor de Investigación en el Instituto de Historia del CSIC repasa la importancia de las huellas árabe y judía, la llamada «Reconquista», el convulso siglo XIX, la polémica de «pedir perdón» por el pasado y, sobre todo, cómo España ha seguido cohesionada pese a tantas guerras civiles. El también investigador invitado en el St. John’s College de la Universidad de Oxford y profesor invitado en la Universidad de Chicago considera: “El hecho de que todos los reinos de la península, sin excepción, hayan sido baluartes del catolicismo más ortodoxo ha tenido más peso que las diferencias políticas y culturales a la hora de crear unos agravios intercomunitarios insalvables”.
Más aún: el libro pretende explicar que “la diversidad que sigue existiendo en la España del siglo XXI ni es un invento de los nacionalismos periféricos ni un fracaso del estado español. Es el resultado de una coexistencia de comunidades políticas y culturales a lo largo de siglos que vivían de espaldas las unas de las otras”.
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—Usted es medievalista, estudioso de Al-Ándalus y autor del reconocido ensayo Conquistadores, emires y califas (Crítica). ¿Por qué le interesó ese período?
—Cuando me planteé convertirme en historiador, Al-Ándalus era el patito feo de la historia medieval española. Simplemente, muchas cosas sobre este período no se entendían. ¿Cómo se había formado ese Al-Ándalus árabe e islámico tras la conquista del 711?, ¿qué motivó un cambio tan radical del cristianismo al islam?, ¿cómo se estructuraba la sociedad andalusí?, ¿en qué se basaba el esplendor literario, científico y artístico andalusí?, ¿por qué desapareció Al-Ándalus? Tuve la fortuna de vivir un momento de gran efervescencia en el que el trabajo de arabistas y arqueólogos estaba sacando a la luz nuevas fuentes, datos inéditos procedentes de excavaciones y enfoques muy novedosos. Además, hay que tener en cuenta que la conquista de Spania se produjo sólo ocho décadas después de la muerte del profeta Mahoma, lo que permitía conectar este tema con el del temprano islam, un problema apasionante sobre el que también se ha avanzado mucho en las últimas décadas.
—Esa parte de la Historia de España se la ha visto como una etapa algo «ajena» y a menudo analizada desde tópicos interesados políticamente. La palabra «Reconquista» puede delatar cierta animadversión.
«Por increíble que parezca, hay quien afirma que Al-Ándalus no forma parte de lo que llamamos Historia de España»
—Por increíble que parezca, hay quien afirma que Al-Ándalus no forma parte de lo que llamamos «Historia de España”, dado que se pretende identificar a ésta exclusivamente con unos supuestos valores occidentales procedentes de la tradición grecorromana pasada por el tamiz del cristianismo. Aparte de que esta tendencia ignora que el islam y la tradición árabe también recogieron y readaptaron el legado clásico, tirar por la borda el conocimiento sobre la época andalusí supone prescindir del conocimiento de una cultura muy presente en el mundo actual, una buena muestra de esa castiza cortedad de miras del nacionalismo español más rancio, tradicionalmente incapaz de ver más allá de sus propias narices.
—En este ensayo cuenta con detalle la historia del monasterio de las Huelgas de Burgos, que bien podría ser una metáfora del mestizaje o convivencia pacífica y más asentada de lo que nos parece hoy en la Edad Media con la cultura árabe. Capítulo que llega hasta Franco y las reuniones de Falange.
—El monasterio burgalés de las Huelgas es un buen ejemplo que muestra cómo la historiografía más conservadora ha secuestrado el pasado de este país. Fundado en 1187 por el rey de Castilla Alfonso VIII, el vencedor de la batalla de Las Navas de Tolosa, a los corifeos de la Falange el monasterio de las Huelgas les provocaba ensoñaciones patrióticas en las que se veían como nuevos caballeros cristianos que velaban allí sus armas. No en vano Franco convocó en ese monasterio reuniones del Consejo Nacional del Movimiento. Sin embargo, las Huelgas alberga uno de los programas decorativos de inspiración árabe más extraordinarios que se conocen en el mundo occidental, en el que inscripciones en esa lengua se mezclan con decoraciones de tradición islámica: un buen ejemplo que demuestra que no se puede entender la época medieval en términos de blanco y negro. A quienes se les llena la boca con las glorias de la Reconquista yo les recomendaría que se dieran una vuelta por este monasterio, o por el de Santa Clara en Tordesillas o por el Taller del Moro en Toledo y luego me contaran lo que piensan.
—La relación con los judíos fue larga y terminó siendo traumática (1492): si bien hubo recelos y bulos (asesinatos de niños, envenenamiento de aguas) también existió una convivencia fructífera, hubo conversiones (incluidos clérigos, como Julián de Toledo, obispo de esa ciudad)…
—La historia de los judíos en la península Ibérica es apasionante. Durante casi mil quinientos años, las comunidades judías conocieron épocas de gran crecimiento y esplendor, pero también persecuciones que implicaron conversiones en masa y crearon el llamado “problema converso”. Temas tan actuales como la expansión de bulos sobre asesinatos de niños, la discriminación por razón del origen o la manipulación de las emociones como forma de control social aparecen en multitud de episodios históricos relativos a los judíos e incluso encuentran expresión en muchas manifestaciones artísticas en época medieval.
—¿Cuánto hay de mito y de realidad en la Escuela de Traductores de Toledo como ejemplo de pacífica coexistencia, del saber compartido?
—Aunque el término “escuela de traductores” no es demasiado exacto, no hay duda de que en la Castilla de los siglos XII y XIII se realizaron gran número de traducciones del árabe al latín y al castellano de obras sobre muy distintos temas. Las grandes figuras intelectuales de la cristiandad de esa época conocían la profunda originalidad de los autores árabes, por lo que no es ninguna exageración el afirmar que esa lengua tenía en esa época un prestigio intelectual muy elevado.
—El subtítulo del libro, España diversa, es «Claves de una historia plural»: una de ellas, sostiene usted, es la cohesión que ha proporcionado la iglesia por encima de la diversidad política. Cito sus palabras: “El hecho de que todos los reinos de la península, sin excepción, hayan sido baluartes del catolicismo más ortodoxo ha tenido más peso que las diferencias políticas y culturales a la hora de crear unos agravios intercomunitarios insalvables” [pág. 318].
«La unidad religiosa conseguida tras la expulsión de musulmanes y judíos tuvo más peso que la unión política»
—La diversidad política que conformaba la monarquía hispana era algo asumido en los siglos XVI y XVII, dado que los Habsburgo no llegaron a formular un proyecto político unitario, debido a las dificultades que planteaba ese proyecto. Ante la ausencia de ese programa político, lo que definió a la monarquía hispana fue su carácter católico y su defensa de la ortodoxia religiosa. Esto es una de esas paradojas que pueblan la historia de este país: la unidad religiosa conseguida tras la expulsión de musulmanes y judíos tuvo más peso que la unión política, lo que se convirtió en una pesada herencia histórica que ha perdurado hasta épocas recientes.
—¿Cuáles serían las otras claves de esta España diversa? ¿Cómo España ha conseguido, pese a tantas guerras civiles y tantos avatares, seguir cohesionada?
—Creo que pueden darse varias razones. La primera es que las tendencias centrífugas han tenido siempre un carácter fundamentalmente político y no han sido producto de enfrentamientos entre comunidades. No es casual que la Guerra de Sucesión o las Guerras Carlistas —que desde el nacionalismo suelen interpretarse como manifestaciones tempranas de sus aspiraciones— tuvieran su origen en conflictos dinásticos en los que se dirimía quién debía ostentar la corona de España. En la España de época moderna se instauró un modus vivendi en el que cada territorio se ocupaba de sus propios asuntos sin ocuparse demasiado de los del vecino. Otra razón, que yo apenas toco en mi libro (pero que he visto que algunos historiadores están apuntando últimamente) radica en el hecho de que la España contemporánea ha sido, en última instancia, un estado posimperial, que ha mantenido una conciencia identitaria más fuerte de lo que tiende a pensarse. Finalmente, hay otra cuestión digna de ser objeto de estudio, y es la de la correlación de intereses entre las élites económicas centralistas y periféricas, un tema sobre el que creo que todavía hay mucho que conocer.
—Llama la atención que la Inquisición permaneciese vigente hasta bien entrado el siglo XIX, hasta 1834.
«La Inquisición aseguró la homogeneidad religiosa e ideológica del país durante siglos, lo que tuvo unos efectos devastadores para el desarrollo del libre pensamiento»
—A pesar de que últimamente ha habido intentos por relativizar el papel de la Inquisición, o incluso de blanquear sus actuaciones, lo cierto es que su larga vigencia sólo se explica por tratarse de un mecanismo de control social e ideológico que funcionaba con gran precisión. Cuando Felipe V llegó al trono de España le preguntó a su abuelo Luis XIV si debía suprimir este organismo, y el rey de Francia le aconsejó mantenerlo para consolidar su dominio. La Inquisición aseguró la homogeneidad religiosa e ideológica del país durante siglos, lo que tuvo unos efectos devastadores para el desarrollo del libre pensamiento y de la creatividad (dense una vuelta por cualquier museo, cuenten el número de escenas religiosas recogidas por la pintura española de los siglos XVI al XIX, y compárenlo con los cuadros que existen sobre temáticas profanas). Tras la desaparición de la Inquisición, la Iglesia se aseguró el control ideológico de la sociedad a través del monopolio del sistema educativo.
—La Inquisición fue una de las armas arrojadizas por parte de los enemigos de Felipe II en Europa, que bajo el paraguas de la Leyenda Negra tanto daño hizo a la España de entonces, además favorecidos por la irrupción de la imprenta. A su juicio, ¿cuánto hay de cierto y de invención en esa leyenda?
—La Leyenda Negra fue una de las primeras campañas de propaganda a gran escala realizadas en contra de un poder imperial. Para ello se utilizaron textos, pero también imágenes que se basaban tanto en hechos verídicos, similares a los que también practicaban quienes la atizaban, como otros claramente exagerados. Al igual que las guerras emprendidas por el imperio español, la batalla del relato también se perdió, por lo que es un poco absurdo que hoy en día exista un empeño por parte de algunos sectores en resucitarla para intentar ganarla.
—Frente a los empeños de la iglesia católica por mantener su supremacía llama la atención que, y cito sus palabras (página 469), “la diversidad religiosa se mantuvo durante siglos en Al-Ándalus, que heredó así la adaptabilidad tardoantigua a las sociedades multiculturales. Esta misma concepción se trasladó a los reinos cristianos, que durante buena parte de la Edad Media reconocieron la existencia de minorías religiosas en su seno”.
—La conquista árabe del 711 puso fin a la política de persecuciones contra la minoría judía durante las últimas décadas del reino visigodo. Bajo el dominio árabe esta comunidad, al igual que la cristiana, pudo seguir manteniendo su religión a cambio del pago de un tributo y con la restricción de no poder realizar sus cultos de manera pública o realizar labores de proselitismo. En los reinos cristianos medievales se aplicaron medidas similares con respecto a las minorías religiosas (en este caso judía y musulmana) de tal manera que, en este sentido, no se siguió la política emprendida por los reyes visigodos. Sólo a finales del siglo XIV comienzan a ponerse en marcha medidas cada vez más restrictivas que implicaron conversiones en masa forzadas y desembocaron en los decretos de expulsión de 1492 para los judíos, y de los moriscos en 1609.
—Amplíe o argumente esta conclusión suya, quizá la reflexión más relevante de su ensayo: “Mientras que a lo largo de la historia de España las diferencias religiosas han sido siempre objeto de medidas drásticas y de una represión inaudita, la diversidad social y cultural dentro de sus territorios no ha dado lugar a unos conflictos sociales insalvables”.
«A diferencia de otras zonas, como, por ejemplo, los Balcanes, en la península Ibérica han sido relativamente escasos los conflictos interterritoriales y los enfrentamientos intercomunitarios»
—A diferencia de otras zonas, como, por ejemplo, los Balcanes, en la península Ibérica han sido relativamente escasos los conflictos interterritoriales y los enfrentamientos intercomunitarios. Esto se debe a que las diferencias lingüísticas, culturales e incluso políticas no han creado unos agravios insalvables entre unos territorios cuyas fronteras, además, han estado bastante bien definidas desde la Edad Media. En épocas moderna y contemporánea los intentos realizados por políticos, administradores o militares de imponer una homogeneización política y cultural estaban motivados por el convencimiento de que esa era la mejor receta para solucionar los males que aquejaban al país. El fracaso de todos y cada uno de esos intentos, sin excepción, se debió al fuerte arraigo social de la diversidad.
—Compare este argumento, si es que se puede, con otros países.
—El ejemplo en el que siempre se han mirado las élites políticas españolas ha sido Francia, en donde la política de homogeneización política y cultural comenzó a ponerse en marcha desde el siglo XVII. Sin embargo, y por una de esas paradojas de la historia en el largo plazo, hoy en día asistimos a una creciente crisis de ese modelo ante los retos que plantea la diversidad del siglo XXI. Paradoja sobre paradoja, creo que estamos empezando a darnos cuenta de que lo que tradicionalmente se había entendido como un problema para España puede convertirse en una formidable oportunidad en nuestros días.
—El siglo XIX fue especialmente confuso: “Solo hasta 1881, el político liberal José Canalejas calculaba que se habían producido 81 pronunciamientos militares en España a lo largo de las décadas previas”. Amén de destierros, con lo que todo eso supone.
«Aunque hay muchos y excelentes trabajos de historia sobre esta época, el siglo XIX en España sigue siendo difícil de entender en su conjunto»
—Aunque hay muchos y excelentes trabajos de historia sobre esta época, el siglo XIX en España sigue siendo difícil de entender en su conjunto. Hace poco, la historiadora Isabel Burdiel se lamentaba de que, en general, es un período que suele atraer menos la atención que el siglo XX. Y sin embargo, durante el XIX pasan muchas cosas y muy dramáticas: la Guerra de la Independencia, la pérdida de las colonias americanas, las Guerras Carlistas, las luchas entre moderados y liberales, los golpes de estado, la desamortización, el comienzo de la revolución industrial en algunas zonas, la revolución de 1868, el aumento de la conflictividad social, etc. Curiosamente, a pesar de todas estas convulsiones, el país se transforma radicalmente a lo largo de esas décadas de una forma que no siempre se entiende bien. A veces uno tiene la sensación de que conocemos los fragmentos del mosaico, pero que nos falta la visión del gran conjunto.
—¿Los Episodios nacionales de Galdós pueden ayudar, realmente, a entender ese convulso y pendular siglo XIX?
—Sin duda. Como muchos de sus contemporáneos, Pérez Galdós intentó dar sentido a ese siglo, convencido de que muchos de los males que aquejaban al país en su época tenían su origen en ese tiempo. Aunque algo desiguales —mis preferidos son Trafalgar y El Terror de 1824— el gran novelista supo mezclar historias individuales ficticias con los grandes sucesos que marcaron el siglo. Pero conviene recordar siempre que, pese a todo, hoy tenemos más y mejores datos de los que pudo tener a su disposición el gran escritor.
—Guerras Carlistas: no son fáciles de entender por la mezcla de intereses que se defienden, los fueros, la libertad de culto, la ley sálica y las pretensiones de Carlos, hermano de Fernando VII… Intente aclararlo.
—Las Guerras Carlistas siempre desafían la interpretación histórica. Es muy difícil saber por qué muchos hombres y mujeres dieron sus vidas por unos ideales que iban en contra del progreso y de la estela de su época. No es fácil entenderlo. En el carlismo intervienen tantos elementos —la defensa de la religión, de los fueros, de las formas de vida tradicionales, de la economía basada en reglas distintas a la lógica capitalista…— que muchas veces queda la duda de saber si se trató de una resistencia emocional frente a la imposición de un nuevo orden o de una forma racional de rechazar los postulados del liberalismo doctrinario, que se veían como una amenaza opresiva.
—¿Cuál es el origen de la diversidad vasca? ¿Dónde nació el nacionalismo vasco, y por qué se perpetúa?
—La diversidad vasca tiene tres patas que se fueron conformando a lo largo del tiempo: la lengua, los ordenamientos jurídicos específicos de ese territorio y los modos de vida tradicionales existentes en las zonas rurales y costeras. Añádase a ello una fuerte implantación de la iglesia, muy adaptada a esa especificidad, algo que se demuestra en un hecho muy sorprendente, pero al que apenas se le suele prestar atención: los tres obispados vascos (Vitoria, Bilbao y San Sebastián) son de creación contemporánea —los últimos en época franquista— lo que, sin embargo, no impidió la existencia de una red eclesiástica muy consolidada que hizo siempre de la defensa de la tradición una de las razones de su arraigo entre la población.
—Curiosa nuestra relación con Portugal, tan cerca y tan lejos: tenemos una frontera de más de mil doscientos kilómetros “fijados ya en 1297”.
—España y Portugal son dos países vecinos que parecen haber estado siempre mirando en direcciones opuestas. La extensa frontera que comparten no es sólo la más antigua de Europa, sino también la menos conflictiva en comparación con otras zonas limítrofes del continente. Muchas veces nos hemos quejado de esa ignorancia recíproca. Y sin embargo, es posible también que ello haya garantizado el respeto mutuo y la estabilidad en la península.
—¿Necesita la Constitución actual una revisión? ¿Cabe en ella el nuevo escenario político, o es lo bastante flexible para que perviva tal y como está redactada? Lo pregunto porque si bien su libro abarca hasta el final del franquismo sí alude, en el Epílogo, al texto constitucional de 1978.
—En el año 2028 se cumplirán cincuenta años de la Constitución de 1978. Ni siquiera entonces habrá sido la más longeva de cuantas han existido en nuestro país. La de 1876 estuvo vigente hasta 1931, aunque bien es cierto que estuvo suspendida durante la dictadura de Primo de Rivera. En cualquier caso, conviene no perder de vista la excepcionalidad de este último medio siglo antes de lanzarse alegremente a ponerlo en tela de juicio con argumentos, a veces, algo peregrinos (“mi generación no votó esa constitución”). Es posible que la Constitución requiera retoques en el medio plazo (personalmente, no veo cuál es la eficiencia del sistema bicameral), pero en líneas generales creo que es el intento más comprometido de dar cabida democrática a la diversidad de este país que ha existido a lo largo de toda su historia.
—Algunos historiadores, y no únicamente, consideran que uno de los males de volver a la Historia de España es que se hace con nuestros ojos, los del siglo XXI; por otra parte, no es fácil no hacerlo. Es decir, somos y no somos (a la vez) culpables de lo que ocurrió hace siglos, o décadas.
«Creo que los debates sobre “pedir perdón” o zarandajas formales de ese jaez sólo sirven para eludir hipócritamente los compromisos históricos»
—No, no somos culpables de nada de lo que hicieron los ancestros. Es absurdo pretender juzgar la historia con los argumentos del presente. Otra cosa muy distinta es que la conciencia histórica nos haga ser conscientes de que, por ejemplo, los niveles de bienestar de que hoy gozamos en Occidente son resultado de procesos históricos que entrañaron la desposesión de pueblos colonizados fuera de nuestras fronteras. Esta idea debería presidir la conversación sobre aspectos tan sustantivos como la condonación de la deuda de los países subdesarrollados o la necesidad de aumentar las ayudas al desarrollo de esos países, que deberían ser entendidas no como muestras de caritativa solidaridad sino como ineludibles reparaciones históricas. En este sentido, sí que somos responsables cuando esa condonación no se produce o esas ayudas se disminuyen. Creo que los debates sobre “pedir perdón” o zarandajas formales de ese jaez sólo sirven para eludir hipócritamente ese tipo de compromisos históricos que deberían ser plenamente asumidos social y políticamente.
—Más aún: hoy se suele analizar nuestro pasado desde la emoción, desde la postura ideológica de cada cual; si esto fuera así, es difícil que se llegue a un consenso.
—Así es. Las visiones emocionales de la historia son siempre intrínsecamente conservadoras —aunque alguna izquierda muy despistada las asuma con frecuencia—. Todavía recuerdo que no hace mucho algunos aprendices de brujo hacían llamamiento a eso que llamaban “populismo de izquierdas”. Son los mismos que hoy se rasgan las vestiduras por la eclosión de los populismos de ultraderecha. Las conquistas sociales y políticas sólo pueden lograrse desde una racionalidad compartida.
—Al hilo de esto, comente la «conquista de América» y la no tan clara cristianización de los nativos.
—La de América es un claro ejemplo de esa historia subalterna que tanto tirios como troyanos utilizan para dirimir sus propias diferencias, pero sin que, en el fondo, les importe explicar las contradicciones y paradojas de un período tan rico como es el colonial, que para bien o para al sirvió para forjar las actuales sociedades americanas.
—Y, para complicarlo todo aún más, llega la revisión del ministro actual de Cultura, Ernest Urtasun.
—A mí me parece que cuando la izquierda acepta de forma acrítica ciertas ideas procedentes de la anglosfera corre el peligro de encontrarse con una realidad algo distinta a la que se concibe desde la metrópoli del imperio americano. Las obsesiones identitarias del pretendido progresismo anglosajón suelen contener elementos muy reaccionarios que no siempre se saben identificar adecuadamente a este lado del Atlántico y que, para más inri, nutren de munición a la derecha más recalcitrante en sus batallas culturales. A veces conviene detenerse y reflexionar sobre las implicaciones que tienen ciertos conceptos y postulados falsamente tenidos por innovadores y progresistas. Pensar nunca viene mal. Y evitar las sobreactuaciones tampoco.
—Se ha declarado alumno o seguidor del catedrático Josep Fontana (1931-2018). Comente su magisterio.
—Josep Fontana fue un gran historiador, cuyo trabajo nos ha marcado a toda una generación de historiadores de muy distintas especialidades. Sin embargo, quien más me influyó fue mi maestro Abilio Barbero, un gran medievalista que, junto con Marcelo Vigil, nos hizo pensar de una manera distinta sobre los inicios de la llamada Reconquista y sobre la configuración de las sociedades medievales tras el fin del mundo antiguo.