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EE UU vive una guerra civil fría

El fin de la presidencia de Donald Trump no marcará el fin de su presencia política ni del populismo estadounidense

El pasado miércoles concluyó la presidencia de Donald Trump, pero su bochornoso final no marcará el fin de su presencia política ni, menos aún, del populismo estadounidense. Sus raíces y motivaciones son demasiado profundas para que ello pudiese ser así y los 74 millones de votos obtenidos por Trump en la elección de noviembre avalan el protagonismo futuro del expresidente. El auge del republicano fue impulsado por dos poderosas tendencias que seguirán haciéndose sentir en el futuro: una de largo aliento, que proviene de la historia de Estados Unidos, y otra más circunstancial, que fluye de los procesos recientes de transformación tecnológica y globalización.

Desde su fundación, Estados Unidos se ha visto periódicamente conmocionado por la distancia existente entre sus élites ilustradas y cosmopolitas y un mundo popular apegado al sentimiento religioso y a lo local. Son, por decirlo con el Fausto de Goethe, las dos almas que habitan en el pecho de ese país y que, de tanto en tanto, parecen querer separarse una de otra.

Desde su fundación, EE UU se ha visto periódicamente conmocionado por la distancia existente entre sus élites ilustradas y cosmopolitas y un mundo popular apegado al sentimiento religioso y a lo local

Bien conocida es la brecha que existía entre los Padres Fundadores de la República, con su deísmo racionalista, su cultura refinada y su encumbrada posición social, y el estadounidense medio que se dejó cautivar por la religiosidad popular del Gran Despertar de los siglos XVIII y XIX. Para este último, la senda a seguir estaba inspirada por los Padres Peregrinos que arribaron a la bahía de Massachusetts en la primera mitad del siglo XVII en la búsqueda de fundar aquella ciudad bíblica que desde la cima de la colina de la fe alumbraría al mundo.

Cuando figuras como Washington, Jefferson, Adams o Franklin hablaban de libertad, la entendían en el sentido propio de la Ilustración como autonomía personal e imperio de la razón, mientras que una mayoría de estadounidenses la entendía como el derecho de las comunidades religiosas de vivir sin trabas ni injerencias su lealtad para con la palabra de Dios. La autonomía de la sociedad civil frente a cualquier intromisión «desde arriba» se transformó así en un componente esencial de los valores populares estadounidenses.

En términos políticos, el antielitismo se plasmó en el impulso hacia la «democracia jacksoniana», asociada a la figura del presidente Andrew Jackson (1829-1837) y la extensión del voto a todos los hombres blancos adultos, la oposición a los bancos y monopolios y la formación del Partido Demócrata (1828). Hacia finales del siglo XIX irrumpe el Partido del Pueblo (People´s Party), de corta pero significativa vida. El programa de «los populistas», como se los llamará, tenía un perfil claramente antiélite y de apoyo a los granjeros empobrecidos y los trabajadores industriales.

Ya antes había surgido, especialmente en la costa oeste, una serie de partidos locales de gran éxito basados en una plataforma etnopopulista, que anticipa el discurso político de Donald Trump. En estos casos, la crítica antielitista se combinará con un llamado a proteger al trabajador blanco frente a la inmigración asiática. El Partido de los Trabajadores de California (Workingmen´s Party of California), fundado en 1877, es su ejemplo más notorio. Con su consigna The Chinese Must Go! se transformó en el principal partido californiano en la elección de 1878 e influyó en la aprobación en 1882 de la ley prohibiendo la inmigración china.

La distancia entre la élite secularizante-progresista y el mundo popular angloprotestante, pero también respecto del creciente mundo católico, no encontró por esos tiempos una canalización política consistente y duradera. Sus expresiones más claras siguieron manifestándose en el terreno religioso, como, por ejemplo, en el surgimiento de la resistencia fundamentalista ante el avance del laicismo. De hecho, el concepto fundamentalismo deriva de la publicación, entre 1910 y 1915, de los doce libros de bolsillo que conformaban la colección titulada The Fundamentals.

Las grandes posibilidades de movilidad social que abría la sociedad estadounidense, en especial después de la Segunda Guerra Mundial, pusieron sordina a la tensión entre las elites dirigentes y aquellos sectores populares

En todo caso, las grandes posibilidades de movilidad social que abría la sociedad estadounidense, en especial después de la Segunda Guerra Mundial, pusieron sordina a la tensión entre las elites dirigentes y aquellos sectores populares que ahora estaban pasando a ser parte de las amplias clases medias emergentes de una sociedad pletórica de oportunidades. Sin embargo, esta situación comenzó a resquebrajarse hacia fines de los años 60 con el fin del boom económico de la posguerra, el deterioro de muchos núcleos urbanos tradicionales con la consiguiente epidemia de criminalidad que ello desató, la llegada de nuevas oleadas migratorias y el profundo desafío valórico y cultural que planteaba el surgimiento de la peace and love generation.

Este es el contexto en el que se inicia, hacia fines de la década de 1970, la larga marcha que culminaría en 2016 con la irrupción exitosa del etnopopulismo conservador representado por Donald Trump. Los primeros pasos fueron dados por las corrientes que se autodenominaron Mayoría Moral y Nueva Derecha Cristiana, impulsadas por pastores evangélicos de gran presencia mediática como Jerry Falwell, que también contaban con un fuerte apoyo católico. El mensaje era muy claro: había que lanzarse al activismo político rompiendo así con una larga tradición de reclusión y prescindencia de la política.

Decisivo para entender la fuerza que cobra la escalada política que llevaría al triunfo de Donald Trump en 2016 es el estancamiento, e incluso deterioro, de las condiciones de vida de una parte sustantiva de las clases medias blancas y su creciente alienación respecto de unas élites cosmopolitas cada vez más alejadas de aquella «America media» (Middle America) blanca y mayoritariamente protestante que experimentaba el doble impacto de la globalización y la inmigración.

Decisivo para entender la fuerza que cobra la escalada política que llevaría al triunfo de Donald Trump en 2016 es el deterioro de las condiciones de vida de una parte sustantiva de las clases medias blancas

Ya en 1991, el futuro ministro de Trabajo de Bill Clinton, Robert Reich, advertía en The Work of Nations sobre la profunda división que se estaba produciendo en el tejido económico y social de Estados Unidos a partir de las transformaciones de la nueva era global de la información: «Los estadounidenses ya no se alzan o caen juntos, como si viajaran en una gran embarcación nacional (…) Ahora estamos viajando en diferentes embarcaciones, una hundiéndose rápidamente, otra hundiéndose lentamente y una tercera subiendo de manera constante.»

Por su parte, Christopher Lasch destacaba en La rebelión de las élites y la traición contra la democracia (1995) la brecha abierta entre las nuevas élites, encantadas con el mundo globalizado, y el «americano medio», al que subestimaban y despreciaban. Esta brecha se ampliará dramáticamente en las siguientes décadas. La desindustrialización, la expansión de las minorías y la ofensiva valórica del progresismo dejarían a un segmento significativo del electorado blanco, en particular aquel más conservador de filiación evangélica o católica y carente de estudios universitarios, en una situación social y existencial precaria. Será entre ellos que Donald Trump arrasaría en la elección presidencial de 2016, obteniendo, según los datos del Pew Research Center, el 77% del voto evangélico blanco, el 64% del voto católico blanco y el mismo porcentaje entre los blancos sin educación superior.

La existencia de las condiciones objetivas y subjetivas para que se produzca una eclosión populista no implica que esta necesariamente deba producirse. El líder populista juega aquí un papel esencial, identificando y reuniendo una amplia gama de descontentos y orientaciones a partir de lo cual forma aquel «pueblo» que contrapondrá discursivamente a la élite. Este es el rol de catalizador insustituible desempeñado con tanto éxito por Donald Trump. Sin él, no es posible comprender la irrupción populista del año 2016 y su discurso y estilo marcarán durante largo tiempo el futuro del populismo estadounidense .

La presencia decisiva de Donald Trump cobrará la forma del mártir si los procesos en curso lo inhabilitan para volver a ser candidato presidencial, o del Mesías redentor, si es que puede aspirar a ganar la presidencia en 2024

En este sentido, se producirá algo sin precedentes en aquel país: la personalización de la política que se concretará en el surgimiento del trumpismo, comparable por su impronta personal con las variantes latinoamericanas que llamamos peronismo o chavismo. La presencia decisiva de Donald Trump cobrará la forma del mártir si los procesos en curso lo inhabilitan para volver a ser candidato presidencial, o del Mesías redentor, si es que puede aspirar a ganar la presidencia en 2024.

En cualquier caso, se trata de una senda que agudizará la polarización de la sociedad estadounidense hasta hacerla difícilmente gobernable en la medida en que sus dos mitades no sólo no reconocen puntos de unión entre sí ni un terreno común para la disputa política, sino que han dejado de comunicarse entre ellas. Esto es, obviamente, fatal para la democracia ya que esta no puede existir sin un cierto sentido de comunidad y amistad cívica. Como bien lo entendía el teórico del nazismo Carl Schmitt, entre enemigos sólo la guerra, larvada o abierta, puede existir.

Desde la guerra civil (1861-1865) no se había observado una división tan antagónicamente polarizada en Estados Unidos. Para algunos, el país estaría viviendo una «guerra civil fría» que podría incluso derivar en conflictos violentos, perspectiva que, lamentablemente, los últimos acontecimientos han hecho más creíble. De esta manera, las dos almas que desde su fundación han coexistido en la sociedad estadounidense tienden a separarse y enfrentarse radicalmente.

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Nota de la Redacción: El autor es profesor asociado de la Universidad de Lund (Suecia) y del Desarrollo (Chile).

 

 

 

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