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El absurdo de un «Franco protestante»

Seis claves para entender el ascenso de Franco

                    El general Franco con capote de invierno – Biblioteca Virtual de Defensa

 

 

Joshua Abbotoy reflexionaba recientemente en First Things sobre si un Franco protestante es inevitable para Estados Unidos. Director general de New Founding y director ejecutivo del American Reformer, Abbotoy no es una figura marginal, sino una voz importante que demuestra que el nacionalismo cristiano está creciendo dentro del mundo intelectual protestante tradicional.

Un Franco protestante

Su argumento es sencillo: las condiciones republicanas en Estados Unidos están en peor forma que incluso durante los años previos a la Guerra Civil estadounidense. En estas condiciones, la fidelidad a la Constitución supone la perdición para unos creyentes rodeados de amenazas existenciales. En caso de que estas amenazas empeoren (y, como mínimo, no hay motivos para pensar que vayan a remitir), la única alternativa es un «Franco protestante» que devuelva el orden a la nación. Esta idea puede parecer extraña al lector. Para el que no esté familiarizado, un «Franco protestante» es un dictador que sirve como hombre fuerte vengador que castiga a los progresista por su injusticia y restaura un orden cristiano directamente a través de su gobierno personal.

Este argumento, por supuesto, es muy malo, pero es útil para revelar el estado de ánimo con el que los nacionalistas cristianos y otros pensadores religiosos antiliberales perciben el mundo. Aquellos que se sientan atraídos por este argumento deberían reconocer lo absurdo del concepto mismo de un «Franco protestante», la tiranía y el fracaso del régimen histórico de Franco, y el desvarío autorradicalizado que tantos pensadores religiosos antiliberales están experimentando.

El franquismo

Como bromeé en un podcast a principios de este año, la persona que estaría más horrorizada ante la idea de un «Franco protestante» habría sido el propio Caudillo por la Gracia de Dios. El Franquismo como ideología era una combinación de integrismo católico, el carlismo (un partido monárquico que buscaba restaurar a un Borbón descendiente de la línea de Don Carlos, Conde de Molina), y una versión española del fascismo llamada falangismo. Los dos primeros elementos son expresamente católicos: el integralismo proporcionaba un modelo de cooperación de la Iglesia con el Estado y el carlismo el objetivo último de restaurar una monarquía católica. El falangismo era el medio de restauración, ya que proporcionaba la dictadura militar organizada necesaria para combatir a los enemigos del trono y del altar.

La legitimidad de Franco residía en que era Caudillo por la Gracia de Dios. Para conferirle este estatus, la jerarquía católica cautiva se debatía entre el exterminio por los republicanos y la sumisión a Franco. Algunos eran verdaderos creyentes en El Caudillo, pero no todos. Independientemente de las opiniones personales del clero, Franco contaba con la bendición de una Iglesia externa y visible y con apariciones regulares en misas católicas y otras ceremonias que enfatizaban su papel como gobernante temporal defensor de la Iglesia católica. La Iglesia tenía el monopolio de los asuntos espirituales. Esto significaba que los protestantes en España -a menos que fueran extranjeros de cierto prestigio- se exponían a un riesgo considerable al practicar su fe.

Isabel I de Inglaterra persiguió a los católicos

No está claro que la mayoría de las variedades del protestantismo pudieran aceptar este enfoque debido a la propia naturaleza de la mayoría de las creencias protestantes. El ejemplo más cercano podría encontrarse, quizás, en el largo reinado de la reina Isabel I, que utilizó su supuesta autoridad como soberana espiritual y temporal de su reino para perseguir a clérigos y laicos católicos por igual. Otro ejemplo podría ser la Kulturkampf de Otto von Bismarck. Deseaba arrancar a los católicos de sus instituciones religiosas y obligarlos a adoptar alternativas estatales.

Estos ejemplos distan mucho de la experiencia estadounidense. Durante los años coloniales, las instituciones lucharon con uñas y dientes para conservar su monopolio, pero fue una batalla perdida. El caso más fuerte fue el de los puritanos de Massachusetts, que pasaron del Pacto a medias de la década de 1660 a la disolución de su establecimiento en 1833. Gobernaron sin Ye Olde Sovereigne Chusen de Dios. En su lugar, funcionaban bajo asociaciones de miembros de la Iglesia y, finalmente, de ciudadanos de la Commonwealth.

La teología política puritana y anglicana

De hecho, la teología política puritana parecía prohibir por completo la idea de un «Franco protestante», dado que el verdadero soberano sobre la Iglesia y el Estado era Dios mismo. La eclesiología reformada rechazaba la jerarquía episcopal en favor de una selección más «republicana», como la de los ancianos de la iglesia. Los correligionarios puritanos que permanecieron en Inglaterra lucharían en la Guerra Civil inglesa en defensa de la supremacía parlamentaria a mediados del siglo XVII. La influencia reformada en el republicanismo inglés era aún lo bastante fuerte como para que el rey Jorge III coincidiera con su consejero, Sir William Jones, en que la Revolución Americana fue una «guerra presbiteriana.»

En cuanto a los anglicanos coloniales, dependían de la administración de ultramar, ya que carecían de obispo. Una de las principales causas (entre otras muchas) de la agitación de Nueva Inglaterra contra el gobierno británico fue el temor a que la Corona nombrara a dicho obispo. De ahí que se silenciara la experiencia de un fuerte establecimiento anglicano, aunque los evangelistas bautistas eran a menudo encarcelados por predicar en territorio anglicano. Por supuesto, los bautistas fueron la principal fuerza a favor del desestablecimiento religioso, como se desprende de la contundente argumentación de Isaac Backus. Ahí no hay terreno abonado.

Las Escrituras

La propia Escritura parece desaconsejar un «Franco protestante». Fue tal figura la que esclavizó a los israelitas en Egipto, y fue abatido por el único y verdadero Dios. Moisés carecía de plena autoridad, pues era un líder temporal, y Aarón el sumo sacerdote. La edad de oro de Israel es aquella en la que las tribus se gobernaban a sí mismas. Y el final de esta edad de oro llega con el establecimiento de un monarca. En I Samuel 8, Dios dice: «Y Jehová dijo a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado para que no reine sobre ellos.» Si el pueblo de Israel quería un rey, entonces conseguiría uno bueno y duro, como Samuel profetiza:

Y Samuel contó todas las palabras de Jehová al pueblo que le pedía rey. Y dijo: Así será el rey que reinará sobre vosotros: Tomará a vuestros hijos, y los pondrá para sí, para sus carros, y para que sean su gente de a caballo; y algunos correrán delante de sus carros.

El pasaje continúa detallando largamente el destino que le aguardaba a Israel. Y la Biblia narra precisamente este desenlace hasta que finalmente el remanente del Sur es exiliado a Babilonia. No es de extrañar, pues, que el Salmo 146:1-5 implore:

No pongas tu confianza en príncipes, ni en hijo de hombre, en quien no hay ayuda.
Su aliento sale, vuelve a su tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos.
Dichoso el que tiene por socorro al Dios de Jacob, cuya esperanza está en Yahveh su Dios.

El fracaso de Francisco Franco

Abbotoy parece pensar que un «Franco protestante» sería reparador para los conservadores a los que no les queda otra opción. Pero Franco fue causa de una tremenda frustración incluso para quienes veían en él la posibilidad de restaurar una monarquía católica estable. Las razones del fracaso de Franco son muy oscuras.

Durante los años que pasó alineado con las Potencias del Eje, Franco entendía que sus enemigos no sólo eran los republicanos españoles que habían iniciado la crisis que condujo a la Guerra Civil española. También denunció una conspiración «judeo-masónica-comunista» que él creía que era una de las causas profundas de la crisis. España tenía una larga historia de sospecha de la influencia extranjera, que se remontaba a que la Inquisición cuestionara la autenticidad de los antiguos conversos judíos y musulmanes. Los judíos conversos experimentaron considerables prejuicios y sospechas. Pero los musulmanes conversos, o moriscos, fueron objeto de una larga purga de toda España a principios del siglo XVII. Y el temor a su presencia continuó hasta el siglo XVIII.

El temor decreciente a los moriscos se trasladó a la sospecha de la logia masónica en España, que se intensificó tras la Revolución Francesa. Los monárquicos trataron de reivindicar el ancien régime culpando a judíos y masones y, una vez que se convirtieron en una fuerza, a los comunistas. El desarrollo de estas narrativas comenzó con el abate Barruel, Félix Sardà y Salvany, Louis Veuillot, Charles Maurras y el padre Julio Meinvielle.

El Franco antisemita de Paul Preston

Franco había bebido profundamente de las narrativas católicas reaccionarias que reivindicaban el trono y el altar como víctimas inocentes traicionadas por potencias extranjeras. Y sus más allegados compartían la creencia en esas conspiraciones. Franco consideraba a sus enemigos en el Ejército Republicano Español como parte de esta conspiración y suprimiría las logias masónicas. Y, como ha demostrado recientemente Paul Preston, llevó a cabo prácticas ferozmente antisemitas, cuyo conocimiento trató de suprimir con sus esfuerzos propagandísticos de posguerra. Franco, según Preston, consideraba Los Protocolos de los Sabios de Sión como historia real.

Tras la guerra, Franco supervisó una autarquía fallida que empobreció y aisló al país del resto de Europa. Mediante los esfuerzos combinados de la propaganda y el uso generoso de la violencia de Estado, fue capaz de preservar su control. La avanzada edad de Franco aflojó su control del poder, como lo hizo el deseo de muchos españoles de integrarse en el Occidente democrático de la posguerra. Sólo en 1959, con la imposición del Plan de Estabilización, se puso fin al corporativismo falangista en favor de un comercio más libre y la apertura a la inversión. Poco después, empezó a liberalizar su régimen, delegando su autoridad en asesores y viendo horas y horas de fútbol.

Una Iglesia moribunda

Dios bendijo a Franco con una larga vida. Pero esta bendición fue una maldición para España, cuyo pueblo se resignó a esperar su muerte con la esperanza de que lo que viniera después fuera mejor. Afortunadamente, así fue. A su muerte, el 20 de noviembre de 1975, Franco fue sucedido por el Rey Juan Carlos. Inmediatamente inició la transición de España no hacia una monarquía católica centralizada, sino hacia una democracia liberal. La Iglesia católica española sigue moribunda, con sus iglesias vacías y sus cementerios llenos. Utilizando el lenguaje de sus actuales admiradores estadounidenses, uno se siente tentado a preguntar ¿qué conservó el conservadurismo de Franco?

Un examen de la retórica de Abbotoy revela una especie de autorradicalización. Abre su argumentación poniendo en evidencia una descripción recalentada del presente:

Los conservadores estadounidenses saben que las cosas van mal. Nuestra Constitución está al límite. Las elecciones disputadas, la imposibilidad de aprobar un presupuesto federal, los juicios políticos, las conversaciones para llenar el Tribunal Supremo, las incipientes luchas entre estados por la extradición, la persecución politizada de los disidentes y muchas otras tensiones similares revelan que Estados Unidos es un Estado esquizofrénico, dividido por visiones incompatibles de la justicia y la buena vida.

La tradición de saltarse la Constitución

Abbotoy parece ignorar que este tipo de disfunción es el status quo del gobierno estadounidense. La Constitución, aunque no se respete correctamente, está lejos de ser un punto de ruptura, y el incumplimiento de la Constitución no es nuevo. Ha sido, más bien, una constante desde su ratificación. Basta con echar un vistazo a los debates sobre las Leyes de Extranjería y Sedición, los ataques al Primer Banco de los Estados Unidos, el Arancel de las Abominaciones, el Traslado de los Indios, la Guerra Mexicano-Estadounidense, la Anexión de Texas, el Compromiso de 1850, Dred Scott, la Guerra de Utah de 1858, la Guerra Civil estadounidense, el primer Ku Klux Klan, el Pacto del Diablo de 1877, Jim Crow, las Guerras Indias, la Depresión económica de la década de 1880, la Revuelta Populista, Plessy contra Ferguson, el caso Robber’s Bargain de 1877, las Guerras Indias, la Depresión económica de la década de 1880, el caso Plessy contra Ferguson, el caso Robber’s Bargain de 1877

Ferguson, los Robber Barons, Buck contra Bell, toda la segunda Administración Wilson, el segundo Ku Klux Klan, la Gran Depresión, el linchamiento generalizado de afroamericanos, el internamiento de japoneses, el empaquetamiento en los tribunales de Roosevelt, Wickard contra Filburn, la revuelta Dixiecrat de 1948, el auge del Estado administrativo, y la lista sigue y sigue. Nunca hubo un periodo en la historia de Estados Unidos sin problemas morales y éticos aparentemente insuperables que amenazaran con consumir la Constitución. Sin embargo, los hemos superado manteniendo la fidelidad a la Constitución. Nunca hizo falta un «Franco protestante».

Una renuncia a la virtud cívica

Dice Abbotoy: «La participación recíproca en el proceso republicano se ha roto, poniendo en peligro la capacidad del gobierno para garantizar bienes básicos como el orden y la seguridad. Cualquier régimen que no proporcione tales bienes básicos tiene una vida útil limitada.» La respuesta apropiada debería ser: «Debes ser nuevo aquí». Estados Unidos experimenta crisis y tragedias nacionales con regularidad, y nuestras instituciones republicanas nos han servido lo suficientemente bien como para manejarlas. De ninguna manera son perfectas, pero son mucho mejores que las de Franco.

Estados Unidos no necesita un dictador paranoico y antisemita que lleve a los estadounidenses a la pobreza con propaganda y policía secreta. No hay nada en la España de los años 30 que pueda instruir a los estadounidenses sobre su orden constitucional. España nunca se había recuperado de la Revolución Francesa. Y su decadencia en luchas por la verdadera soberanía reflejaba un colapso total de la virtud cívica. Pedir un «Franco protestante» es pedir una renuncia a la virtud cívica en nombre de la venganza contra los enemigos. El resultado bajo Franco fue como el profetizado por Samuel: una nación despojada. Samuel advirtió: «Y clamaréis en aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido; y el Señor no os oirá en aquel día.» Parece que el salmista tenía razón.

 

 

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