En la cultura china es tradición asignar un animal y un elemento que corresponde a cada uno de los 12 meses que conforman el año. El horóscopo chino tiene definido que este año, el conejo, es el animal que representa el curso del 2023, pero además, como se encuentra en el cuarto lugar del zodiaco, coincide con el elemento agua, por lo que el año recibió el nombre de conejo de agua.
Según esa tradición, el conejo simboliza la buena fortuna, pero debe actuar con precaución al hacer grandes cambios durante este año, tales como emprender un negocio o contraer grandes compromisos, porque pueden presentarse desafíos.
Pareciera que en esta oportunidad los buenos augurios para China, en lo que representa el conejo de agua, no serán tan alentadores.
Los desafíos económicos que enfrenta el mundo después de la pandemia de COVID-19 han provocado múltiples debates sobre las similitudes entre la crisis actual de China y la crisis financiera global de 2008. La segunda economía más grande del mundo se encuentra, ahora, al borde de lo que se podría llamar una gran crisis.
Definir con exactitud el origen de esa crisis no es nada fácil, ya que es una mezcla de muchos factores entre los cuales se encuentran:
1-La política «cero Covid» que afectó la actividad económica en todas las industrias.
2-El mercado inmobiliario en crisis
3-Descontento juvenil por falta de oportunidades de trabajo (30% de los jóvenes sin oportunidades laborales)
4-Pérdida de confianza de las grandes corporaciones tecnológicas por el excesivo control gubernamental y
5-Las tensiones comerciales entre China y las principales economías occidentales, que también están obstaculizando el crecimiento.
Ese cóctel de factores ha provocado la caída del yuan a su nivel más bajo frente al dólar en 16 años y ha forzado la intervención de las autoridades, que a su vez han recortado las tasas de interés de los préstamos a los bancos hasta el 2,5%, el mínimo desde 2014, en un intento de mantener la fluidez del crédito.
Pero el corazón de la crisis se encuentra en el sector inmobiliario. Para que tengan una idea de lo importante que es ese sector para China, el peso del sector construcción y toda la actividad a su alrededor se acerca al 30% del PIB, nivel que supera el alcanzado por algunos países europeos en los años inmediatamente anteriores a la crisis pandémica. La actividad inmobiliaria lleva años de fuerte expansión, impulsada por los planes de negocios de las grandes constructoras que se basan fundamentalmente en endeudamiento elevado de los particulares. Esto se tradujo en la caída de los precios de los activos, numerosos impagos y, en consecuencia, miedo al contagio al resto de la economía.
Una muestra de ello es el reciente anuncio de Evergrande, el segundo promotor inmobiliario chino, sumido en un proceso de reestructuración desde el 2021, de declararse en bancarrota en Estados Unidos, lo cual no hace más que añadir más desconfianza en este escenario. Este consorcio chino, tiene más de 300.000 millones de dólares de deuda, equivalente a 2% del PIB de China. Su cierre definitivo traería serias repercusiones para el conjunto de la segunda economía más grande del mundo.
Hasta hace pocos meses se esperaba que la economía china volviera a la normalidad ya que el mensaje recibido con la suspensión de la política cero-COVID fue que las transacciones comerciales y de servicios en el país podían desenvolverse en completa normalidad. Pero la realidad es que las previsiones de crecimiento para el último trimestre se han reducido a poco más del 3% y según los especialistas la economía ha entrado en deflación y es que el ciudadano de a pie, nada más que 1.400 millones de personas, han decidido reducir el consumo; y la lenta respuesta oficial han hecho temer una recesión prolongada.
Lo que ocurre en la segunda economía del mundo importa a todos. La desaceleración de la economía China afecta directamente las perspectivas de otros países. Por ejemplo, los exportadores de materias primas están especialmente expuestos a esa desaceleración ya que ese país consume casi una quinta parte del petróleo mundial, la mitad del cobre, níquel y zinc refinados y más de tres quintas partes del mineral de hierro. Los problemas inmobiliarios de China harán que necesite menos de estos suministros, lo cual supondrá un duro golpe para países como Zambia, donde las exportaciones de cobre y otros metales a China ascienden al 20% del PIB, y a Australia, gran proveedor de carbón y hierro.
América Latina es cada vez más dependiente de China dada la alta demanda de materias primas por parte de ese país. Ello nos indica que un deterioro en la economía China tendría serias repercusiones en la región, no solo porque somos exportadores netos de materias primas sino porque en los últimos años China se ha convertido en un socio comercial importante para muchos países latinoamericanos, que en algunos casos llega a superar a los socios tradicionales de cada país.
Latinoamérica exporta alimentos, minerales y petróleo, mientras que China exporta, a la región productos terminados, por lo que una desaceleración impactaría, directamente, a países como: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia y Venezuela.
El debilitamiento de la demanda china es una de las razones por las que la economía del país se ha estancado y, algunas empresas occidentales están expuestas, por su dependencia del país, para generar ingresos. Por ejemplo la empresa Tesla vende a China más de una tercera parte de su producción. En 2021, las 200 mayores multinacionales de Estados Unidos, Europa y Japón realizaron el 13% de sus ventas a China, con unos ingresos de 700.000 millones de dólares.
Las exportaciones de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y España suponen el 1 o 2% de sus respectivas producciones. Incluso en Alemania, con una cuota de exportación del 4%, sería necesario que China se hundiera por completo para que su economía sufriera un golpe considerable.
Respecto a la percepción general que se tiene de la crisis, según una encuesta reciente realizada en 24 países por la encuestadora Pew, los habitantes de los países de mayor desarrollo, en occidente, tienen una opinión generalmente desfavorable de China. El panorama es distinto en gran parte del mundo emergente: los mexicanos, kenianos, nigerianos y sudafricanos ven a China con mejores ojos y acogen con satisfacción la inversión china. No sé si esta opinión seguirá siendo la misma dentro de un año.
Como analista de temas internacionales, creo que existen elementos que hasta el momento no han sido incorporados en el análisis de esta crisis, por ejemplo el elemento político. Soy de la opinión que cuando analizamos países de economía planificada, como es el caso de China, debemos tener en cuenta la existencia de planes quinquenales de desarrollo, que son una hoja de ruta ajustada a tiempos específicos. El quinquenio actual es el XIV, y tiene como objetivos específicos la reorientación de las políticas de crecimiento desde las inversiones y la exportación, hasta el consumo interno y los servicios, con una mayor atención a problemas sociales como los ambientales, la pobreza y el desempleo.
Esto último es fundamental para el Partido Comunista chino ya que necesita garantizar la creación de empleos y la mejora en los ingresos para sostener una especie de pacto no escrito, que incorpora restricciones a las libertades públicas y mejoras en las condiciones de vida. Es decir, el PCCh hará todo lo que esté en sus manos para finalizar el año del conejo de agua con, al menos, estabilidad y con seguridad sin deflación.
En tal sentido es importante destacar que la crisis financiera es, en esencia, deuda interna China. Por lo que, en teoría, el gobierno podría resolver la crisis mediante rescates a deudores y recortes a acreedores.
Y es que China cuenta con recursos para implementar sus políticas. Por una parte, tiene un sistema financiero sólido, aunque con un alto porcentaje de préstamos, especialmente los del sector inmobiliario, que tienen riesgos de cobro y podrían convertirse en problemáticos para el sistema. También dispone de enormes reservas que pueden servir de colchón a la crisis, sin que nadie salga herido.
Lo que quiero decir es que, el análisis y la solución del problema chino pasa por las directrices políticas que emanen de la oficina presidencial.
El otro elemento político y fundamental es la existencia de un LIDER político, Xi Ji Ping, reelecto por el PCCh en el primer trimestre del corriente año. Y digo fundamental porque en ese país, por cultura, se sigue al líder, se ponen en práctica las decisiones que el líder toma y esta crisis le brindaría la oportunidad de consolidarse políticamente, porque el escenario le permite dar el giro hacia adentro, tal y como lo exige el XIV plan quinquenal. Pero, además, la conformación de un nuevo orden mundial hace pensar que China será el otro eje junto a Estados Unidos y para ello el PCCh necesitará un país estable.
Generar confianza entre inversores y consumidores será clave para la recuperación de China y eso lo digo porque creo que existe una amenaza mayor para China: la relocalización de líneas de producción en otros países, sin abandonar a China.
La globalización fue durante mucho tiempo una cuestión de precio. Tan simple como encontrar mercancías baratas o lugares donde su producción sea de bajo costo, y llevarlas al consumidor para realizar el objetivo único del capitalismo: obtener el máximo margen de beneficio. Ese objetivo es todavía parte de su esencia, pero desde el estallido de la pandemia y la guerra en Ucrania, otro factor gana terreno en la estrategia de las empresas: la seguridad de suministro.
De nada sirve producir barato si se aprueban leyes que mantienen las fábricas cerradas más allá de lo razonable, como hizo China cuando la crisis pandémica. Ni hacer negocios en un Estado que ataca a su vecino convirtiéndose en un paria, por las sanciones internacionales, caso de Rusia. O apostar por una nación sometida a un embargo de chips de alta tecnología, por temor a que la utilice con fines militares contra Taiwán, caso chino.
En un momento donde se suceden crisis en las cadenas de suministro, las empresas están en la búsqueda de proveedores más cercanos. Si bien China sigue siendo, de lejos, el mercado manufacturero más grande del mundo, existe un redireccionamiento hacia otros países, entre otros India, Vietnam, Tailandia, México y Turquía. Lo anterior no se resuelve fácilmente ya que generar confianza no esta tan fácil cuando se hacen negocios que dependen más de las sensibilidades de los gobiernos que de las propias empresas productoras de bienes.
Finalmente, el año del Conejo de agua, según los estudiosos del horóscopo chino, tendrá “muchas oportunidades y capacidad de resolver problemas”, en especial los que arrastra del año 2022. Ojalá y se cumplan las predicciones de esos especialistas.
Luis Velásquez
Embajador