El arte con Putin y Trump
«En esa película muestran que la América del ojo por ojo y diente por diente puede, al fin y al cabo, ser también compasiva»

Fotograma de ‘Tres anuncios en las afueras’.
Hay libros y películas que devienen un reflejo del zeitgeist del momento, del espíritu de los tiempos. Quienes han leído Limónov, de Emmanuel Carrère, saben que las aventuras de este excéntrico poeta -un representante del rojipardismo avant la lettre– son solo una excusa para comprender quién es en realidad Vladímir Putin. Pocas maneras tan gráficas y emocionantes de entender, a través de la prosa de Carrère, el ascenso de un exagente del KGB reconvertido en taxista, y a la postre dictador, y la autoestima que despertó en su pueblo.
Estas obras y películas pueden llegar a ser cumbres porque capturan una época, un trauma colectivo. Son una radiografía de un momento convulso. En el Reino Unido hay varias películas que transcurren en plena huelga de los mineros durante el thatcherismo, ya sea como trama principal o solo de telón de fondo, como ocurre con Billy Elliot. Lo que, para el observador externo y atento, es fácil deducir que sigue siendo un episodio crucial de su pasado.
Estos días que el mundo está convulso, que se vislumbra, dicen algunos, un cambio de orden mundial, me pregunto cuáles serán las películas que lo plasmarán. Con profundidad, sin maniqueísmos ni juicios morales. Me viene a la cabeza una película, Tres anuncios en las afueras, de 2017, de un tal Martin McDonagh, que sirve para entender la América profunda del primer Trump.
«Estos días que el mundo está convulso, que se vislumbra, dicen algunos, un cambio de orden mundial, me pregunto cuáles serán las películas que lo plasmarán»
Al inicio de la película me asusté, pensé que la sociedad americana estaba rota en dos mitades si tenía que recurrir al maniqueísmo de sus personajes (ese policía racista tan malo…). Pero, como el mejor cine de Clint Eastwood, fue otra lección de humanidad. De darse cuenta de que la grandeza y estupefacción de Estados Unidos es que todo puede suceder en el país de las oportunidades: como pasar de Obama a su antítesis en un periodo de ocho años.
En esa película muestran que la América del ojo por ojo y diente por diente puede, al fin y al cabo, ser también compasiva. Sus protagonistas deciden que, aunque la vida les aprieta y ahoga, el enfado con su entorno solo los hace peores. Y eligen la justicia a la venganza. Curiosamente, la última película de Eastwood, Jurado número dos, también reflexiona sobre la justicia y la compasión, a lo Sófocles con su mito de Antígona, y la disyuntiva entre la razón y los sentimientos humanos.
Pero Eastwood, más pronto que tarde, será también parte del pasado, de un mundo que se acaba. Con su película salí del cine pensando que le echaremos de menos en España, tan acostumbrados a un cine de personajes a brochazos, donde los buenos son muy buenos y los malos son muy malos, ya sea en las películas sobre la Guerra Civil o la eutanasia. Ojalá el cine del futuro, en las obras cumbres que retratan la nueva era internacional, la justicia y compasión estén todavía de moda. Y no solo como recurso ficticio.