El arte desvela sus secretos
Desde que una pesquisa minuciosa determinó la fecha y el momento exactos en que Van Gogh plasmó su fulgurante noche estrellada, se han multiplicado las experiencias, de similar encanto y ociosidad, en torno a las joyas más relevantes del arte universal.
Hace un par de meses, no más, la geóloga e historiadora del arte Ann Pizzoruso ubicó el paisaje de la Mona Lisa en Lecco, sobre el lago de Como en la región de Lombardía, basándose en la similitud del tipo de piedra caliza con el fondo blanco y gris de la fascinante dama de Leonardo y, sobre todo, por el detalle de la inexistencia de ese lago en Bobbio o Arezzo en la Toscana, donde hasta ahora se había situado la mítica pintura.
En 2018, otro enjundioso análisis había adjudicado a la bailarina Constance Queniaux, amante de un diplomático turco acreditado en París hacia 1886, la fuente de inspiración del Origen del Mundo, de Gustave Courbet, sin duda una de las obras más perturbadoras en la historia de la pintura, basándose en el detalle, más bien elemental, de que la obscura pelambre no podía corresponder a la pelirroja modelo irlandesa Joanna Hiffernan, musa del artista, según consta del chismorreo epistolar entre George Sand y Alejandro Dumas.
Y en estos días, THE SCIENTIST ha publicado un reportaje sobre la nueva técnica de espectrometría utilizada por la investigadora Fabiana di Gianvicenzo, de la Universidad de Ljubljana, para desvelar detalles moleculares del proceso creativo y factores societales ocultos en pinturas, textiles, momias y monumentos históricos.
Su especialidad, que pudiera llamarse Ciencia Patrimonial, es un campo interdisciplinario que conecta estudios y análisis científicos con la herencia de la humanidad, para extraer conocimientos sobre materiales de importancia cultural, con dos objetivos muy concretos.
Uno, asegurar que los solventes empleados en la faena de restauración sean apropiados para evitar daños en piezas de valor incalculable, y calibrar con exactitud el grado de deterioro, induciendo un envejecimiento artificial para introducir los antídotos más idóneos.
El análisis proteómico, como ella lo ha bautizado, arranca con el paso más delicado de extraer a elevadas temperaturas de las obras en estudio, proteínas que a veces están dañadas y con frecuencia contienen una mezcla de pigmentos inorgánicos, como sales metálicas capaces de influir negativamente en el procedimiento.
En el caso del velero danés Dronning Marie, por ejemplo, igual que en otras obras pictóricas, no fue sorprendente hallar residuos de varios cereales y levadura, un derivado de la cerveza que representaba rubro fundamental de la economía y la vida cotidiana en la Dinamarca del siglo XIX, que el artista añadió entonces para manejar el fondo con mayor facilidad y hacerlo más estable.
En un proyecto paralelo, el Safesilk, la científica analiza la degradación de la seda que ha pasado por un proceso de espesamiento donde materiales extraños como iones metálicos se agregaron para hacerla más pesada y sumarle propiedades que incrementaran su valor mercantil.
En resumen, la técnica de la profesora Gianvicenzo, popularizada en las dos últimas décadas, puede aplicarse a no importa qué material con residuos biológicos para el análisis de muestras de menor y menor tamaño del patrimonio histórico; por el mero placer de curiosear en las interioridades de las piezas museales y, aún de mayor utilidad práctica, como herramienta en el campo forense para detectar fraudes en un mercado artístico cada vez más globalizado donde las piezas de los grandes maestros suelen alcanzar cotizaciones multimillonarias.
Varsovia, julio de 2024.