El bloque opositor y su dilema programático
La oposición no logrará triunfar sin atraer unas decenas de miles de electores que apoyaron al Frente Amplio (FA) en 2014.
Dentro de dos años exactamente estaremos en plena recta final de la campaña electoral. Es realmente muy difícil esquivar la tentación de analizar las alternativas estratégicas de los distintos partidos. La semana pasada argumenté que, habiendo dado vuelta la página “Raúl Sendic” de estos dos años y medio penosos, el Frente Amplio tiene muy claro qué es lo que debe hacer de aquí en más para maximizar su probabilidad de retener el gobierno. Sostuve, asimismo, que la estrategia opositora, en cambio, sigue sin estar delineada con claridad. Quiero concentrarme, hoy, en este último aspecto. Los líderes de la oposición no solamente tienen dudas respecto a cuán unida o dividida debe llegar a la recta final (concretamente, a si deben o no construir una coalición electoral y de gobierno antes del balotaje). También discuten, más o menos abierta y sistemáticamente, respecto a cuál debería ser el tono de la plataforma programática a proponer.
Aquí también compiten dos visiones. Por comodidad las denominaré respectivamente enfoque de la similitud y enfoque de la diferencia. Ambas visiones coinciden en lo obvio: la oposición no logrará triunfar sin atraer unas decenas de miles de electores que apoyaron al FA en 2014. Pero difieren en los instrumentos concretos con los que confían realizar esta tarea. De acuerdo al enfoque de la similitud, para capturar frenteamplistas desengañados, la oposición tiene que articular un discurso centrista, moderado, inclinado a la izquierda, con tonalidades frenteamplistas. Los partidos tradicionales, en particular, apuntando en esta dirección, deberían ser capaces de potenciar sus fracciones de entonación socialdemócrata como el batllismo y el wilsonismo. Según este mismo enfoque la oposición debe evitar proponer cualquier medida de gobierno que tenga aroma a década del noventa.
De acuerdo al segundo enfoque, el de la diferencia, la oposición no logrará recuperar terreno en la confianza de la ciudadanía sin atreverse a enunciar claramente una propuesta de gobierno alternativa a la frenteamplista. No debería intentar parecerse sino diferenciarse. No debería procurar disimular sus discrepancias sino explicitarlas. No debería rehuir la confrontación en el plano programático sino propiciarla. No debería subordinarse ante el “sentido común” instalado por la izquierda sino desafiarlo. De acuerdo a este enfoque, los noventa, lejos de ser un pasado vergonzante son un ejemplo inspirador. Durante esos años colorados y blancos, compitiendo y cooperando a la vez, llevaron adelante reformas económicas que chocaron contra el “sentido común”, es decir, contra el dirigismo, el proteccionismo y la tendencia a atender las demandas sociales sin medir consecuencias económicas y políticas.
¿Cuál de los dos enfoques es el más conveniente? Como siempre, la vida dirá. Pero, desde mi punto de vista, a priori, sin dudas el segundo. El discurso de la oposición debería parecerse a lo que ha formulado hace un tiempo el exdiputado frenteamplista Gonzalo Mujica: “Las soluciones para el país están a la derecha del FA”. El país requiere una reforma educativa de carácter global. El FA no ha podido hacerla durante tres mandatos consecutivos con mayoría absoluta. El país precisa una apertura comercial más agresiva: el FA “perdió el tren” del TLC con EEUU y no ha podido concretar otros avances anunciados. El país necesita modernizar sus relaciones laborales: el FA no ha podido ni podrá hacerlo por su estrechísimo vínculo con el PIT-CNT. El país precisa disminuir la presión del Estado sobre el sector productivo: el FA no puede concretar este objetivo porque lleva el Estado en el corazón. Y así sucesivamente…
Para ganar la elección la oposición tiene que atreverse a desafiar el “sentido común”. Si mi argumento es correcto, está llamada a batirse con el gobierno frenteamplista en un duelo discursivo, contraponiendo visiones respecto al desarrollo nacional. En este esquema, de un lado tendríamos al FA, instalado en un discurso socialdemócrata clásico, defendiendo su enorme esfuerzo en el plano de las políticas sociales, y argumentando que el Estado tiene un papel decisivo a jugar en el bienestar de los ciudadanos. Del otro lado tendríamos a la oposición, recostándose en una visión más liberal, sosteniendo que el camino del FA conduce, tarde o temprano, al estancamiento económico y, por tanto, a la destrucción del bienestar. La tarea de los líderes de la oposición, de acuerdo a esta visión, no consiste en ajustar su discurso a las preferencias de los votantes del FA más centristas sino en modificarlas, persuadiéndolos de optar por políticas públicas market-friendly.
Me apresuro a evitar una posible confusión. Está fuera de discusión que es altamente conveniente para los partidos tradicionales tener alas batllistas y wilsonistas potentes. También es evidente que sin liderazgos y discursos populares no es posible ganar elecciones. Pero la empatía con los más humildes no necesariamente se construye desde las propuestas concretas formuladas e implementadas por la izquierda gobernante. Luis Alberto de Herrera se autodefinía como “conservador”. Era un buen ejemplo de lo que hoy llamaríamos un liberal tanto en el plano de las ideas políticas como en el de las propuestas económicas. Pero al mismo tiempo era capaz de sintonizar con las raíces populares del nacionalismo. Jorge Batlle, desde la tradición opuesta, también logró formular un discurso liberal pero popular. Desde mi punto de vista la oposición está llamada a inspirarse especialmente en estos dos grandes ejemplos.
Adolfo Garcé: Doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar
adolfogarce@gmail.com