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El Brexit de Johnson desgarra al Partido Conservador

La expulsión de 21 diputados veteranos por intentar frenar al primer ministro indigna a muchos afiliados

Los conservadores moderados del Reino Unido han observado esta semana con espanto cómo Boris Johnson se disponía a callar la voz del Parlamento y expulsaba sin contemplaciones del partido a figuras históricas y veneradas que habían osado enfrentarse a su estrategia del Brexit. «Todo se desmorona. El centro ya no resiste. La anarquía se abate sobre el mundo«, dicen los famosos dos versos de El Segundo Advenimiento, de William Butler Yeats. «El centro ya no resiste». El espíritu pragmático y acomodaticio de la formación que un día fue definida como «la máquina perfecta para ganar elecciones» se ha visto acorralado por una pinza letal. En un extremo, élites políticas educadas en Eton y Oxford, con su futuro asegurado, para las que esta crisis no es más que un juego de autoindulgencia en el que exhiben su nacionalismo exquisito de club privado de caballeros. En el otro, una generación de ingleses nacida en los sesenta que nunca ha abandonado ese ímpetu anárquico y destructivo del glorioso movimiento punk que asombró al resto del mundo. «Me importa unos cojones». El Never Mind the Bollocks de los Sex Pistols. Y en medio, Johnson, el político que usó como canción de su segunda campaña para la alcaldía de Londres el London Calling de The Clash.

Esta vez, sin embargo, muchos tories creen que el primer ministro ha ido demasiado lejos. Asesorado por un despiadado Dominic Cummings, el ideólogo que condujo con éxito la campaña del referéndum de 2016 para abandonar la UE, Johnson se ha lanzado a una estrategia de tierra quemada y de aniquilación del enemigo. 21 diputados conservadores han sido expulsados del grupo parlamentario y del partido por aliarse con la oposición e intentar frenar un Brexit sin acuerdo que todos las previsiones económicas dibujan como un desastre para el país. Kenneth Clarke, el «padre del Parlamento»; Dominic Grieve, exabogado general del Estado y una de las mentes jurídicas más brillantes del Reino Unido; Nicholas Soames, nieto de Winston Churchill; Rory Stewart, la fugaz esperanza de muchos durante las primarias para suceder a Theresa May…El castigo sin escrúpulos infligido por Johnson a todos ellos ha tenido un efecto bumerán. «Su decisión de asesinar políticamente a gente como Ken Clarke o Nicholas Soames ha tenido una imagen devastadora en muchas agrupaciones locales conservadoras, y ha incomodado a un montón de afiliados. Algunos pueden aplaudir su crueldad y hasta jalearla, pero no hay más que echar un vistazo a la lluvia de correos electrónicos de las últimas horas para detectar la inquietud de muchos miembros del partido o de mis colegas en el Parlamento», cuenta Grieve. Impertérrito ante la avalancha de insultos y amenazas que ha recibido desde que decidió respaldar un segundo referéndum sobre el Brexit, el temblor en sus manos durante los debates en Westminster de esta semana delataba el estado de ansiedad que ha alcanzado finalmente a todos los tories.

«Me preocupa el Partido Conservador, porque más allá de algunos espasmos coyunturales, siempre hemos sido vistos como una formación pragmática, sensible, eficaz en nuestro trabajo, sana, razonable y consciente de los intereses de todo el país. Ahora empezamos a parecer la secta del Brexit«, decía el nieto de Churchill, uno de los expulsados, al diario The Times. Soames se muestra horrorizado ante la figura de Jacob Rees-Mogg, el ultraeuroescéptico que movilizó sus filas para afianzar la victoria de Johnson, y a quien el primer ministro recompensó con el Ministerio de Relaciones con el Parlamento. Su actitud displicente durante los debates de esta semana, medio tumbado en su escaño con una sonrisa de sorna mientras los diputados hablaban, traspasó para muchos todos los límites. «Es un fraude absoluto, el ejemplo de lo que se puede lograr con un traje chaqueta cruzado, una corbata decente, un tono de voz ultrapijo y un poco de jengibre metido en el culo», se explayaba el veterano diputado, con 37 años de servicio a sus espaldas.

El Partido Conservador lleva casi medio siglo con peleas internas a cuenta de Europa. Convenció a regañadientes a sus votantes, en la década de los setenta, para dar el paso y unirse a la entonces Comunidad Económica Europea. Margaret Thatcher, desde su liberalismo económico, abrazó la idea del Mercado Interior para renegar después de la «trampa federalista» y combatir la idea de una mayor unión política. John Major tuvo que hacer frente a todos los «bastardos» de su partido que intentaron bloquear la aprobación por el Reino Unido del Tratado de Maastricht. David Cameron, envalentonado por su triunfo en el referéndum por la independencia de Escocia de 2014, en el que ganó el no, se aficionó a las consultas populares y pensó que una nueva le serviría para zanjar de una vez por todas el debate europeo. Lo que logró fue abrir la caja de Pandora.

Y la herencia ha acabado en manos de un político que a veces ni siquiera se toma a sí mismo en serio. Johnson ha apostado toda su carrera a una sola baza: provocar unas elecciones, presentarse como la voz del pueblo frente a las élites del Parlamento, y sacar al Reino Unido de la pesadilla europea. Y de paso, quitarse de en medio la amenaza del Partido del Brexit, del ultranacionalista Nigel Farage. Enfrente tiene a toda la oposición, y ahora también, con una determinación no conocida hasta el momento, a un bloque de tories moderados decididos a que «el centro resista» y a evitar que el Partido Conservador, tal y como fue conocido históricamente, desaparezca.

 

 

 

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