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El cambio climático

Si se trata sólo de un problema técnico, como el ir a Marte, lo resolveremos. El problema es si se trata de un problema político

Como bisnieto de la Ilustración, admito que no concedí demasiada importancia a las noticias sobre el cambio climático que oí desde pequeño. El «ya no nieva como antes» o «el verano más tórrido que se recuerda» podían ser verdad, pero había noticias mucho más terribles. Pasar la niñez durante la guerra civil y luego la juventud durante la Segunda Guerra Mundial, con sus correspondientes posguerras, me convenció de que el progreso existe por una sencilla razón, la de haberlo visto y vivido.

Las condiciones de vida en los años treinta, cuarenta, cincuenta del siglo XX, tanto en España como en el extranjero, en las ciudades como en el campo, habían mejorado a ritmo creciente.

De ahí que cuando, en los años sesenta, al cobijo de la Revolución Cultural, comenzaron a oírse las primeras voces ecologistas, me parecieron interesantes, pero en modo alguno alarmantes. Más, cuando las noticias eran contradictorias: la capa de ozono, que nos protege de los peores rayos solares, tanto se achicaba como se ampliaba. Por primera vez en siglos había peces en el Támesis y cosas por el estilo.

Tras el informe que un grupo de expertos ha confeccionado para la Organización de Naciones Unidas no podemos permitirnos el lujo de ignorar lo que le está ocurriendo a nuestro mundo. El ‘planeta azul’, como se le ve desde el espacio al tener cubiertas de agua tres cuartas partes de su superficie, está gravemente enfermo. ¿La causa? Ese progreso que alababa antes.

El calentamiento global, debido a los gases que arrojamos a la atmósfera, junto a todo tipo de detritus, plásticos especialmente que vertemos en los mares, han convertido estos en auténticos sumideros. Los inviernos serán cada vez más fríos, los veranos más tórridos, y la vida en la Tierra se hará cada vez más precaria.

No hace falta que nos lo digan los expertos: lo estamos viendo con nuestros ojos. Dos imágenes me han llamado la atención: la primera, un reportaje en Televisión Española de la Siberia en el Círculo Polar Ártico, donde las casas, levantadas sobre la capa de hielo bajo el suelo de tierra, se están agrietando y desplomando al licuarse ese hielo, que llevaba allí miles de años. La otra, un oso blanco en un pedazo de hielo desgajado de los polos, con el pobre animal preguntándose dónde va. Lo peor vendrá al llegar a aguas más calientes, y su frágil embarcación empiece a derretirse.

Como nosotros, cuando nuestro planeta deje de ser azul y sea rojizo y árido, como es hoy Marte. Yo no lo veré, ni ustedes, pero si se trata sólo de un problema técnico, como el ir a Marte, lo resolveremos. El problema es si se trata de un problema político.

 

 

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