El caso Villegas y la falsa equivalencia ética
El periodista Vladimir Villegas ha sido despedido del programa de televisión que conducía. Según ha afirmado, ello se ha debido a presiones ejercidas en su contra desde poderosos círculos del régimen. Villegas ha ofrecido sobre al asunto declaraciones que deseamos comentar, pues creemos que las mismas contienen aspectos de interés para la oposición democrática.
Lo que en primer lugar cabe resaltar es que Villegas ha intentado por años proyectarse como una figura de equilibrio, distante a la vez del régimen y del sector de la oposición que él califica de extremo o “extremista”. Su propósito, repite con frecuencia, es el de hallar soluciones a la crisis política del país a través de negociaciones, destinadas a una salida de consenso “entre todos los factores”. Cabe por tanto preguntarse qué nos dice la abrupta salida de Villegas, acerca de la naturaleza y talante del régimen al que intentó convencer sobre la viabilidad, para su propia supervivencia, de entenderse con la oposición.
Las actitudes y posiciones que procuran la equidistancia entre un régimen como el que existe en Venezuela, de un lado, y del otro una oposición que en sus diversas tendencias busca la restauración de la democracia y el Estado de Derecho, generan un problema político y otro de índole ética; en otras palabras, un problema moral aplicado a la política.
En cuanto a la dimensión política, los hechos demuestran de manera elocuente una verdad que nos resulta incontestable. A pesar de todos los esfuerzos e incentivos de parte de actores internos e internacionales, el régimen y sus socios castristas jamás han mostrado el más mínimo indicio o intención genuina de querer negociar en serio. Dicho de otra manera, el régimen nunca ha estado dispuesto a negociar un arreglo que incluya probabilidades efectivas, conducentes a su salida del poder algún día y de alguna manera. Ni Villegas, ni nadie, puede de forma convincente argumentar que el régimen, cada día más atado por las implicaciones de sus alianzas internacionales, se haya propuesto o proponga, en serio, negociar su eventual fin. Las elecciones han sido y no dudamos de que siempre serán para el régimen una herramienta de legitimación, utilizado para hacer perdurar su absoluto control sobre Venezuela.
A lo anterior hay que añadir que los venezolanos no parecemos en ocasiones entender, o pretendemos engañarnos al respecto, la significación y consecuencias penales concretas y prácticas de las sanciones, acusaciones, juicios y condenas que tribunales internacionales, en particular estadounidenses, han emitido contra un nutrido grupo de dirigentes y operativos del régimen. Tales condenas no son reversibles mediante negociaciones políticas, y hacen sencillamente imposible otra salida distinta a la cárcel o el exilio para los que han convertido a Venezuela en un narcoestado.
En cuanto al aspecto ético, Vladimir Villegas ha sostenido que su lucha se orienta contra los “extremismos” del gobierno y la oposición por igual. En tal sentido, es obligado dejar en claro que todos los sectores de oposición que actúan de buena fe, que no funcionan como instrumentos más o menos camuflados del régimen, luchan por la restauración de la libertad, la democracia, la independencia y la soberanía de Venezuela. En este orden de ideas, es inaceptable cualquier intento de equiparar éticamente a la oposición con un régimen tiránico, como el que preside Nicolás Maduro. Pueden existir diferencias entre distintas tendencias de oposición en cuanto a la estrategia política que se debe seguir, pero la condición ética de la oposición legítima no está en el mismo plano que el ocupado por un régimen que envilece lo que toca. En situaciones como la que ahora vive Venezuela, a estas alturas del juego, luego de dos décadas de dolor, penurias y degradación generalizadas, no tienen cabida paralelismos fraudulentos.
Vladimir Villegas ha sostenido, finalmente, que Maduro tiene “una relación equivocada con los medios”. No es así en modo alguno y al afirmarlo peca de ingenuo. Maduro tiene con los medios la relación que es natural tener para un régimen como el que preside, a objeto de doblegar para siempre a Venezuela. No hay otra relación posible de parte del régimen hacia los medios, dados los rasgos de arbitrariedad y vileza que son parte de su esencia. Es un régimen incapaz de cambiar.