El cerebro «atrofiado» de Lenin: la insólita autopsia del dictador comunista
Algunos de los facultativos del concilio que le trataron creían posible la opción de la sífilis a falta de más pruebas, enfermedad de la que según documentos recientemente desclasificados fue tratado en 1896 en una clínica de Suiza
El Comisario de Salud soviético, Nikolai Samashko, constató durante la autopsia del líder comunista que «los vasos sanguíneos del cerebro de Lenin estaban esclerosados hasta la calcificación. Al tocarlos con una pinza sonaban como piedras. Las paredes de numerosos vasos habían alcanzado tal espesor y los propios vasos estaban hipertrofiados hasta tal punto que era imposible introducir un pelo en el orificio y regiones enteras del cerebro no recibían ningún flujo de sangre fresca», según la narración del historiador Dmitri Volkogónov.
Que el cerebro de Lenin estuviera ennegrecido, menguado y atrofiado no solo era incompatible con la genialidad intelectual que se le atribuía, sino con la versión oficial presentada al pueblo ruso sobre su muerte. Según esta, la enfermedad que había matado a Vladímir Ilich Uliánov era el resultado de una situación de estrés extremo tras años entregándose en cuerpo y alma a la URSS y sobreviviendo incluso a un magnicidio. No obstante, la sospecha de que el líder soviético padeció de sífilis o de algún problema congénito en el cerebro le acompañó toda la vida.
Federico Jiménez Losantos recuerda en su obra « Memoria del comunismo» que los problemas «claramente psiquiátricos de Lenin» ya venían de tiempo atrás: «Sus “nervios”, como él los llamaba, ya lo afectaban gravemente en 1900, provocándole continuos dolores de cabeza y ataques de ira. Esa debilidad, compensada por el magnetismo de su personalidad, mezcla de furia e impotencia, de ferocidad y fragilidad, hizo de todas las mujeres de su entorno se convirtieran en enfermeras. Y que mantuvieran en secreto la enfermedad de Lenin».
Este nerviosismo se le creía un rasgo innato a su personalidad y a su frenética actividad, pero a partir de 1921 se convirtió en un asunto de Estado cuando los síntomas se agravaron y los periodos de reposo cada vez eran más frecuentes. La propaganda comunista se vio obligada a mantener en secreto su enfermedad y achacó su debilidad creciente a las maratonianas jornadas de 17 horas de trabajo diario, en sintonía con el programa clásico de los regímenes totalitarios por magnificar la figura de los líderes como padres absolutos del país.
Sífilis o problema genético
En mayo de 1922 la presión se materializó en un primer ataque cerebral, de modo que durante una temporada tuvo que retirarse de la vida pública. Su posterior regreso únicamente confirmó que, aún cuando articulaba largos discursos, su cerebro cada vez digería peor la información. Lenin, de 53 años, no era obeso ni hipertenso ni diabético, tampoco fumaba o bebía de forma abusiva, y hacía ejercicio con regularidad. El origen de estos ictus y de la aterosclerosis (la acumulación de lípidos y colesterol en las paredes de los vasos sanguíneos) estuvo probablemente en sus genes. Su historia familiar hacer pensar en cierta predisposición genética. Y es que su padre y dos hermanos sufrieron episodios similares de forma prematura.
Que la enfermedad hubiera empeorado en tan pocos años se explica, sobre todo, por el fallido atentado que sufrió años antes. La tarde del 30 de agosto de 1918, Lenin salía de dar un discurso en una fábrica de Moscú cuando la activista anarquista Fanni Kaplán le disparó tres tiros: uno atravesó el abrigo de Lenin, hiriendo a una mujer, los otros dos le alcanzaron el hombro y el pulmón izquierdos, respectivamente.
Lenin sospechó que el magnicidio solo fuera la punta de lanza de una conspiración mayor, por lo que encerrado en su dormitorio se negó inicialmente a recibir atención médica. Pese a la gravedad de las heridas, Lenin sobrevivió a las posteriores intervenciones para extraer las balas, aun cuando el atentado es el principal sospechoso de desencadenar los posteriores infartos (cuatro en total) que le incapacitaron.
Hasta su muerte enero de 1924, los sucesivos infartos cerebrales fueron transformando a Lenin, que apenas podía moverse o comunicarse, en un muñeco de Stalin, quien por no respetar no respetó ni su deseo de ser enterrado en San Petersburgo junto a la tumba de su madre. Stalin impuso que el cuerpo de Lenin fuera embalsamado y exhibido en un mausoleo en la Plaza Roja, frente a la oposición de Bujarin, Kámenev y sobre todo Trotski. Tampoco hubo consenso entre los médicos sobre la causa final de su muerte: infarto cerebral. Algunos de los facultativos del concilio que le trataron se negaron a firmar las conclusiones de su muerte, puesto que creían posible la opción de la sífilis a falta de más pruebas, enfermedad de la que según documentos recientemente desclasificados fue tratado en 1896 en una clínica de Suiza. Otros, como Trotski, hablaron directamente de un envenenamiento orquestado por Stalin.
Uno de los principales objetivos de la autopsia a su cadáver fue precisamente desmentir los rumores de sífilis o envenenamiento. A Alekséi Ivánovich Abrikósov, el patólogo a cargo de la autopsia, se le ordenó probar que Lenin no murió de esta enfermedad. La autopsia fue realizada ante la presencia de 27 médicos, entre los que se encontraba el alto comisario de Sanidad, el doctor Nikolai Semashko. Abrikósov evitó mencionar la sífilis en su informe, sin embargo, el daño vascular, la parálisis y otras incapacitaciones que citó eran compatibles tanto con esta enfermedad venérea como con los problemas sanguíneos. Igual de sorprendente es la ausencia de un examen toxicológico en esta autopsia.
El hemisferio arrugado
Mención aparte para el estudio posterior que se hizo de su cerebro para reivindicar aquel órgano como el propio de un genio intelectual. El Instituto de Investigación Cerebral, llamado Instituto Lenin, nació con el propósito de demostrar que Lenin había tenido una mente privilegiada. El alemán Oskar Vogt, animado por el gobierno de su país, recibió el encargo de Stalin de demostrar científicamente que el líder revolucionario había tenido cualidades superiores al resto de mortales. El neurólogo diseccionó el cerebro de Lenin en 31.000 pedazos y sacó una infinidad de conclusiones.
En 1930, el equipo de neurólogos afirmó lo que, efectivamente, pretendía escuchar Stalin: ciertas neuronas de la corteza cerebral de Lenin eran más numerosas y de mayor tamaño de lo normal. En su opinión, estas neuronas se habría traducido en una mente muy ágil, capaz de relacionar ideas con gran rapidez y convertir al dictador comunista en un «atleta del pensamiento».
Solo la llegada de los nazis al poder frenó nuevas investigaciones de Vogt, que aspiraba a comparar el cerebro con el de otras figuras históricas. Su instituto de Berlín fue calificado por los secuaces de Hitler como «un castillo comunista infiltrado de judíos» y, en un momento de creciente violencia, temió que alguien robara las muestras del cerebro de Lenin que se conservaban en Berlín, así que huyó a la pequeña ciudad de Neustadt, donde pudo seguir investigando.
El hallazgo de esas neuronas especiales que demostraran el «origen del genio» nunca llegaron a cuajar en la comunidad científica, entre otras cosas porque las otras descripciones del cerebro de Lenin que han llegado hasta hoy destacan el mal estado en el que estaba por esas fechas. El pintor Ánnenkov describió así el frasco de vidrio en el que se conservaba en alcohol el cerebro, en el Instituto Lenin:
«Un hemisferio estaba sano y tenía dimensiones normales, con circunvoluciones, claramente definidas; el otro, como sujeto con una cinta, estaba arrugado, exprimido, aplastado y no era más grande que una nuez».