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El cero y el infinito

Cuando el tema a tratar es novela y totalitarismo, 1984 de George Orwell suele llevarse todos los laureles. Pocos saben de la existencia –y el rol pionero– de El cero y el infinito (1940), la novela escrita por Arthur Koestler tras haber advertido en una celda franquista la estricta equivalencia que hay entre los principios rectores de nazis y comunistas. Seguidamente, referiremos los hechos y experiencias que motivaron a Koestler a escribir ese libro y las reacciones que su publicación mereció por parte de los abanderados de la izquierda francesa.

Arthur Koestler fue detenido por las tropas franquistas que tomaron Málaga el 9 de febrero de 1937. El periodista estaba en la mira del jefe de prensa de Franco porque en agosto del año anterior se había presentado en Sevilla con credenciales falsas y había logrado realizar una entrevista al general Queipo del Llano en la que el cabecilla del golpe militar admitía que las tropas sublevadas contra la República española contaban con el apoyo de los nazis y los fascistas. En una segunda incursión en España, Koestler había buscado en Madrid documentos que demostraban que la Alemania nazi había intervenido directamente en los preparativos del alzamiento de Franco. Ese material fue recaudado para defender la causa republicana ante la Sociedad de las Naciones. Además, parte del mismo fue publicado en L’ Espagne ensanglantée, un libro editado bajo la supervisión de Willi Münzenberg, jefe del Departamento de Agitación y Propaganda de la Komintern en Europa occidental y hombre designado por Moscú para estar a cargo de la campaña internacional a favor de los republicanos españoles.

La edición alemana de L’ Espagne ensanglantée salió a principios de enero de 1937; la francesa estaba en imprenta cuando Koestler recibió la orden de volver a territorio español por tercera vez. El gobierno republicano había organizado una agencia internacional de noticias. En Gran Bretaña se llamó Spanish News Agency; en Francia, Agence Espagne. El periodista de origen húngaro era uno de los dos primeros corresponsales de guerra en ser enviados por esa agencia. Se encargaría de cubrir el frente meridional desde Málaga. Antes de salir de París, recibió el encargo adicional de informar para el diario británico News Chronicle.

Koestler estuvo incomunicado durante cuatro días en la prisión de Málaga. El 13 de febrero fue trasladado a la prisión central de Sevilla, donde estuvo confinado tres meses en un calabozo de aislamiento, en la galería de los condenados a muerte. Su celda era la número 40. No fue golpeado ni torturado, pero fue testigo de las palizas y ejecuciones de otros reclusos. Al undécimo día de su arresto, el 19 de febrero, tres oficiales que se identificaron como miembros del Departamento de Prensa y Propaganda del general Franco se presentaron en la celda para informarle que estaba sentenciado a muerte por espionaje.

Se sabía culpable. Había incursionado en territorio enemigo mediante el engaño y había hecho todo lo posible para perjudicar a su causa. En L’ Espagne ensanglantée había acusado a los franquistas de cometer ciertas atrocidades aunque dudaba de la autenticidad de la documentación que había usado.

Las incursiones de Koestler a España habían sido ideadas por Willi Münzenberg y Otto Katz, su mano derecha, los creadores del «frente» comunista camuflado, la institución que habría de captar la adhesión del simpatizante liberal, del compañero de viaje progresista. No es casual que su arresto fuera objeto de una campaña sin precedentes. Hasta ese momento ni Hitler ni Mussolini se habían atrevido a ejecutar a los miembros de la prensa extranjera; a lo sumo, los habían expulsado de su territorio. Por consiguiente, el caso de Koestler representaba un paso más hacia la abolición de la libertad intelectual en una Europa asediada por el fascismo.

Gracias a las exigencias del Parlamento inglés y a la presión de la opinión pública europea, el periodista salvó su vida y recuperó su libertad en un canje de rehenes.

En la celda se había prometido que si llegaba a salir con vida escribiría sus memorias, pero antes de consumar ese proyecto quien fuera miembro del Partico Comunista alemán habría de escribir un corpus testimonial y de ficción de inestimable importancia política y notable calidad estética, como El cero y el infinito (1940).

Título fundacional de la novela política, El cero y el infinito relata el cautiverio y los interrogatorios a los que es sometido Nikolái Salmónovich Rubashov, figura pionera de la Revolución que ha sido acusado de contrarrevolucionario. A semejanza de algunos personajes de la vieja guardia bolchevique que habían ocupado cargos en la alta jerarquía soviética, como Karl Radek y Nikólai Bujarin, Rubashov está acusado de haber ejecutado actos de sabotaje industrial, de haber negociado con representantes de una potencia extranjera dispuesta a ayudar a la oposición para derrocar al régimen y de haber planeado el asesinato del Número Uno. Las estrategias de las que se valen los fiscales encargados de obtener la confesión consisten en producir el agotamiento por supresión del sueño, un método que genera en el acusado el temor de estar a punto de perder el equilibrio mental y un profundo anhelo de encontrar la oscuridad con los ojos abiertos, de no despertar nunca más. En la soledad de la celda, cuando logra sobreponerse a los efectos de ese método que hace desaparecer toda noción del sentido de la realidad, el viejo miembro del Partido trata de entender dónde reside el error lógico que conduce al proyecto revolucionario a un régimen donde el ideal del Estado socialista es mancillado.

El escritor estaba al tanto de los métodos empleados por la NKGV para obtener confesiones por su amiga Eva Weissberg, quien había sido arrestada en abril de 1936. Durante el año y medio que pasó en Lubianka (sede central de la NKGV) los funcionarios de la policía secreta soviética habían tratado de adiestrarla para representar el papel de pecadora arrepentida en el juicio que se preparaba contra Bujarin. Ella intentó suicidarse y fue liberada gracias a las gestiones realizadas por el cónsul austríaco.

El totalitarismo se apoderaba de Europa. Y quienes denunciaban los crímenes de la Alemania nazi, la Italia fascista y la España franquista optaban por el silencio cuando las atrocidades ocurrían en los países sometidos al régimen soviético. Consciente de lo que estaba pasando en el territorio sometido a la voluntad de Stalin –donde había estado entre julio de 1932 y abril de 1933–, Koestler sintió la imperiosa obligación de no ser cómplice pasivo de los verdugos de algunos amigos que tenía en Georgia, Ucrania, Azerbaiyán, Turkmenistán y Moscú. Lo que él había experimentado en territorio franquista no era muy diferente a lo que muchos padecían bajo la bota del sucesor de Lenin.

El cero y el infinito fue escrita en alemán, tardaría cuatro años en adquirir forma y sería la categórica manera como el autor se desvinculó del Partido Comunista. La novela sería editada originalmente por Jonathan Cape en Inglaterra en 1940 con el título de Darkness at Noon. No vendería muchos ejemplares pero es probable que haya sido leída por George Orwell. (Cuando los libros de historia de la Revolución empiezan a ser descatalogados y reemplazados, y los viejos recuerdos de los líderes revolucionarios muertos empiezan a ser reemplazados por recuerdos distintos, Rubashov advierte con ironía que lo único que le faltaba al Número Uno era ordenar la edición de números adulterados de viejos periódicos, una de las labores que desempeñará Winston Smith en 1984.)

La manera como reaccionaron los comunistas franceses ante la aparición de Le Zero et l’ Infini serviría para determinar la contundencia ética y política de la novela. Como se trataba del primer enjuiciamiento moral sobre el estalinismo publicado en Francia en la postguerra, los comunistas trataron de intimidar a los editores para que no la publicaran. Al no conseguirlo, compraron ediciones completas del libro y las destruyeron. Cuando las ventas superaron el cuarto de millón de ejemplares, atacaron al libro y a su autor en grandes mítines. Los niveles de intimidación llegaron a ser tan alarmantes que el traductor optó por ocultar su nombre valiéndose de un seudónimo y luego decidió que no se hiciese mención a su figura en posteriores ediciones.

La arremetida comunista abarcó desde amenazas de agresión física contra el autor hasta cuestionamientos académicos. Uno de los análisis más categóricos que mereciera el libro estuvo a cargo de Maurice Merleau-Ponty, quien le reprochó al novelista su incapacidad para entender que cualquier acción está permitida con tal de alcanzar la meta anhelada por Marx y Lenin. Basándose en el sólido dominio que poseía de la dialéctica marxista, el autor de Humanismo y terror (1947) llegó a afirmar lo siguiente:

La astucia, la mentira, la sangre derramada, la dictadura, se justifican si hacen posible el poder del proletariado, y en esa medida solamente. La política marxista es, en su forma, dictatorial y totalitaria. Pero esta dictadura es la de los hombres más puramente hombres, esta totalidad es la de los trabajadores de toda clase que vuelven a tomar la posesión de Estado y de los medios de producción (…) El leninista, puesto que persigue una acción de clase, abandona la moral universal, pero esta le será devuelta en el nuevo universo de los proletarios de todos los países.

Quizás uno de los grandes méritos de El cero y el infinito haya sido el haber obtenido esta declaración de principios de un auténtico intelectual de izquierda. Lo irónico del asunto es que, al asumir la estela de cadáveres dejada por los forjadores de la utopía proletaria como algo necesario, Merleau-Ponty exponía con absoluta nitidez el tipo de razonamiento que tipifica como genocidas los crímenes y atrocidades cometidos por los regímenes de derecha y que celebra con beneplácito esas mismas acciones cuando son realizadas enarbolando el estandarte de la Revolución marxista: la axiología del intelectual progre, un sistema de valores que se impuso a lo largo del siglo pasado y que prevalece en la actualidad.

 

 

 

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