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El consejo de Franco que el presidente Johnson rechazó y le habría ahorrado la humillación en Vietnam

El jefe de Estado español envió una carta extensa al presidente de Estados Unidos en 1965, después de que este le solicitara ayuda militar para aquel conflicto asiático

 

«No nos retiraremos, mantendremos la palabra dada. Evacuar ahora Vietnam nos obligaría a acudir muy pronto a otro campo de batalla. Es un deber nacional, una promesa que yo, como presidente, mantendré». Lo que Lyndon B. Johnson le estaba diciendo al mundo en esta conferencia recogida por ABC de la universidad John Hopkins de Baltimore, en abril de 1965, es que Estados Unidos no iba a retirarse de aquella guerra. No le importaban los reveses ni el coste político. Estaba tan convencido, que sacó pecho y aseguró: «No nos derrotarán, no nos cansaremos».

 

Lyndon B. Johnson, en 1964
                                                        Lyndon B. Johnson, en 1964

 

Más de 3.000 marines acababan de desembarcar en Da Nang y Estados Unidos buscaba ahora el apoyo militar de diferentes países para lanzarse con todo sobre Vietnam. Quería la guerra total. Su secretario de Defensa, Robert McNamara, estaba convencido de que solo así podrían cerrar aquel episodio antes de las Navidades con una victoria aplastante. Para ganarse a esos aliados, la Casa Blanca fingió un ataque sobre su destructor «USS Maddox» que, años más tarde, quedó demostrado por los «Papeles del Pentágono» que no había existido. Pero no importó, porque en ese momento le sirvió como pretexto para justificar la intervención abierta con todo el potencial militar posible. Una intervención que iba a suponer, con el envío de más de 500.000 soldados, la mayor movilización militar del país desde la Segunda Guerra Mundial.

Uno de los primeros países a los que pidió ayuda fue España, como buen enemigo del comunismo que sabía que era. Además, Franco se había convertido en un aliado fiable con la firma de los acuerdos con el presidente Dwight D. Eisenhower en 1959, por los que Estados Unidos trajo sus primeras bases militares a la Península Ibérica. Johnson le envió una carta al jefe de Estados español, convencido de que no se encontraría un «no» por respuesta.

La petición de Johnson

En esta misiva, fechada el 26 de julio de 1965, el presidente americano le dice cosas como: «A lo largo de estos últimos días he estado revisando la situación a la luz de recientísimos informes procedentes de mis colaboradores de mayor confianza. Aunque aún no se han adoptado decisiones definitivas, puedo decirle que será necesario incrementar las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos en un número que podría igualar, o ser superior, al de los 80.000 hombres […]. En esta situación debo expresarle mi profunda convicción personal de que las perspectivas de paz en Vietnam aumentarán en la medida que los necesarios esfuerzos de Estados Unidos sean apoyados y compartidos por otras naciones que comparten nuestros propósitos y preocupaciones. Sé que su Gobierno ha mostrado ya su interés y preocupación concediendo asistencia. Le pido ahora que considere seriamente la posibilidad de incrementar dicha asistencia mediante métodos que indiquen claramente al mundo (y especialmente a Hanoi) la solidaridad del apoyo internacional a la resistencia contra la agresión en Vietnam […]. Sinceramente, Lyndon B. Johnson.»

 

 

Soldados estadounidenses, en Vietnam, en 1968
                                        Soldados estadounidenses, en Vietnam, en 1968EPA

 

 

El presidente demócrata estaba muy seguro de sí mismo, quizá motivado por el éxito que estaban teniendo sus políticas internas. Ese mismo año había logrado que se aprobaran muchos de sus programas sociales, algunos tan importantes como las viviendas de bajo coste, una ayuda federal para la educación, las artes y las humanidades, un seguro de salud para los ancianos ( Medicare), otro para los más desfavorecidos (Medicaid) y, sobre todo, la famosa La Ley de Derecho al Voto, por la que millones de afroamericanos pudieron, por fin, acudir a las urnas. Su objetivo era construir una nación donde todos los ciudadanos tuvieran las mismas oportunidades y una buena calidad de vida.

Sin embargo, y como consecuencia de este creciente intervencionismo, se comenzó a producir el divorcio entre la clase dirigente y una sociedad americana cada vez más antibelicista. Una concienciación que estuvo influenciada por los horrores difundidos por los medios de comunicación y alimentada por las manifestación masivas contra la guerra.

En esa situación, la respuesta de Franco, entregada por el embajador en Washington Merry del Val tres semanas después, no fue la esperada. Y se podría decir que hasta profética. En ella, el dictador le daba a Johnson en ella una serie de consejos para que abandonara aquella guerra que, según él, le iba a llevar al más absoluto fracaso: «Mi experiencia militar y política me permite apreciar –escribe Franco– las grandes dificultades de la empresa en que os veis empeñados: la guerra de guerrillas en la selva ofrece ventajas a los elementos indígenas subversivos que con muy pocos efectivos pueden mantener en jaque a contingentes de tropas muy superiores. Las más potentes armas pierden su eficacia ante la atomización de los objetivos. No existen puntos vitales que destruir para que la guerra termine. Las comunicaciones se poseen en precario y su custodia exige cuantiosas fuerzas. Con las armas convencionales se hace muy difícil acabar con la subversión. La guerra en la jungla constituye una aventura sin límites».

«Las consecuencias inmediatas del conflicto»

Esta guerra de guerrilla a la que se refiere Franco ya le había causado numerosos estragos a Johnson en Vietnam. El mismo dictador la había sufrió en Marruecos durante el primer cuarto del siglo XX y sabía de lo que hablaba. El Ejército de Estados Unidos se encontró con múltiples dificultades a la hora de combatir al Vietcong, que empleaba esta vieja táctica para salvar la superioridad armamentística y numérica del enemigo, como apuntaba Franco. «Por otra parte, aunque reconociendo la insoslayable cuestión de prestigio que el empeño pueda presentar para vuestro país, no se puede prescindir de pensar las consecuencias inmediatas del conflicto. Cuanto más se prolongue la guerra, más se empuja a Vietnam a ser fácil presa del imperialismo chino, incluso suponiendo que se pueda quebrantar la fortaleza del Vietcong. Subsistirá mucho tiempo la acción larvada de las guerrillas, que impondrá la ocupación prolongada del país en que siempre seréis extranjeros. Los resultados, como veis, no parecen estar en relación con los sacrificios», insiste el dictador, en una serie de explicaciones tan detalladas como cordiales, que recoge Javier Santamarta en «Siempre tuvimos héroes» (EDAF, 2017).

 

Franco, en un retrato de Juan Gyenes
                                           Franco, en un retrato de Juan GyenesABC

 

Según la visión del caudillo español, no parecía que las masacres producidas por el bombardeo indiscriminado con napalm fueran a ser suficientes para vencer a estos guerrilleros conocedores del terreno. Su líder, el comunista Ho Chi Minh, merecía por ello el máximo respeto para Franco: «No le conozco, pero por su historia y sus empeños en expulsar a los japoneses, primero; a los chinos, después, y a los franceses más tarde, hemos de conferirle un crédito de patriota, al que no puede dejar indiferente el aniquilamiento de su país. Y dejando a un lado su reconocido carácter de duro adversario, podría ser, sin duda, el hombre que necesita Vietnam».

No contento con el análisis militar de la situación, el gallego se atreve a ofrecerle toda una serie de razonamientos políticos que, según él, Lyndon B. Johnson debería tener en cuenta: «La subversión en Vietnam, aunque a primera vista se presenta como un problema militar, constituye un hondo problema político a mi juicio. Está incluido en el destino de los pueblos nuevos. No es fácil para Occidente comprender la raíz de sus cuestiones. Su lucha por la independencia ha estimulado sus sentimientos nacionalistas. La falta de intereses que conservar y su estado de pobreza les empuja hacia el social-comunismo, que les ofrece mayores posibilidades y esperanzas que el sistema liberal patrocinado por Occidente, el cual les recuerda la gran humillación del colonialismo. Los países se inclinan en general al comunismo porque, aparte de su poder de captación, es el único camino eficaz que se les deja. El juego de las ayudas comunistas rusa y china viene siendo para ellos una cuestión de oportunidad y provecho. Es preciso no perder de vista estos hechos. Las cosas son como son y no como nosotros quisiéramos que fueran. Se necesita trabajar con las realidades del mundo nuevo y no con quimeras. ¿No es Rusia una realidad con la que ha habido que contar? ¿No estaremos en esta hora sacrificando el futuro a aparentes imperativos del presente? A mi juicio hay que ayudar a estos pueblos a encontrar su camino político, lo mismo que nosotros hemos encontrado el nuestro».

«El primer vencedor contra el comunismo»

Franco no daba su brazo a torcer y acababa la misiva sin soltar una sola palabra sobre de apoyo militar solicitado. Tampoco se conoce la reacción del presidente estadounidense ante la carta. No hay que olvidar que estaba escrita por el líder de un régimen autoritario que, además de militar, era calificado como «el primer vencedor contra el comunismo». Aún así, la ayuda militar no llegó, pero España envió a cambio una delegación de médicos y sanitarios. Fue la primera misión de paz de nuestras Fuerzas Armadas en el siglo XX.

De lo que no cabe duda es de que el líder del mundo libre no tuvo en consideración las palabras del español y, diez años después, con Nixon ya en el poder, Estados Unidos se veía obligado a abandonar la guerra derrotado y afectado por una profunda crisis moral. Consciente de fracaso que estaba viviendo en Vietnam antes de abandonar la Casa Blanca, el presidente Johnson renunció a presentarse a la reelección en 1968.

 

 

 

 

 

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