El credo de Raúl Castro
Nadie pudo pensar, cuando Jorge Bergoglio se asomó por primera vez a la fachada de San Pedro —hace poco más de dos años—, que el primer papa americano de la historia rompería el hielo entre Cuba y EE UU, y que sus respectivos presidentes reconocerían la autoridad moral del Pontífice. Pero había algo todavía más improbable: los católicos más optimistas jamás habrían creído que iban a escuchar alguna vez al presidente de la Cuba revolucionaria —la misma que hasta hace pocos años prohibía celebrar la Navidad— asegurar que volverá a rezar y a ir a la iglesia “si el Papa sigue así”.
Todo esto es lo que sucedió ayer en Roma cuando Raúl Castro acudió a visitar al Papa y salió de su despacho con una confesión tan sorprendente en lo personal como de amplio calado político en el futuro de la isla caribeña y de América.
Francisco ha colocado a la Iglesia entre los protagonistas del cambio que se avecina en Cuba, cuya apertura al mundo —expresión empleada por Juan Pablo II en La Habana— se va afianzando. En septiembre, Francisco viajará a Cuba (donde, por cierto, el Gobierno de Colombia y las FARC negocian la paz) y a EE UU, no sólo como líder espiritual, sino como copiloto del proceso de diálogo que empezó en enero. Roma, partidaria de una reforma pacífica y gradual en Cuba, no se limita a seguirlo desde lejos: un movimiento que debe ser tenido en cuenta por todos aquellos que tengan intereses en la isla.