El Cristo de La Habana: Sobrevivió a tres rayos y dos conspiraciones
El asalto al Palacio presidencial de La Habana (Cuba) en 1957 motivó su construcción
No es el Corcovado de Brasil, ni el Jesús de Lisboa, ni el de Lubango en Angola. Es el Cristo de La Habana, del que poco se habla pero mucha historia ha discurrido a sus pies.
Es una mole de 320 toneladas que impresiona al visitante y guarda, cual centinela, una fe que seis décadas de ateísmo no han vencido. El Cristo de Río abre sus brazos. Este lo que mantiene abiertos son los ojos, muy a pesar de que se le dejaron vacíos, a fin de que diera la impresión de mirar a todos desde cualquier lugar. En efecto observa, atento, lo que ocurre a sus pies, mostrando su corazón, el Corazón de Jesús, la devoción que lo inspiró.
Conspiración política, telón de fondo
Detrás de su edificación, hay una historia de conspiración política. En 1957, se produjo un asalto al Palacio Presidencial de La Habana. Gobernaba en aquel tiempo el dictador Fulgencio Batista y el objetivo de los conjurados era eliminarlo y tomar el poder. Su esposa, muy angustiada, emprende el proyecto de construir la estatua como una promesa al Corazón de Jesús por la vida de su marido. Batista lo miraba desde otra perspectiva: inaugurarla sería una manera de ganar el apoyo popular que se le diluía.
Comenzaron las recaudaciones, se formó un patronato y mucha gente contribuyó a financiar el proyecto.
La belleza masculina, vista por una mujer
Es una colosal obra cuya autora es una mujer cubana, Jilma Madera. Se fue a Italia y pasó dos años preparando el proyecto. Ella no se fijó en ninguna imagen existente de Jesús, sino que la esculpió atendiendo a lo que para ella representaba el ideal de belleza masculina. Diversas reseñas citan una frase de la artista, por cierto fallecida en Cuba en el año 2000:
«Seguí mis principios y traté de lograr una estatua llena de vigor y firmeza humana. Al rostro le imprimí serenidad y entereza como para dar alguien que tiene la certidumbre de sus ideas; no lo vi como un angelito entre nubes, sino con los pies firmes en la tierra.»
La imagen tiene 20 metros de altura, está compuesta por 67 piezas que llegaron a Cuba desde Italia, antes de cuya partida recibieron la bendición del Papa Pío XII. Es la única escultura en el mundo hecha de sólidas 300 toneladas de mármol blanco de Carrara. El legendario cardenal Arteaga la inauguró, muy a su pesar y no por el Cristo, obviamente, sino por las irreconciliables diferencias que lo apartaban del dictador y su gobierno.
La otra conspiración
La historia registra que la imagen, situada en el poblado de Casa Blanca, en el municipio de Regla, se emplazó en la colina de La Cabaña el 24 de diciembre, Nochebuena, de 1958. Tan solo quince días después de su inauguración, el 8 de enero de 1959, Fidel Castro entró en La Habana después de derrocar al gobierno de Fulgencio Batista mediante lo que se conoce como la Revolución cubana.
Proféticas palabras las de la escultora: firme, el Cristo ha resistido el paso del tiempo y la corrosiva desidia del régimen de Fidel Castro.
La imagen fue por mucho tiempo abandonada. La conspiración contra lo que la figura representaba tomó la forma de la defenestración comunista, del descuido, la dejadez y la negligencia de un régimen ateo que muy pronto comenzó a perseguir a los creyentes, a la Iglesia Católica y a tratar, por todos sus medios, de erradicar la fe del corazón de los cubanos.
Ubicada a 51 metros sobre el nivel del mar, casi ni se divisaba pues, a propósito, dejaron crecer matorrales que impedían su vista en perspectiva, a pesar de que, en condiciones normales, su altura permitía ser apreciada desde casi todos los puntos de la ciudad. El colmo del descuido es que no fue sino hasta el 2017 cuando fue declarado Monumento Nacional, el día 6 de noviembre. Últimamente, la estructura fue rescatada y en 2013, el trabajo obtuvo el Premio Nacional de Restauración.
Tampoco estuvo a salvo de los furiosos temporales cubanos. De hecho, fue alcanzada por rayos en tres oportunidades, en los años 1961, 1962 y 1986, hasta que, finalmente, colocaron una protección. Pero la imagen seguía firme y serena, intacta e impertérrita, como sabiendo que su puesto está allí, al lado de los cubanos que tampoco olvidan su devoción. Tan es así que en los años 90, con la apertura a cierta libertad religiosa, la estatua –que no era visitable por estar situada en una zona militar- fue reabierta al público, ocasión en que jóvenes católicos rezaron un Vía Crucis a sus pies en el marco de un acto de desagravio.
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Ícono y patrimonio
El Cristo de La Habana tiene una mano en el pecho y otra levantada en gesto de bendecir. Desde su descomunal altura, bendice a Cuba y a los cubanos desde hace 62 años.
Un patrimonio espiritual que permanece en el alma cubana y que jamás debe ser de nuevo abandonado. Su valía artística debe mantenerlo por encima de rencillas del pasado, de conspiraciones perdidas en la historia y, sobre todo, fuera de las garras de ideologías y otros extravíos y patologías que invaden la vida pública.-