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El cuento de quienes somos, en nuestra lengua

“Doctorada en Clásicas, filóloga e historiadora, la escritora de Zaragoza, España, que ya era ensayista y cuentista infantil, se dedicó afanosamente durante la pandemia, mientras el mundo dirimía cosas veredes, a escribir la historia del libro, su paso por cada una de las culturas antiguas que lo albergó, el poder de sus páginas, su travesía de imperio a imperio, y su universal importancia, independientemente del tiempo y el espacio”

Vallejo el

 

La travesía de norte a sur que Irene Vallejo recién acometió esta primavera, a través del continente americano, ha sido como si un nuevo 12 de octubre de 1492 hubiese inaugurado una era inédita.

Con El infinito es un junco, que se ha traducido a decenas de idiomas y le ha contado otra vez al mundo de dónde venimos, Vallejo fue de Canadá al cono sur, pasando por New York, Washington y Chicago, recibiendo preguntas y presentando su libro, un libro de libros en el que, a través de la historia del que sea quizás el objeto más preciado de la historia, la invención de invenciones, la autora nos cuenta, cuando ya nos ha seducido, sobre nuestros ancestros culturales, geográficos, religiosos y  existenciales.

Doctorada en Clásicas, filóloga e historiadora, la escritora de Zaragoza, España, que ya era ensayista y cuentista infantil, se dedicó afanosamente durante la pandemia, mientras el mundo dirimía cosas veredes, a escribir la historia del libro, su paso por cada una de las culturas antiguas que lo albergó, el poder de sus páginas, su travesía de imperio a imperio, y su universal importancia, independientemente del tiempo y el espacio.

Esta magnífica obra, que nos atrapa con una prosa erudita, cercana y seductora, hechiza hasta la maravilla a su lector, como si de los infinitos cuentos de Sherezade se tratara, tiene el aderezo insustituible tono de su autora, quien nos cuenta con una voz candorosa, también admirada, uno de los libros de historia mejor escritos jamás.

El infinito en un junco tiene la osadía, la gracia, la ambición y el logro de contar la civilización occidental desde que se convirtió en cultura, es decir, desde que el libro empezó a albergar el conocimiento, la historia y la cultura. Sus páginas nos pasean por sus primeras grandes cajas fuertes (las bibliotecas de antaño nada tienen que ver con las que conocemos o imaginaríamos), lo que resulta en un viaje de milenios a través de emperadores y escribanos en tierras lejanas.

Sea quizás el único libro que, siendo un ensayo literario, comprende tamaña proeza, en español, para el resto del mundo.

Es un texto en el que los humanos somos contados como nunca antes, en esta, la lengua que nos es materna.

De modo que estamos frente a un hito sin igual.

Es un hecho realmente afortunado saber que la historia del mundo se cuenta en tu propio idioma y que estás vivo para verlo (leerlo).

Desde Miami, he seguido su gira y aunque en esta oportunidad no he podido asistir a sus presentaciones, sé que habrá una oportunidad en el futuro.

En Washington, Carmen Helena Ruzza, doctora en Literatura Latinoamericana y profesora de la American University, recientemente presentó en Cartagena, Colombia, un trabajo de investigación sobre la convergencia y multiplicidad de géneros utilizados por la española en el ya celebrado libro de libros. Cuando Vallejo estuvo en la Universidad de Georgetown, ambas amantes y especialistas de la filología se encontraron: «Más que una presentación, fue reconocernos como mucho más que lectores de su obra, salimos de ahí con la sensación de que pertenecemos a una especie de tribu de tiempos inmemoriales», confiesa Ruzza.

Y es esa la sensación que uno tiene al leer El infinito en un junco. Irene Vallejo nos escribe y nosotros leemos. Y juntos viajamos hasta las obsesiones de Alejandro Magno, comentamos el Quijote o le contamos cuentos nocturnos a nuestros hijos. Hay una estirpe que ha pertenecido a todos los tiempos y culturas, la estirpe que escribe y lee, que lleva consigo libros, ideas, historias, fantasías y conclusiones científicas, la estirpe del sueño y la epifanía. Una estirpe presentada en toda su inmensidad, originalmente en español, por esta extraordinaria autora zaragozana, que ahora recorre el mundo en sus innumerables traducciones.

Muy joven para una epopeya como la que ha acometido, Vallejo se comunica con sus lectores a través del Twitter con una sencillez inverosímil. Agradece, conversa y recibe elogios con una humildad esplendorosa.

Así, le comenté que escribiría este texto para preguntarle sobre sus impresiones del viaje, pero antes de hablar de su libro, insistió en una idea que mencionó varias veces mientras hacía el viaje, relacionada con los autores provenientes de América de los que se siente deudora:

«Quisiera reconocer a mis maestros en español: Borges, que nos enseñó a concebir la historia humana como una crónica de nuestra relación con los relatos. Y Alberto Manguel, que me descubrió la dimensión cambiante de los rituales que nos aproximan a los libros en su Historia de la lectura. Mi infinito se reconoce —humildemente— en esa genealogía», me escribe.

El infinito es un junco es eso que llaman un clásico instantáneo. Ha sido una pena no poder asistir a las presentaciones que Vallejo hizo por el continente, pero ella, antes, se ha encargado de proponernos una cita insuperable. La del viaje más impredecible, universal y frondoso: la historia del libro.

Si no lo ha leído aún, puede ya considerarlo un pendiente. Después, no querrá perderse sus artículos ni sus otros libros de ensayos breves.

 

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