El Día de la Mujer en Cuba, una fecha desde la institución
Acostada, con la luz apagada, siente que cada una de sus vértebras lanza un lamento. Después de llegar del trabajo ha pasado cuatro horas en la cocina, bañado a su madre inválida, hecho las tareas escolares junto a los hijos, salido de compras y preparado un informe administrativo. En la televisión, los locutores lanzan felicitaciones por el Día de la Mujer, pero suena como un eco lejano que no influye en su vida.
Este 8 de marzo los centros laborales terminan sus jornadas más temprano, los funcionarios entonan melosos discursos y las flores se agotan en los puntos de venta. Los noticieros se llenan de imágenes de féminas que cortan caña, traen a la vida un bebé y exhiben un fusil sobre el hombro. La política tampoco falta. El oficialismo aprovecha para asegurar que solo «después de enero de 1959″ las cubanas hemos sido reconocidas.
No hay programada ninguna marcha de protesta, ninguna actividad de demanda, como si la vida de las féminas en este país fuera un camino de rosas
La orquesta sinfónica nacional prepara un concierto especial, la Empresa de Correos pone a la venta postales de bastante mal gusto, mientras la Central de Trabajadores de Cuba le dedica la jornada a Fidel Castro y a la «eterna presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas» Vilma Espín Guillois. No hay programada ninguna marcha de protesta, ninguna actividad de demanda, como si la vida de las féminas en este país fuera un camino de rosas.
El ruido de la música, las consignas y el triunfalismo no dejan escuchar nuestras quejas. La jornada, convertida en obligatoria festividad, no permite que broten los reclamos y se hable –a sujetador quitado– sobre los problemas que atenazan nuestra cotidianidad. «Hoy es día para homenajear, no para quejarse», dirán muchos; pero mañana otros temas llenarán la agenda y tampoco será «un buen momento» para hablar.
Sintomáticamente la iniciativa de un paro de mujeres bajo la consigna #NosotrasParamos no encuentra espacio aquí, a pesar de que 45 países se han sumado a las protestas para reivindicar la igualdad entre hombres y mujeres. La falta de independencia de las asociaciones femeninas y su subordinación al Gobierno impiden que la propuesta nos lleve a la calle con carteles y demandas.
El machismo y la discriminación de género llena cada espacio de nuestra cotidianidad. En los medios, una pegajosa canción infantil cuenta la historia de una madre hormiga que le reclama a su hija que abandone los juegos y la ayude a planchar, barrer y fregar; pero la caprichosa chiquilla prefiere sus muñecas. En las escuelas las maestras preparan un área de cocinas rosadas y camitas de bebé para que las niñas jueguen, mientras reservan los carritos y los juegos de armar para los varones. En los centros laborales, los jefes se sienten en la potestad de piropear, acosar y tocar a sus subordinadas, muchas veces bajo la creencia de que «a ellas les gusta».
El poder sigue siendo de un machismo anticuado y casposo, pretendidamente «caballeresco», que pasa del halago al insulto hacia las faldas
En el discurso oficial se nos ve como elementos decorativos, como una necesaria cuota de género o simples piezas del engranaje ideológico. El poder sigue siendo de un machismo anticuado y casposo, pretendidamente «caballeresco», que pasa del halago al insulto hacia las faldas. Aquella que comparte su ideología es una «flor hermosa de la Revolución», la disidente solo se merece esa dura palabra de cuatro letras que cuestiona nuestra moralidad.
El movimiento feminista cubano está muerto. Lo mató este sistema al quitarle la autonomía, apagar el discurso de las reivindicaciones e imponer la falsa premisa de que la mujer se emancipó hace cinco décadas. Toda una falacia que esconde el drama de millones de féminas condenadas a dobles o triples jornadas laborales, sometidas al acoso sexual y sobreviviendo cada día con una dosis de antidepresivos.
Toda la larga crisis económica que hemos vivido ha tenido como principal víctima a las mujeres. El desabastecimiento las ata a las largas colas para comprar alimentos y al estrés de tener que «inventar» cada día un plato de comida. La acelerada emigración las ha separado de sus hijos y los recortes de plantilla las ha devuelto a la casa, de regreso al fogón.
¿Dónde están las cifras de mujeres asesinadas o golpeadas por su parejas? ¿Dónde puede refugiarse una esposa acosada que teme la próxima paliza?
Las cifras de profesionales, diputadas a la Asamblea Nacional, científicas de bata blanca o deportistas no pueden esconder la otra parte. Las de aquellas mujeres golpeadas, amenazadas por un novio que les ha jurado que las matará si las ve con otro, las violadas dentro o fuera del matrimonio o las que han tenido que intercambiar sexo por ascensos laborales.
¿Dónde están las cifras de mujeres asesinadas o golpeadas por su parejas? ¿Dónde puede refugiarse una esposa acosada que teme la próxima paliza? ¿Por qué no se habla de femicidio en los medios nacionales si cada una de nosotras conoce al menos a algún caso donde la furia machista terminó con una vida?
Hoy no es un día para celebrar, sino para preocuparse. Una jornada de exigencias que ha sido apagada por la música de un machismo renuente a que tengamos voz propia.