El día en que la policía secreta me arrestó
En septiembre de 1975, Michel Foucault, Yves Montand, Regis Debray y Costa-Gavras visitaron Madrid para protestar por la ejecución de varios terroristas de ETA y FRAP. William Chislett, corresponsal de The Times, fue detenido por cubrir su rueda de prensa.
Empecé a trabajar en Madrid para The Times en agosto de 1975, con 24 años, y un mes más tarde, el 22 de septiembre, fui detenido y esposado por la policía secreta y conducido, junto con otros periodistas, a la sede de la Dirección General de Seguridad (DGS) en la Puerta del Sol (hoy sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid).
Me detuvieron por asistir a la rueda de prensa del actor francés Yves Montand, el escritor Regis Debray, el director de cine Costa-Gavras, el filósofo Michel Foucault y otros tres franceses que vinieron a Madrid para protestar por la prevista ejecución, el día 27, de 11 terroristas declarados culpables del asesinato de policías y guardias civiles.
No solo había asistido a una rueda de prensa ilegal (celebrada en la planta 15 del hotel Torre de Madrid, en la Plaza de España), sino que ese día no llevaba conmigo mi credencial de prensa extranjera. Los franceses fueron conducidos al aeropuerto de Barajas y deportados, y a mí me detuvieron sin incidentes durante aproximadamente una hora. Puede que el hecho de no ser español me salvara de un trato más duro. The Times publicó el 23 de septiembre mi reportaje1 y una foto en la revista Cambio 16 me mostraba sentado con los franceses antes de que irrumpiera la policía.


En aquella época yo llevaba un diario y en él escribí: “Había jeeps de la policía aparcados en la calle y dos policías con metralletas nos vigilaban. Al principio la situación era tensa, pero se calmó cuando uno de los periodistas mostró a la policía fotos suyas estrechando la mano a Franco. Pedí que me volvieran a poner las esposas, que estaban mal puestas”.
La Asociación de Corresponsales Extranjeros envió una carta de protesta a León Herrera Esteban, ministro de Información, pidiéndole que pusiera la detención de los corresponsales en conocimiento de José García Hernández, ministro de Gobernación, para que tomara “las medidas adecuadas para garantizar el libre ejercicio de nuestras funciones profesionales”. Huelga decir que la carta no surtió efecto.
La prensa británica, a diferencia de la española, era libre de informar de lo que quisiera, y cubrió ampliamente y de forma destacada, a menudo en primera página, el período previo a las ejecuciones y las ejecuciones mismas. Yo trabajaba con el veterano periodista Harry Debelius (llegó a España en 1955), que informó de que ocho ministros de Franco amenazaron con dimitir si se llevaban a cabo las ejecuciones. Ese reportaje hizo que un periodista del diario ABC le llamara por teléfono para hablar de su crónica. En aquella época era bastante habitual que la prensa española informara de lo que decía la prensa extranjera sobre temas controvertidos en España, en lugar de escribir directamente y enfrentarse a posibles sanciones. El diario vespertino Informaciones, el más liberal de su época, publicó en portada el informe de Debelius. El ministro de Información lo tachó de “cuento de hadas”.
Esta táctica de la prensa española probablemente hizo que los corresponsales extranjeros fueran más odiados de lo que ya eran por los fervientes partidarios del régimen. El propio Debelius, como recogí en mi diario, pensaba que algún día le “echarían de España”, lo que, según él, sería una pena, ya que amaba el país, pero estaba lleno de “mierdas”. Su hijo Peter, que estudiaba Medicina en la Complutense, le dijo a su padre que allí había gente en círculos de extrema derecha que querían que le expulsaran.
La prensa extranjera y española dio por hecho que los cinco terroristas (dos de ETA y tres del FRAP) serían ejecutados a garrote. En realidad fueron fusilados. Franco perdonó la vida a los otros seis, entre ellos dos mujeres que dijeron estar embarazadas. Fueron encarcelados. El garrote, un método bárbaro que data de la Edad Media en forma de cuerda o cinturón para estrangular que más tarde evolucionó hasta convertirse en un torpe instrumento mecánico, se había utilizado por última vez en España en 1974 para ejecutar a un anarquista catalán, Salvador Puig Antich. Tardó 12 minutos en morir.

The Guardian publicó una crónica de Richard Gott, citando un libro, La pena de muerte, de Daniel Sueiro, publicado en 1974, que incluía entrevistas con los hombres encargados de llevar a cabo las ejecuciones con este método. Uno de ellos admitió que la muerte podía durar hasta 25 minutos. La rapidez de la muerte dependía en parte de la velocidad a la que el verdugo giraba el mango del garrote.

Los reportajes de la prensa extranjera sobre las ejecuciones fueron mucho más vívidos que los de la prensa española. En el Sunday Telegraph, Harold Sieve dijo que los cinco fueron “valientemente” a la muerte y que uno de los miembros de ETA gritó “Viva el País Vasco Libre” segundos antes de caer al suelo. Nada de eso, por supuesto, apareció en la prensa española.

Las ejecuciones fueron condenadas por muchos países y provocaron manifestaciones en muchas capitales y ciudades de todo el mundo. La embajada española en Lisboa fue atacada e incendiada. Franco, enfermo de Parkinson desde hacía varios años, respondió con una gran concentración a favor del régimen en la Plaza de Oriente. Fue la última vez que se le vio en público.
- España expulsa a un grupo francés tras protestar por las ejecuciones
Yves Montand, estrella del cine francés, y Régis Debray, escritor socialista, figuran entre las siete personas expulsadas esta noche de España por intentar dar una rueda de prensa para protestar por las condenas a muerte dictadas contra 11 terroristas. Los periodistas, entre los que me encontraba yo y otros corresponsales extranjeros que cubrían la conferencia, fueron detenidos y esposados.M. Montand acababa de empezar a leer una declaración en la que protestaba por las sentencias cuando cinco policías de paisano entraron en un salón de la decimoquinta planta del hotel Torre de Madrid, en el centro de la ciudad. Uno de ellos dijo a Montand que dejara de leer y a todos los demás que permanecieran sentados.M. Montand exigió: “¿Somos prisioneros?”, “No, señor”, replicó uno de los policías. “Solo tienen que esperar aquí hasta que reciba nuevas órdenes”.
Más de 20 policías antidisturbios de uniforme gris acordonaron la entrada del bar, impidiendo que saliera nadie. Todos los que tenían pasaporte francés fueron separados del resto de los asistentes a la conferencia. Al cabo de una media hora, los siete fueron informados de que serían escoltados al aeropuerto y embarcados en un avión con destino a París.
La declaración que el Sr. Montand había empezado a leer estaba firmada por los ex ministros André Malraux y Pierre Mendès-France, y por el escritor Jean-Paul Sartre. En ella se pedía que “las reglas fundamentales de la justicia se respeten en España como en otros lugares”.
Unos 25 corresponsales, entre los que me encontraba, fuimos escoltados por la policía de ocho en ocho hasta la planta baja, donde nos condujeron a través de una avenida de hombres de seguridad y nos metieron en dos autobuses grises con las ventanillas cerradas.
A mí y a otras seis personas, entre ellas tres mujeres sin credencial, nos llevaron en coche a la sede de la policía de seguridad en la Puerta del Sol. En la comisaría nos quitaron las esposas, tomaron nuestros nombres y direcciones y comprobaron nuestra documentación. Después de una hora, la mayor parte del tiempo esperando en un pasillo, nos dejaron marchar.
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Fragmento del libro 27 de septiembre 1975. Los últimos fusilamientos de la dictadura franquista (El Garaje Ediciones).