El día en que un cohete estuvo a punto de caer sobre nuestras cabezas
Un relato del escritor Rodrigo Blanco Calderón sobre cómo la amenaza del cohete chino salvó su viernes: «Diosito, haz algo y ayúdame a no tener que ir mañana de compras»
Detesto ir de compras. Es una de las cosas que más odio en la vida. De verdad. Mi esposa lo sabe y es capaz de pedirle a un desconocido en la calle que la acompañe y pagarle para que haga de perchero mientras se prueba la ropa, con tal de que yo no vaya con ella. Así de energúmeno puedo llegar a ser apenas pongo un pie en un centro comercial. Pero hay ocasiones en que no tengo escapatoria y debo acompañarla.
Hoy, 4 de noviembre, iba a ser uno de esos días.
Me estresa tanto ir de compras que ya desde la noche anterior andaba de mal humor y me costó dormir. Mientras daba vueltas en la cama, recordé un capítulo de ‘Los Simpson‘ en el que Bart ruega a Dios para que le conceda un milagro y al día siguiente no tenga que ir a la escuela a presentar exámenes. Y Dios lo escucha y envía a Springfield una nevada fuera de estación que le otorga el tiempo pedido.
Yo hice lo mismo: Diosito, haz algo y ayúdame a no tener que ir mañana de compras. Te lo pido.
¿Por qué no?, fue lo que pensé. Apenas unos días antes, me había llegado un SMS que decía:
«ES-Alert TEST TEST TEST TEST TEST TEST OF MASSIVE ALERTS ACTIVATION FROM MADRID 112 Do not reply to this message. Do not call 112. This is a test message from the new Spanish public warning system using celular telephone networks. Thank you for your cooperation».
Si el mundo se iba a acabar, mañana era un día perfecto. Pero amaneció y no había una nevada en Málaga ni una invasión extraterrestre. Iríamos de compras después de desayunar.
Con mi esposa sabes a qué hora sales a comprar, pero no cuándo regresas. Ya me estaba doliendo la espalda por adelantado de solo imaginarlo. Mientras esperaba a que se terminara de arreglar, me puse a ver historias en Instagram. Entonces vi lo que puso uno de mis contactos, que vive en Barcelona: «El vuelo sale tarde porque…» y mostraba la captura de pantalla con la noticia: «ULTIMA HORA. Cohete chino de 23 toneladas fuera de control se dirige a la Tierra y España está en su trayectoria».
Inés Romero, del ABC, explicaba que se trataba de un cohete que China había lanzado el lunes. Los restos de la nave estaban cayendo de forma descontrolada y podían impactar el territorio español, por lo cual el espacio aéreo lo habían cerrado.
El milagro me había sido concedido.
Me acerqué al baño, toqué la puerta y desde afuera le dije a mi esposa:
–Gorda, no vamos a poder ir de compras.
Por supuesto, me doy cuenta de que me porté como un patán. Yo sabía muy bien el efecto que esta historia tendría en ella. Mi esposa le tiene pánico a los aviones. Dentro de pocos días, le toca montarse en un avión para ir a Caracas. Hoy debíamos ir a comprar algunos regalitos que le quiero enviar a mi familia. Le pasé el link con la noticia y se puso a temblar.
–En este link te muestran el recorrido del cohete y dónde podría impactar.
–¿Dónde?
–Pues, en cualquier lado desde la costa de Cataluña hasta Málaga –le dije.
No se podía ser más miserable.
Para quemar tiempo, me puse a leer todo lo que encontraba sobre el cohete chino. En otro artículo, Patricia Biosca precisaba que se trataba del Long March 5B, cuyo tamaño era equivalente al de un edificio de 30 pisos. Me sorprendió enterarme de que, de hecho, esta era la tercera vez que pasaba algo así con un cohete chino desde 2020.
–Joder con los chinos. Primero la pandemia y ahora esta vaina –dije.
Y al decirlo, por primera vez sentí un poco de miedo. Como si Dios se hubiera excedido en el milagro concedido. Ya lo decía Santa Teresa de Jesús, que más se lloraba por las plegarias atendidas que por las no atendidas.
–El problema es que el gobierno chino sigue usando cohetes no reutilizables. Con Elon Musk estas mierdas no pasan –insistí.
Mi esposa callaba.
–Bueno, vamos a comprar otro día. Peor están los de Albacete.
–¿Qué pasó en Albacete?
–Que el equipo de fútbol jugó ayer en Gijón y debían regresar en avión.
–¿Y qué le pasó al avión?
Mi mujer se estaba comiendo las uñas.
–Nada, pero ahora el equipo va a tener que regresar en autobús. Son nueve horas hasta Albacete. Imagínate. Y juegan de nuevo pasado mañana.
Me clavó una de sus miradas asesinas y decidí callarme.
Un par de horas después, se supo que el cohete se había estrellado en el Pacífico.
–Nos salvamos –le dije, con una sonrisita.
Pero el daño ya estaba hecho. Ahora mi mujer anda preocupada por la posibilidad de que un cohete chino caiga sobre su avión. De que esta vez sí caiga sobre nuestras cabezas.
Yo le prometí que mañana, sin falta, iríamos de compras.
Si Dios quiere.