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El día que la Reina me cogió de la mano

El caos se desató en pocos segundos, al ver que los Reyes, Sánchez y Mazón llegaban a Paiporta. Los vecinos respondieron con gritos, insultos y lodo. Sánchez fue el primero en marcharse

 

El día que la Reina me cogió de la mano

 

Cuando crucé por primera vez la pasarela de la solidaridad me invadió un sentimiento de pertenencia que hacía tiempo que no sentía. Amanecía sobre el nuevo cauce del Turia, y entendí que en Valencia lo seguíamos llamando así —aunque se construyera tras la riada de 1957— porque nunca lo habíamos visto rebosar de agua y de barro. Aquella triste mañana, sí. Y pensé en la suerte de estar allí, de volver a mi ciudad y poder ayudar haciendo lo que mejor sé: informar y dar voz a los míos, al pueblo valenciano, que lo había perdido todo.

En Paiporta, el barro nos llegaba hasta las rodillas. Había que avanzar despacio, tanteando cada paso para no caer en una zanja o una alcantarilla abierta. El suelo resbalaba y el silencio solo se rompía con el ruido de las botas y el rugido lejano de los motores de los camiones cisterna que empezaban a vaciar algunos sótanos y aparcamientos. Eran las ocho y media de la mañana del 3 de noviembre de 2024. Cinco días después de la barrancada, Paiporta amanecía como una zona de guerra.

Era nuestro primer día en Valencia, en la zona cero de la dana, y el golpe de realidad ante aquella distopía no se había hecho esperar. El siguiente llegó unas calles más adelante, en el auditorio, de donde salía una inmensa cola de gente que esperaba algo de comida y artículos de higiene y primera necesidad. Con rostros desencajados, los vecinos del pueblo temblaban al contarse unos a otros cómo estaban y qué suerte habían corrido sus familiares y amigos.

A la entrada del pueblo, los ánimos se caldearon al detectar que se desplegaba el dispositivo de seguridad para recibir a los Reyes, que llegaron acompañados por Pedro Sánchez y Carlos Mazón. «Que no entren, vienen solo a hacerse la foto», gritaba una mujer con las manos agrietadas por el barro. «Si quieren ayudar, que cojan una pala», se escuchaba decir a un vecino al otro lado de la calle. Se notaba que la tensión iba creciendo por los movimientos de los vecinos: mientras unos llamaban a bloquear los principales accesos al pueblo, cuatro jóvenes que tenía a mi lado camuflaron unos ladrillos rotos dentro de un cubo de agua. Otros, con mochilas llenas de piedras, buscaban la mejor posición para improvisar una vez llegase la comitiva.

En ese momento entendimos por qué Zarzuela había decidido mantener la visita en secreto. Sabían que el dolor por la sensación de abandono tras varios días rodeados de barro, muerte y destrucción podía desbordar a la gente. Pero los Reyes querían estar allí, con los paiportinos, sin que su presencia interfiriera con las tareas de limpieza. Y, sin embargo, Paiporta acabó en el mapa aquel día no solo por ser el epicentro de la dana, sino por haberse convertido en el primer municipio de España que recibió a los Reyes en democracia tirándoles piedras, barro, botellas, palos y cubos de plástico.

El Rey pidió a su equipo de seguridad plegar el paraguas. Quería ver a la gente, transmitirles que no estaban solos

El caos se desató en pocos segundos, al ver que los Reyes, Pedro Sánchez y Carlos Mazón llegaban a la entrada del pueblo. Los vecinos respondieron con gritos, insultos y lodo. Sánchez fue el primero en marcharse. Horas después supe que le había alcanzado un golpe en la espalda con un palo y su equipo de seguridad lo había retirado. Cuando el presidente se fue, la multitud se agitó aún más y los Reyes quedaron en el centro de la trifulca.

Un miembro del equipo de seguridad de la Casa del Rey desplegó un paraguas negro para protegerlos de los objetos que les lanzaban. Felipe VI pidió que lo cerraran porque quería ver a los vecinos, hablar con ellos, mirarles a los ojos y transmitirles que no estaban solos. Consiguió avanzar unos metros con paso firme hacia el grupo que más gritaba. Les calmó y se entendieron. Ocurrió lo mismo con el resto de grupos a los que se iba acercando: del desasosiego y la ansiedad pasaron a la calma tras hablar con el Rey. Querían sentirse escuchados. La Reina le seguía cuando un puñado de barro le alcanzó en el centro de la cara. Desapareció unos segundos para limpiarse y regresó enseguida.

 

Don Felipe, en Paiporta, hablando con un joven de la localidadJaime García

 

En ese momento, mientras tecleaba con el móvil unos párrafos sobre lo que estaba ocurriendo para enviar a la redacción, noté que alguien me cogió de la mano. Levanté la cabeza pensando que era Jaime García, fotoperiodista de ABC, curtido en guerras y atentados, y que aun así, como yo, estaba impresionado con lo que estaba ocurriendo. Pero me encontré con la Reina. Me preguntó qué tal estaba. Le dije que los valencianos no éramos así, que lo que se estaba viendo no representaba a la mayoría, pero que todos estaban sufriendo mucho porque lo habían perdido todo y se sentían abandonados. Yo también le pregunté cómo estaba ella. En el transcurso de aquella breve conversación, nos empezaron a lanzar barro de nuevo. No fui consciente hasta por la noche, cuando vi fotos e imágenes en televisión, de lo serias que estábamos las dos. Nuestras caras reflejaban la tensión del momento. Creo que ninguna de las dos podíamos ocultar la tristeza por lo que estábamos viviendo.

Observaba todo lo que estaba pasando sin entenderlo. Con impotencia, con rabia. Traté de colocarme entre los anillos de seguridad del Rey para ver con quién hablaba, y en varios momentos me aplastaba la gente. Todo ocurrió muy deprisa: los empujones, los gritos, el barro cayendo, los objetos que volaban. El instinto era protegerme, pero también contar lo que estaba ocurriendo.

De aquel día también me viene mucho a la cabeza el equipo de Seguridad de Zarzuela, que demostró una enorme templanza; protegió a los Reyes pero solo con movimientos de contención, nunca agresivos. El Rey pudo hablar con los vecinos de Paiporta mientras los escoltas protegían e improvisaban vías de evacuación en cada punto al que se dirigía. También la Reina pudo estar con las víctimas y consolarlas. El jefe del Estado manda sobre su equipo de escoltas y la orden había sido clara desde el principio: no había retirada posible porque los Reyes se quedaban para hablar con los paiportinos y acompañarles en su dolor, aún poniendo en riesgo su integridad física y la de sus equipos.

 

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                                  La Reina, con los vecinos en PaiportaJaime García

 

Después de lo que ocurrió en Paiporta, los Reyes han regresado a Valencia en otras seis ocasiones para estar con las víctimas de la dana, una de ellas fue junto a la Princesa y la Infanta en Navidad. Y en este tiempo han seguido promoviendo iniciativas para que la catástrofe no quede en el olvido. «La terrible dana» fue el hilo conductor del mensaje de Nochebuena de Felipe VI, una catástrofe que puso de manifiesto en España «la conciencia, la expresión o la exigencia del bien común».

Y frente a la cámara, como hizo ante el pueblo de Paiporta aquel 3 de noviembre de 2024, reclamó que las ayudas para la dana llegasen a todos los que las necesiten, a la vez que pidió «serenidad» ante «la atronadora contienda política». Para que «la discordia no se convierta en un constante ruido de fondo que impida escuchar el auténtico pulso de la ciudadanía», dijo el Rey. Este es precisamente el lenguaje de Don Felipe y Doña Letizia, que han transmitido a sus hijas desde pequeñas y que a partir de Paiporta se ha visibilizado mucho más, coincidiendo también con esa etapa de más cercanía que se abre en Zarzuela desde hace un año y que pretende mostrar a la Familia Real tal y como es: abierta a la ciudadanía, que sufre por los problemas de la gente y que tiene verdadera vocación de servicio y entrega a los españoles.

 

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