El diálogo pendiente
Salman Rushdie, aquel escritor británico de origen indio, autor entre otros libros de Los versos satánicos, por cuyo contenido fuere condenado a muerte por el Ayatola Jomeni en 1988 por apóstata (a pesar de no ser musulmán) e irreverente, y quien por cerca de 20 años tuvo que permanecer escondido, mimetizado, protegido por la policía inglesa para evitar la sentencia que debía ejecutar cualquier musulmán que se preciara de tal, según los dictados de Jomeini, declaró a un periodista del diario español El País que “El fanatismo ya es un Ejército”, refiriéndose al Estado islámico o el Califato islámico, ISIS, como también se le conoce, y abunda en la interpretación de origen de tal fanatismo cruento, desproporcionado y alucinante, para llegar a sus causas que sitúa en la ignorancia, la manipulación política de sus dirigentes y la intolerancia, pero también en la marginación y pobreza.
En otras muchas más de origen religioso o no, que hay que estudiar y conocer. Fanatismo que detener no sólo con el “músculo”, sino con el diálogo auténtico y abierto, yendo a las raíces de la causa. Pero mientras esté allí, como un ejército invasor y cruento, apoyado, financiado, alentado, adiestrado, amenazante y actuante, hay que enfrentarlo y detenerlo, afirma.
En esas percepciones coincidimos, independientemente de las divisiones, subdivisiones, tribus y clanes de cada una de las ramas, ubicación geográfica, etnias o tendencias del islam. Y aunque estas reflexiones no tienen carácter religioso, vale la pena recordar que el islam junto con el judaísmo y el cristianismo, son las tres únicas religiones monoteístas existentes que tienen mismo origen: la revelación de Dios, Iahvé, Alá, que eligió a Abrahán para darse a conocer y que de sus hijos, Ismael de la sierva egipcia Agar e Isaac de su esposa Sara, descienden los árabes y los judíos, en ese orden; y los cristianos, tal como se profetizó en el Antiguo Testamento, de un descendiente de la dinastía del rey David: Jesús, el Ungido, el Mesías.
Por lo pronto, la honestidad intelectual sugiere el inescapable diálogo interreligioso. De cómo al islam se le llegó a relacionar con guerras, violencia, imposición, lo hemos tratado en anteriores entregas; incluso aquellos hitos militares históricos que lograron detener el avance de los musulmanes en su pretendida conquista del continente europeo, tanto de los árabes como los del imperio otomano.
Por eso llama la atención la acotación de Salman Rushdie sobre la necesidad de un diálogo que vaya al origen, a las causas de este pretendido retorno a las épocas más oscuras de la humanidad. Antes, el teólogo católico Hans Kung, estudioso del islamismo, y quien fuere asesor del joven Karol Jòsepf Wojtyla en el Concilio Vaticano II y compañero de cátedra del también sacerdote Joseph Ratzinger en la Universidad de Tubinga, al analizar el islam desde su origen, perspectivas y futuro, propone la necesidad de un encuentro honesto, amplio, desprejuiciado de un diálogo entre el islam y Occidente como única alternativa realista si no se quiere renunciar a un orden mundial más beneficioso para todos. Encuentro intercultural e interreligioso apoyado en reformas políticas y sociales, para privar a los terroristas de su suelo nutricio, que no es otro que las capas de la población ignorantes, frustradas y empobrecidas. Diálogo con empresarios, políticos, científicos, intelectuales, maestros y religiosos que bajen a la esencia, a la educación desde la escuela y el ejemplo.
Como muy bien apunta el politólogo Aníbal Romero: “el mundo islámico solo cambiará por sus propios esfuerzos, pero parece que no desea hacerlo”. Entre tanto, no hay otra salida que detener a los cultores de la intolerancia, la muerte y destrucción, que hoy no solo es el califato islámico sino todos aquellos sistemas y propuestas que niegan la libertad y los valores más preciados de la democracia.