El dilema de Claudia Sheinbaum
Lo importante hoy es el poder, no la democracia. Ni en México, ni en España, ni en Estados Unidos se castiga el ataque a las instituciones
Milei no inventó nada. Antes que él, Andrés Manuel López Obrador, el saliente presidente de México cuyo partido, Morena, acaba de obtener un triunfo arrollador en las elecciones, ya había puesto en práctica las estrategias que hicieron famoso al argentino. AMLO fue histriónico y sectario, y supo establecer un contacto permanente y directo con el pueblo a través de sus ‘mañaneras’, un noticiero diario donde él era la única fuente de información. AMLO no la emprendió contra los zurdos ni la casta, pero sí contra los ‘fifís’ y ‘la mafia del poder’. Desde su tribuna se encargó de machacarlos, señalarlos y aniquilarlos moralmente. Si Milei sueña con reducir el gasto público, AMLO ha preferido desfinanciar los servicios para redistribuir ese dinero entre los pobres. Uno quiere acabar con el Estado; el otro, convertirlo en un cajero automático.
Más vale pájaro en mano que ciento volando, fue su diagnóstico, y seguramente acertó. Ese 70 por ciento de hogares mexicanos que recibió algún tipo de apoyo directo prefirió la promesa cierta del subsidio a la promesa vaga de la reforma. El trueque de prioridades permitió a AMLO reducir notablemente la pobreza, pasando del 41,9 por ciento de la población al 36,3, pero dejó desguarnecidas la cultura, la salud, la educación y la vivienda. También, y sobre todo, la seguridad: nunca antes había muerto tanta gente de forma violenta durante un sexenio presidencial. Aún así, las elecciones dejaron en Morena una acumulación de poder escalofriante. Además de la presidencia y 24 de los 32 estados, una mayoría en la Cámara de Diputados y 83 de las 85 curules que hubiera necesitado para controlar el Senado. A falta del resultado oficial, AMLO parece cerca de cumplir el sueño húmedo de todo populista: convertir la Constitución en un espejo de sus necesidades.
Esto, por aterrador que suene, forma parte de otro diagnóstico acertado. Lo importante hoy es el poder, no la democracia. Ni en México, ni en España, ni en Estados Unidos se castiga el ataque a las instituciones. AMLO se ensañó contra el Instituto Nacional Electoral, y sin pudor ha propuesto que los jueces y magistrados se elijan en elecciones populares. Se entiende: un triunfo arrollador como el del 2 de junio lo habría dejado en control de las tres ramas del poder. Antes de entregar la Presidencia, podrá gobernar durante un mes con las nuevas mayorías en el Congreso. Veremos si la culminación de su programa de gobierno en realidad era eso. No una independencia, ni una reforma, ni una revolución; más bien un ataque a la Constitución que garantice la hegemonía de Morena, tal y como la tuvo el PRI durante setenta años. Nada que sorprenda: si Milei tiene alma de peronista, AMLO la tiene de priista. Ese es el dilema de Sheinbaum, su verdadero desafío. En sus manos estará decidir si profundiza esa deriva antinstitucional, o si se emancipa de su mentor no solo para tener una presidencia propia, sino para salvar la democracia mexicana.