El dilema de Podemos: ¿por abajo o por la izquierda?
Los resultados de las recientes elecciones andaluzas han dejado a Podemos enfrentado a un agudo dilema. De cómo lo resuelva dependen su posibilidades de éxito: un acierto podría garantizar esa éxito, pero un error podría ser fatal y hacerle pagar un altísimo precio. ¿Cuál es ese dilema? Por sus orígenes y características, Podemos tiene dentro de sí dos posibles evoluciones, que conforman a su vez sus dos posibles estrategias de campaña.
La primera estrategia consiste en ser fiel a su diseño original, a aquello para lo que nació, es decir, a convertirse en un movimiento popular que represente a los de “abajo” frente a las élites políticas que han gobernado este país en los últimos 35 años (“la casta”). El objetivo de la llamada “nueva política” sería canalizar la ira contra los partidos tradicionales, grandes o pequeños, lograr representar a todos aquellos indignados con la corrupción y la desigualdad, acabar con el bipartidismo y, de paso, con el llamado “régimen del 78”.
Esa estrategia, maximalista, requiere un perfil ideológico bajo, es decir, desmarcarse de las etiquetas clásicas y, como ha señalado Pablo Iglesias más de una vez, lograr “ocupar la centralidad del tablero político”. Se trataría, en definitiva, de construir un partido de corte centrista que pudiera atraer tanto votantes del Partido Popular como del PSOE u otros. Podemos aspiraría a convertirse en un partido mayoritario en tanto en cuanto fuera capaz de representar y aglutinar los anhelos de un pueblo mayoritariamente harto de la política tradicional para el cual las etiquetas izquierda-derecha habrían dejado de funcionar o serían secundarias dado la profundidad de la crisis. En conclusión, ese Podemos aspiraría a ganar por “abajo”.
La segunda estrategia de Podemos consistiría en, aprovechando los errores del PSOE y de Izquierda Unida, convertirse en el partido hegemónico de la izquierda española para, desde ahí, plantar cara al Partido Popular y, aprovechando su agotamiento, lograr ganar las elecciones generales con una cómoda mayoría absoluta. No se trataría tanto de renunciar a la dimensión “popular” sino a compaginarla con una dimensión de izquierdas. Como hizo el PSOE de 1982, el objetivo sería conectar con el amplísimo número de españoles que se sitúan ideológicamente en el centro-izquierda y cuyas aspiraciones políticas son moderadas y fácilmente representables para un partido político que supiera jugar sus bazas con inteligencia. Desde este punto de vista, la combinación de la crisis económica y el rechazo al Partido Popular habrían abierto una oportunidad única para que la izquierda llegara al poder. Para ello sólo tendría que prometer un Estado interventor y redistribuidor que metiera en cintura a las empresas y a los más ricos y corrigiera las desigualdades, combatiera eficazmente la corrupción y garantizar una educación y sanidad públicas y universales. Se trataría, en definitiva, de aspirar a ganar por la izquierda.
Esta segunda estrategia, más posibilista que maximalista, obligaría a concentrar todos los recursos de Podemos en superar al PSOE: una vez convertido éste en tercera fuerza política, sus opciones serían tan pésimas (ser socio menor del PP o de Podemos) que hiciera lo que hiciera acabaría desapareciendo. Podemos aspiraría pues a hundir al PSOE y a IU y recoger los restos de sus respectivos naufragios. Sí, el bipartidismo no fenecería, y el régimen del 78 tampoco, pues Podemos tendría que moderarse bastante para lograr llegar hasta el centro y convertirse en un partido mayoritario. ¿Pero a qué partido le amarga el bipartidismo si consigue ser uno de los partidos?
Estas eran las opciones de Podemos antes de las elecciones andaluzas. En Andalucía, dado que la hegemonía del PSOE hacía que el régimen fuera “unipartidista” y de izquierdas, el juego estaba claro: sí o sí había que desbancar al PSOE, que en gran medida era el partido de los de abajo y, también, de la izquierda, o por lo menos mostrar su vulnerabilidad y dejarlo gravemente maltrecho. Pero Podemos se ha mostrado incapaz de dañar nada más que superficialmente al PSOE: la aspiración a ser el partido hegemónico de la izquierda no parece tan fácil de lograr. Salvando el hecho de que el resto de Andalucía no es como España y que todavía quedan muchas elecciones por medio, lo cierto es que Podemos ha experimentado los límites de su estrategia de aglutinar al centro-izquierda.
Pero es que, además, la irrupción de Ciudadanos, pone en cuestión la capacidad de Podemos de hegemonizar las aspiraciones de ese gran número de españoles indignados con la vieja política y partidarios de una nueva política que represente mejor a los de abajo y ponga en su sitio a los grandes. Precisamente porque Ciudadanos nace en el centro, ha necesitado muy poco tiempo para instalarse en ese espacio político y hacer una oferta atractiva para los que, desde abajo, quieren acabar con el bipartidismo. Así, Podemos podría muy bien encontrarse con la sorpresa de que para cuando lograra llegar al centro y representar a los de “abajo”, ese espacio ya estuviera ocupado. Podemos se encuentra pues ante un dilema muy agudo pues en estos momentos ninguna de las dos estrategias ofrece las suficientes certezas: elegir entre batir a un PSOE más duro de pelar de lo que se espera, incluso recabando la ayuda de Ciudadanos, y aunar a la izquierda, o lanzarse a una contienda contra Ciudadanos aspirando a representar la nueva política, no parecen opciones fáciles.