El embarco de Normandía
Como diría leonard Cohen: «First we take Manhattan, then we take Berlin»
El 6 de junio de 1944, unos sesenta mil soldados norteamericanos salieron de los puertos de Portsmouth, Plymouth y Southampton en dirección a las playas de Normandía. Fueron transportados en buques por el Canal de la Mancha, de ahí a las lanchas de desembarco y el resto ya lo saben. Se estima que unos diez mil hombres perdieron la vida luchando contra el nazismo y liberando a Europa de un horror de consecuencias incalculables. Desde entonces, Europa no mira a Estados Unidos como un padre a su hijo sino como un hijo a su padre. Nos salvaron y la deuda es eterna. Si no hubiera sido por ellos, no habríamos tenido paz, libertad ni progreso, sino nazismo, guerra y miseria.
Ochenta años después, Trump desprecia la memoria de aquellos hombres apoyando al partido filonazi Alternativa por Alemania y entrando de lleno en la campaña electoral de un país aliado con el objetivo de repartirse el mundo en una nueva Guerra Fría y de hacerse con el control de Europa, empezando por Alemania. «First we take Manhattan, then we take Berlin», que decía Leonard Cohen. La injerencia de una potencia extranjera en las elecciones nacionales de un aliado es un hecho preocupante que, por sí solo, debería desencadenar una crisis diplomática. Preocupa que no sea ni la única ni la última vez que lo veamos desde que Trump se apoya en partidos quintacolumnistas que trabajan para él en una versión no ilustrada de los afrancesados del XIX. Pero más preocupante aún es el último tuit de Trump: «El que salva a su patria no viola ninguna ley», en una tesis repugnante e indistinguible de las de Otegi que inexorablemente lleva a la tiranía y la guerra.
Se habla de un ejército europeo. Dios no lo quiera. Ese sería un ejército a las órdenes de la extrema derecha italiana, húngara, holandesa, eslovaca, croata, finlandesa, sueca y muy pronto también francesa. Es decir, un ejército a las órdenes de aquellos de quienes estamos intentando protegernos: Trump, Putin y sus marcas locales de antiliberalismo global. Además, pensar que un eslovaco va a morir por defender Cádiz es una entelequia. En cualquier caso, aquello de lo que algunos llevamos tiempo alertando ya está aquí, y el miedo al neofascismo ha dejado de ser un cacareo ‘progre’ para convertirse en un hecho incontestable. Al igual que el sanchismo ha dejado al aire las carencias morales de la izquierda, Trump hace lo propio con muchas personas de derechas a las que creíamos demócratas. La realidad es que los demócratas liberales estamos solos entre dos pulsiones autoritarias simétricas. La incomparecencia del PP en el debate y la ausencia de liderazgos en Europa aumentan el riesgo de que Sánchez capitalice en exclusiva la ortodoxia y la oposición a los delirios ultras de Trump, que, en un quiebro inesperado de los acontecimientos, viene a dejar al autoritarismo bien instalado en Europa para después coger las lanchas en Normandía, subir a los buques y, de ahí, a los puertos de Portsmouth, Plymouth y Southampton. Y deshacer la historia.