El erizo que quería ser presidente
Isaiah Berlin clasificaba a los hombres en zorros y erizos. Tomando un proverbio del poeta griego Arquíloco, el pensador liberal observaba que el zorro sabe de muchas cosas, mientras que el erizo sabe mucho de una sola cosa. Pedro Sánchez encaja en esta tipología: es un erizo. Desde su juventud, ya tenía un objetivo al que dedicar todos sus esfuerzos y energías: llegar a lo más alto a través de la política. Siempre ha sabido lo que quería.
No hay ningún dirigente en la España de nuestros días que haya puesto tanto empeño o asumido tantos riesgos para ser presidente de Gobierno como Sánchez. «Si doy el salto a la política es para conseguir algo grande, no para esperar a que corra el escalafón», le dijo a un compañero de partido cuando aceptó con 31 años formar parte de la lista de Trinidad Jiménez al Ayuntamiento de Madrid. No salió y tuvo que esperar un año para remplazar como concejal a Elena Arnedo, la ex mujer de Miguel Boyer. Pero aprendió la lección: que nadie te regala nada en un oficio implacable.
En los 15 años transcurridos desde entonces, Sánchez se ha convertido en un experto en salvar obstáculos y en superar situaciones adversas como la que le tocó afrontar en septiembre de 2016. Fue el momento más amargo de su vida y sintió que el mundo se derrumbaba a su alrededor cuando se vio obligado a dimitir de su cargo de secretario general del PSOE y a renunciar a su escaño de diputado.
Humillado en el Comité
Sánchez, que ahora tiene 46 años, es duro como un pedernal, pero no pudo reprimir las lágrimas aquel día cuando compareció ante los medios tras haber tirado lo toalla frente al poderoso aparato del PSOE, que le derrotó en un tenso Comité Federal en el que nadie guardó las formas. Perdió las votaciones, fue humillado y tuvo que abandonar todas sus responsabilidades.
Aquel día Sánchez juró retornar y cumplió su promesa. Diez meses después, en junio de 2017, volvía a recuperar el control del partido, poniendo fin al interregno de la gestora, presidida por Javier Fernández, que había dirigido el PSOE tras la crisis provocada por su dimisión. Nada más dulce que una venganza largamente acariciada.
Pero el líder del PSOE no tuvo un camino fácil para recuperar lo que había perdido. Todos le daban por muerto, incluso él mismo dudó de sus posibilidades. «Me enfrento solo al aparato del partido, a los barones y los dirigentes históricos. Ellos cuentan con todos los resortes para aplastarme. Mis posibilidades no son muchas, pero tengo que intentarlo. Voy a luchar hasta el final», confesó a un amigo. Y ganó contra todo pronóstico a Susana Díaz, que no daba crédito al resultado de las urnas.
Hace año y medio, Sánchez recorría los pueblos de España en su coche, con un reducido puñado de fieles, para conseguir apoyos en esta batalla contra el aparato. Hoy es el nuevo presidente del Gobierno, un político temido y halagado en su partido, y odiado y vituperado por un sector de la derecha, que no le perdona la moción de censura con la que ha llegado al poder. Dicen que va a destruir España y le acusan de carecer de ideas y de escrúpulos.
Quienes le conocen subrayan que no le temblará el pulso a la hora de tomar decisiones y que no se dejará amedrentar por Pablo Iglesias ni por los independentistas catalanes. Pero Sánchez tiene una deuda con quienes le han ayudado a llegar a La Moncloa. Hasta ayer no debía nada a nadie, pero a partir de ahora tendrá que andar con pies de plomo para no herir susceptibilidades ni defraudar las expectativas de sus socios.
No confía en casi nadie
En lo único que se parece probablemente a Mariano Rajoy es que Sánchez es un político acostumbrado a no confiar en casi nadie y al que le gusta meditar sus decisiones en solitario. Sus dos personas más cercanas son José Luis Ábalos y Adriana Lastra, que le ayudaron en los momentos difíciles, cuando casi todo el partido le volvía la espalda.
Sánchez es un hombre ambicioso, dispuesto a apostar a una sola carta y remover todos los obstáculos que se interponen en su camino. «Es un corredor de fondo, un ser que nunca se rinde. Resulta admirable su coraje, pero a veces es excesivamente distante con sus compañeros e inflexible en su criterio», dice un trabajador de Ferraz.
Su vida cambió a mejor cuando conoció a Begoña Gómez, con la que se casó en 2006. La ceremonia fue oficiada por su amiga Trinidad Jiménez. Del matrimonio nacieron dos hijas, que han hecho aflorar el lado más humano de su carácter. Sánchez estudió en el Ramiro de Maeztu y jugó en el equipo de baloncesto del Estudiantes. Tenía buenas aptitudes para el deporte y quienes le vieron jugar recuerdan que peleaba hasta el último minuto como si la vida le fuera en ello.
Este es el signo que ha marcado su carrera política, trufada de frustraciones y dificultades. Fracasó en su intento de obtener un escaño en las elecciones de 2008, en las que revalidó su victoria Zapatero, y optó por trabajar como profesor asociado de «Estructura económica» en la Universidad Camilo José Cela.
Logró entrar de rebote en el Congreso gracias a la renuncia de Pedro Solbes en 2009, abandonando su cargo de concejal en el Ayuntamiento de Madrid. Fue en ese momento cuando se reafirmó en que haría todo lo posible para llegar a secretario general del PSOE y luego a presidente de Gobierno.
Hijo de alto funcionario
Sánchez, hijo de un alto funcionario, siempre ha sabido aprovechar las oportunidades y eso es lo que hizo en 2014 cuando la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba provocó la convocatoria de unas primarias con el voto de todos los militantes. Ganó en las urnas por un amplio margen a Eduardo Madina, que contaba con el apoyo de la dirección del partido.
Pero las cosas no fueron como esperaba en las elecciones generales de diciembre de 2015, en las que consiguió 90 escaños, y tampoco en las de junio de 2016, en las que sólo pudo lograr 85 escaños. Fueron los peores resultados del PSOE desde la Transición y la importante sangría de votos le pasó factura. Su caída fue dolorosa y apabullante, pero Sánchez se levantó. Cuando todos le daban por muerto, volvió a lograr el respaldo de las bases para derrotar a los barones.
Sánchez saborea ahora el éxito que le ha llevado a La Moncloa tras acabar con la carrera política de Mariano Rajoy, con el que tuvo un durísimo enfrentamiento en la campaña de 2015 cuando ambos intercambiaron insultos en un debate televisivo. Aquel día Sánchez cruzó una línea roja al utilizar los más duros calificativos contra un Rajoy anonadado y sorprendido por la agresividad de su oponente.
Y es que el dirigente socialista casi nunca amaga, golpea sin medir en ocasiones las consecuencias. Da la impresión de ser el nuevo Robespierre de la política española, aunque es amable y receptivo en las distancias cortas. No es un brillante orador, pero posee sentido común, una excelente memoria y detecta como si tuviera un radar los puntos débiles de sus adversarios.
Ni hay duda de que Sánchez es un erizo. Sabe mucho lo que cuesta llegar y el precio que hay que pagar por el poder. Y hará todo lo posible para conservarlo. Subestimarle sería un error porque ya ha demostrado que es capaz de ponerse de pie cuantas veces le derriben. Y casi siempre gana porque carece de miedo a perder. Esa es su principal cualidad.