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El error de normalizar a la extrema izquierda

Uno de los errores más costosos que están pagando las sociedades industrializadas es desconocer la existencia de la extrema izquierda y destacar solo la existencia de la extrema derecha como un problema.

 

 

Es incomprensible que la élite intelectual de nuestro país haya capitulado ante el discurso engañoso y malintencionado que busca instalar la idea de que en nuestro país hay una extrema derecha que constituye una amenaza a la democracia pero que no existe una extrema izquierda. Ese discurso engañoso también busca instalar la falsedad de que el Partido Comunista, y su candidata presidencial Jeannette Jara, son parte de la tradición centroizquierdista que exitosamente gobernó Chile entre 1990 y 2010.

Uno de los errores más costosos que están pagando las sociedades industrializadas es desconocer la existencia de la extrema izquierda y destacar solo la existencia de la extrema derecha como un problema -si no una amenaza-para la democracia. Si no somos capaces de entender que las externalidades negativas de la polarización ideológica están igualmente presentes cuando llegan al poder los sectores extremistas de izquierda o de derecha, pagaremos un precio en pérdida de estabilidad político y capacidad de diálogo y construcción de acuerdos.

En Chile, muchos intelectuales, incluidos no pocos derechistas y centroderechistas, se apuran en catalogar a José Antonio Kast y Johannes Kaiser como candidatos de extrema derecha. Al hablar de los candidatos de extrema derecha, abundan las referencias al nazismo y fascismo. Si bien es conocido que la intensidad de las campañas a menudo lleva a acusaciones exageradas e infundadas, resulta sorprendente que en el debate público se normalicen esos excesos solo cuando se habla de los candidatos de la derecha extrema, no cuando se habla de la candidata de extrema izquierda, Jeannette Jara.

De hecho, muchos se resisten incluso a calificar a Jara como candidata de izquierda extrema. Argumentan que Jara es la abanderada de una coalición amplia que incluye a partidos de izquierda moderada y, por lo tanto, ella sería una moderada. Esas personas supongo que nos están anunciando que, cuando el candidato de derecha que pase a segunda vuelta se convierta en el líder de una coalición amplia que incluya a partidos de derecha moderada, dejarán de usar el epíteto de candidato de extrema derecha (o bien deberán comenzar a referirse a Jara como candidata de extrema izquierda).

Es evidente la falta de rigurosidad intelectual y de coherencia lógica entre aquellos que hablan de derecha extrema, pero se niegan a hablar de izquierda extrema. Si a Kast infundadamente se le se le atribuyen asociaciones con el fascismo y el nazismo, la militancia de toda la vida de Jara en el Partido Comunista -y por lo tanto, su adhesión a los valores y principios marxistas que llaman a abolir la propiedad privada y defienden la dictadura del proletariado- debiese llevar a esas mismas personas a denunciar a Jara como una amenaza a la democracia. Mientras a los candidatos de derecha correctamente se les presiona y se les exige que clarifiquen sus posturas respecto a la dictadura militar y el legado de violaciones a los derechos humanos, a Jara nadie le pide que aclare si comparte la ideología de la lucha de clases y el fin de la propiedad privada que históricamente ha defendido, y sigue defendiendo, su partido. Kast jamás ha justificado el nazismo o el fascismo. Jara se enorgullece de ser militante de toda la vida de un partido que cree en la lucha de clases.

Parte de la comentocracia de la prensa nacional a menudo demuestra su sesgo y falta de rigurosidad al normalizar las atrocidades de la que ha sido responsable la izquierda radical. Esa comentocracia panfletaria solo tiene ojos para ver y pluma para denunciar las atrocidades que ha cometido la derecha radical. Igual que el intelectual que, cuando su hijo le dice que le duele la rodilla, automáticamente pregunta si le duele la rodilla izquierda o la de extrema derecha, muchos comentócratas de la república solo son capaces de hablar de las amenazas que representa la extrema derecha mientras hacen proselitismo por una candidata que profesa una ideología que ha hecho mucho daño a la humanidad.

Por cierto, en los últimos 30 años en América Latina, la izquierda radical ha hecho mucho más daño cuando ha estado en el gobierno que cualquier gobierno de derecha radical. Cualquier daño causado por Bolsonaro, Uribe o incluso Bukele a la democracia de sus países dista mucho del daño causado por Hugo Chávez o Nicolás Maduro, Evo Morales y Daniel Ortega a las democracias de sus países. Y ni siquiera hablemos de los 66 años de la brutal dictadura comunista de Cuba.

Los extremos a menudo polarizan demasiado la política. Es más, al centrarse en resaltar las diferencias más que buscar construir acuerdos, los líderes extremistas incumplen la tarea fundamental de todo político: ponerse de acuerdo con otros políticos que piensan diferente. Pero cuando la sociedad, liderada por su élite intelectual -influencers de medios tradicionales- que porfiadamente insisten en denunciar a la extrema derecha, pero se niegan a calificar a la extrema izquierda como tal, el debate público corre el riesgo de normalizar una forma de extremismo y radicalismo. Ya que la izquierda radical ha hecho mucho más daño a la democracia en América Latina, ese error de no llamar a la izquierda radical por su nombre nos puede costar muy caro en Chile.

 

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