El espíritu de Rubén Darío en la rebelión nicaragüense
Temblad, temblad, tiranos, en vuestras reales sillas,
ni piedra sobre piedra de todas las Bastillas
mañana quedará.
Tu hoguera en todas partes, ¡oh, Democracia! inflamas,
tus anchos pabellones son nuestras oriflamas,
y al viento flotan ya.
Rubén Darío
Una y otra vez los nicaragüenses hemos buscado luchar contra la tiranía.
Hay quienes atribuyen este espíritu combativo y libertario a héroes guerreros, como el general Augusto César Sandino, padre del sandinismo y el líder que combatió a la ocupación estadounidense y fue asesinado poco después por Anastasio Somoza García, quien impondría una dinastía dictatorial por más de cuarenta años. Sin embargo, el mayor héroe que ha tenido Nicaragua fue alguien que jamás disparó un arma y nos llenó de sueños la cabeza. Se trata de un poeta, un gran poeta: Rubén Darío.
Curioso que la fecha de su natalicio, 18 de enero, coincida con la fecha en que se cumplen nueve meses del inicio de las protestas en Nicaragua, el 18 de abril de 2018. Esta coincidencia es una casualidad, pero la menciono porque intento conjurar la figura de Darío y su legado como un componente esencial del ser nicaragüense y del poético espíritu aguerrido de nuestra rebelde idiosincrasia.
Desde su muerte en 1916, Rubén Darío se convirtió en lo que un poeta de la generación de los sesenta llamó “paisano inevitable”. Y es que, en un país de héroes controvertidos, amados por unos y despreciados por otros —a Sandino, Somoza lo llamaba “bandolero”— Darío era una figura de enorme prestigio y fama en Hispanoamérica. Así que no hubo gobernante nicaragüense que no se preocupara por enaltecerlo, por convertirlo en símbolo e ícono de la cultura nacional.
Durante el largo periodo de la dictadura de los Somoza, de 1936 a 1979, el régimen destacó el lado europeo del poeta, lo presentó vestido de toga romana con corona de laureles en la cabeza, rodeado de cisnes y ninfas. Cada año se le conmemoraba eligiendo a una mujer bella, una “Musa Dariana”, en medio de una ceremonia donde abundaban liras de papel dorado, cubiertas de flores y donde se declamaban con gestos exagerados y melodrama los poemas más fantasiosos del poeta. Uno, por ejemplo, “Margarita está linda la mar” está dedicado por Darío a la cuñada de Somoza García —y no por esto es menos bello e imaginativo— y los nicaragüenses nos lo aprendíamos de memoria en el colegio. Para decirlo, repetíamos los ademanes cursis de los recitadores que veíamos en estas atroces ceremonias.
Pero estas faustas y fatuas festividades no lograron ocultar la calidad de su obra, ni apagar la veneración por su palabra. Quienquiera que se acercara a la fantasía de su poesía terminaba descubriendo la fuerza de sus escritos cargados de orgullo por el pasado indígena de las Américas, su rechazo a la injerencia imperial de Estados Unidos en su época y su condena a la explotación de muchos y el enriquecimiento de pocos. En los años de la Revolución sandinista este fue el Darío que sustituyó al de los faunos y las ninfas.
Nicaragua no tuvo más héroe que Darío hasta que al inicio de la Revolución, en la década de los sesenta, Carlos Fonseca, fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), sacó a Sandino de la oscuridad de la historia. De allí que en el país no solo haya más poetas por metro cuadrado que en ningún otro país latinoamericano, sino que el romanticismo del sentimiento poético se haya transferido a la lucha política, dándole el carácter épico y original que sedujo a la opinión mundial y a la solidaridad internacional.
La frase de Darío “si la Patria es pequeña, uno grande la sueña” está en el corazón de nuestras rebeliones. Esa aspiración animó nuestra resistencia a aceptar la pequeñez y mezquindad de la dictadura somocista. Es la misma que ahora ha sublevado a la población a levantarse para impedir una nueva dictadura que Daniel Ortega ha venido imponiendo desde su retorno al poder en 2007 y que irónicamente ha hecho palidecer a la de los Somoza, a quienes derrocó en 1979.
Es el espíritu de la poesía el que se manifiesta en el arrojo desafiante de este pequeño país que otra vez, ahora desarmado y enfrentando cívicamente la represión desmedida del gobierno, emociona y conmociona a la comunidad internacional con su decisión de no ceder en su largamente negada demanda de libertad y democracia.
En menos de un año, Nicaragua ha sufrido la pérdida de más de 325 de sus ciudadanos, más de quinientos han sido encarcelados y juzgados como terroristas, sus medios independientes han sido clausurados, confiscados y puestos bajo asedio, las manifestaciones han sido prohibidas y el país ha sido militarizado.
El pueblo de Rubén Darío se enfrenta otra vez a la adversidad. Nicaragua se enfrenta ahora a un exrevolucionario devenido en tirano y a su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, quien se llama igual que la influencia más negativa que persiguió al poeta hasta el fin de sus días: la de su segunda esposa, también Rosario Murillo, con quien lo casaron a la fuerza. Así de irónica puede ser la poesía de la historia.
A 152 años de su nacimiento, los versos del poeta que les dijo a los líderes autoritarios: “Temblad, temblad, tiranos, en vuestras reales sillas”, y pidió con fervor la “hoguera” de la democracia nos acompañan en la lucha por nuestro país.