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El Estado terrorista cubano

'El asesinato de reputación es uno de los indicadores que monitorean los observadores internacionales para prevenir masacres, crímenes de lesa humanidad y genocidios.'

El Estado cubano ha lanzado sobre los creadores insumisos una atroz campaña de represión, amenazas y asesinato de sus reputaciones. Llaman terroristas al Movimiento San Isidro (MSI) y a los artistas que participaron en la sentada frente al Ministerio de Cultura, ahora convertidos en el Movimiento 27N. La cacería de brujas apenas ha comenzado.

Si creemos a los represores, estos subversivos utilizan la poesía de Lorca para aterrorizar, y es posible que ahora crean que el peligroso cabecilla de 27N sea ese cuyo nombre creyeron haberle extraído bajo presión a Tania Bruguera hundiéndolos en angustiosa perplejidad: «Fuenteovejuna».  Hasta hoy no han encontrado sus antecedentes en el MININT.

Terrorismo de Estado

Quienes varias veces ametrallaron, embistieron y hundieron embarcaciones con migrantes indocumentados, asesinando a mujeres y niños; quienes en las montañas del Escambray realizaron masivas ejecuciones extrajudiciales de campesinos; los asesores de torturas y asesinatos de opositores en Venezuela; los que usaron bombas incendiarias contra aldeas en Angola; los mismos que han organizado atentados contra opositores en varios países, incluyendo EEUU, ahora acusan de ser terroristas a jóvenes desarmados que leen poesía, reclaman libertad de expresión y la excarcelación de uno de ellos.

Sobre los miembros del MSI, además de las fuerzas de Seguridad del Estado han volcado con furia, alevosía, mediocridad y mezquindad a cuanto canalla, cobarde y oportunista han podido reclutar para tan repugnante tarea.

Ahora están en plena faena inquisitorial: arrestos, interrogatorios, detenciones arbitrarias en sus domicilios, amenazas —algunas de muerte—, turbas paramilitares a las que se ha dado luz verde para moler a palos a estos creadores incómodos y quien los defienda. A eso se agrega un bombardeo brutal, incesante y masivo de desinformación encaminado a asesinar la credibilidad de los acusados e incitar el odio sobre ellos.

El otro paredón: asesinatos de reputación

El asesinato de reputación es un proceso deliberado y sostenido que apunta a destruir la credibilidad de una persona, institución o grupo social. Pero es también uno de los indicadores que monitorean los observadores internacionales para prevenir masacres, crímenes de lesa humanidad (incluyendo el uso de la tortura) y genocidios.

Los estados totalitarios emplean su monopolio de medios de prensa y su aparato cultural y de educación en el asesinato de reputación de sus adversarios y lo hacen, demasiado a menudo, como «preparación artillera» previa a una agresión física, que puede ir desde privarlo de libertad hasta un genocidio.

Hitler llamaba «gusanos» a los judíos. Lo que a muchos parecía inicialmente una demagógica campaña de odio condujo a seis millones de ellos a los hornos crematorios en los campos de exterminio. En 1994, en Ruanda, los locutores de una estación radial oficialista exhortaban a aplastar las «cucarachas» tutsis, la otra etnia que incomodaba a los gobernantes. Lo que parecía una campaña oportunista más de unos periodistas mediocres, facilitó un genocidio en el que asesinaron a machetazos a más de 800.000 mujeres, niños y hombres en apenas tres meses.

Tomen nota los represores violentos del MININT y los represores de cuello blanco de las instituciones culturales y medios de comunicación: Hitler terminó su vida como una rata en un búnker y los locutores de Ruanda están en prisión de por vida por incitar al odio que legitimó la masacre.

En Cuba desde enero de 1959 se puso en marcha una poderosa maquinaria para el asesinato de la reputación de opositores y disidentes. Los epítetos son renovados o reiterados de vez en cuando y algunos son copiados de otros regímenes criminales. Entre ellos han estado los de «mercenario», «gusano», «escoria», «vendepatrias» y otros que no dejan a sus víctimas trazo alguno de humanidad. En la línea de convertir en no-personas a los enemigos, Fidel Castro (por consejo de «Angelito», su asesor militar hispano ruso en la década de los 60) denominó «bandidos» a los alzados en el Escambray.

En Cuba los «otros», «los enemigos de la Revolución» —no importa que fuesen destacados creadores, científicos o académicos—, han sido siempre seres inferiores. «Gusanos» que deben ser aplastados sin vacilación. Al ser presentados como no-personas, la «moral revolucionaria» envía la señal a las turbas y sus propias tropas de que no hay restricciones: la puerta está abierta para que los golpeen o masacren.

No solo la maquinaria totalitaria de los medios de prensa ha machacado hasta el cansancio esas descalificaciones. Durante años, el aparato cultural se ha dedicado a la producción de cine, música, obras teatrales, literatura que avalaran esas etiquetas. Cuando algún poeta, escritor o cineasta se atrevió a cruzar levemente las líneas de la propaganda cultural para «humanizar» al enemigo. o bajar de su pedestal oficial a los «revolucionarios», terminó expulsado de las organizaciones de masas del Estado totalitario y tuvo que ganarse el sustento en oscuros oficios.

La represión echa gasolina al fuego

Los que hoy creen que van a controlar la situación escalando la violencia deben tener en cuenta que viven en otra época mundial bajo la civilización digital de la información. Enfrentan a generaciones que vienen de regreso del futuro prometido, y a una juventud que no está dispuesta a que un sistema e ideología fracasados le arrebaten su tiempo de vida como hicieron a sus padres y abuelos.

En este mundo existe un sistema transnacional de justicia con tribunales propios, para juzgar crímenes que no expiran, y para los cuales decir que se cumplían órdenes superiores no es una excusa admisible.

La barbarie totalitaria contra estos jóvenes insumisos recuerda una escena del filme polaco Cenizas y diamantes en la que un gendarme interroga a un joven por presunta actividad contrarrevolucionaria. Al preguntarle su edad, el acusado responde: «Tengo 100 años». El interrogador lo derriba de un golpe y le repite la pregunta: «¿Cuántos años tienes?».  El joven le sostiene la mirada y responde: «Ahora tengo 200 años».

La represión en Cuba, como la ejercida sobre el protagonista polaco, ya no funciona, solo multiplica la insumisión. Los cubanos han perdido el miedo. Eso no tiene marcha atrás.

 

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