El falso Cervantes
Un pintor llamado José Albiol comentó que poseía en su casa de Valencia un retrato de Cervantes firmado por un tal Jáuregui
Lo prometido en una columna, es deuda. Vamos allá. Todo comenzó una hermosa primavera madrileña de 1910, en el marco de las celebraciones de la Nacional de Bellas Artes, cuando un pintor llamado José Albiol comentó que poseía en su casa de Valencia un retrato de Cervantes firmado por un tal Jáuregui, comprado a un aficionado de las antigüedades. La noticia recorrió los mentideros de Madrid y el mayor cervantista de España, el profesor Rodríguez Marín, tras estudiar una fotografía del cuadro, abrió mucho el ojo y reclamó, apoyado por el entonces director de la RAE, don Alejandro Pidal, la compra del mismo.
En junio de 1911 apareció en este mismo diario ABC un extenso artículo de Rodríguez Marín sobre el retrato, e inmediatamente se desataron las opiniones a favor y en contra alentadas por la prensa, muy a la española: ajustando cuentas e hiriendo con insultos o calumnias en lo personal y lo profesional. La polémica estaba más que servida. Los detalles del retratado tampoco iban a librarse del conflictivo análisis, por supuesto. Así, aunque nos suene extraño, se discutió hasta de la gola con la que aparece retratado Cervantes, esa especie de cuello lechuguino que, en el escritor, acostumbrado a alternar con la canalla por su trabajo de recaudador viajando de pueblo en pueblo, codeándose en caminos y posadas con la baja estofa y sin muchos cuartos en el bolsillo, no debía de resultar muy apropiada.
Aunque nos suene extraño, se discutió hasta de la gola con la que aparece retratado Cervantes
Ni muy cómoda. Ante esto, la respuesta del erudito cervantista, que ya no había quien lo parara en su entusiasmo, fue dada rotundamente y sin pestañear: «La gola era de Jáuregui; se la prestó a Cervantes para el retrato».(¡Y punto!) La pintura quedaba pues entregada a las disputas de los hombres. Cervantes se habría divertido de lo lindo comprobando que dos siglos después de su muerte, España seguía siendo un lugar peligroso e invariable, tal y como él la había retratado en su Quijote.
Finalmente, el cuadro cervantino que pintara Jáuregui (o no), quedó como dijo en aquellos días el director de la RAE, D. Alejandro Pidal: «Colgado en el salón regio de la Academia Española como templo, como trono y como altar del retrato». Y ahí sigue, casi doscientos años después, más auténtico que nunca por ser protagonista inocente de esta singularísima historia. Si algún productor español con dinero y sin imaginación se anima, me ofrezco como voluntaria entusiasta y remunerada, para escribir el guion. Sería un pelotazo.