El futuro del centro derecha en Europa
Da la impresión de que estos partidos se han resignado a gestionar las economías en bancarrota que dejan como herencia los gobiernos de izquierdas, en lugar de formular programas congruentes con sus principios
En 2021, la derrota de la CDU en Alemania y la retirada de la vida política de Angela Merkel marcaron el final de una época del centro derecha europeo que vale la pena atender. La derrota de la CDU ponía fin a cuatro legislaturas seguidas en el Gobierno que, más allá de un significado nacional, tenían un sentido europeo porque apuntaban a una crisis general de los partidos de este signo en toda Europa.
El hecho es llamativo por lo insólito, puesto que rompe con una tradición de gobierno del centro derecha de más de setenta años. Se tiende a olvidar que los partidos del centro derecha han sido en Europa occidental los pilares fundamentales de la democracia; que estos partidos crearon y desarrollaron el Estado del bienestar mediante conceptos como ‘economía social de mercado’ o de ‘subsidiariedad’, y que la Unión Europea misma es obra de líderes del centro derecha como Robert Schuman, Konrad Adenauer y Alcide de Gasperi. El pensamiento de estos tres políticos católicos cristalizó en una democracia social, el modelo europeo, que proporcionó paz, seguridad, libertad y bienestar durante los llamados «treinta gloriosos», el tiempo que va de 1945 a 1975.
Se suele confundir esta democracia social con la socialdemocracia, y se piensa equivocadamente que la política de consenso de la posguerra fue resultado del triunfo del centro izquierda, pero lo cierto es que todo ocurrió exactamente al revés. La socialdemocracia, el socialismo democrático, es resultado de la hegemonía del centro derecha en la Europa de la posguerra. Tras el abrumador triunfo de la CDU alemana en las elecciones de 1957, el SPD entró en pánico y en Bad Godesberg, en 1959, abandonó el marxismo y abrazó los ideales del centro derecha acuñando la fórmula: «la competición económica siempre que sea posible, la planificación únicamente cuando sea necesario». El estatismo socialista se dejó de lado en favor del mercado y el marxismo se reemplazó por el humanismo cristiano.
Únicamente en Gran Bretaña el protagonismo inicial en la construcción del Estado del bienestar le correspondió a un partido que no formaba parte del centro derecha. Clement Attlee, tras su resonante triunfo electoral frente a Winston Churchill en 1945, inició la construcción de la democracia social británica, pero ha de observarse que el mismo Attlee formó parte del gabinete de Churchill durante la guerra; que las bases económicas y la organización del sistema las habían creado los liberales Keynes y Beveridge, y, lo más importante, que el Partido Conservador hizo suyo el proyecto en su ‘Industrial charter’ y lo desarrolló y administró durante las décadas de una hegemonía política que todavía perdura. En suma, los partidos del centro derecha crearon y administraron el sistema europeo de la democracia social.
Cuando el consenso de posguerra se quebró a resultas de la crisis del petróleo de los años setenta, fueron nuevamente los partidos del centro derecha los que llevaron la iniciativa en su reforma, formulando los principios de una ‘nueva derecha’ que restaurase la eficacia económica y la responsabilidad individual en unas sociedades cuyos gobiernos se habían alejado de los ideales del centro derecha. En el proyecto original de estos partidos se hacía hincapié en que una sociedad sana es la que es capaz de atender por sí misma sus necesidades pero que, dada la complejidad de las sociedades modernas, otorga un papel subsidiario al Estado en su gestión. Hay que enfatizar que para estos partidos el propósito de la intervención del Estado quedaba circunscrito a hacer a los individuos y a la sociedad independientes y responsables de su destino. Si el efecto de esta intervención era la creación de una sociedad desprovista de iniciativa y autonomía, pasiva y totalmente dependiente del Estado, entonces cabría hablar de fracaso económico, pero también y, sobre todo, moral.
Margaret Thatcher denominó ‘socialismo’ a esta sociedad de la dependencia creada por la distorsión de la democracia social y su proyecto político se dirigió a restaurar la eficacia económica y la responsabilidad individual. Su éxito quedó certificado no únicamente en sus triunfos electorales sino en la capacidad que tuvo para atraer nuevamente al centro izquierda hacia las propuestas del centro derecha, como atestiguan el Nuevo Laborismo, la ‘tercera vía’ de Toni Blair en Gran Bretaña o el ‘Neue Mitte’ de Gerhard Schröder en Alemania. Curiosamente, la crisis de la socialdemocracia europea se ha asociado con su dependencia del modelo de la nueva derecha, el llamado neoliberalismo, y se ha propuesto como receta para su recomposición la vuelta al modelo anterior. En cualquier caso, es importante señalar que, si la crisis de 2008 marca el declive dramático de la socialdemocracia, esta misma crisis inicia una decadencia menos pronunciada pero igualmente dramática de los partidos del centro derecha.
A diferencia de los dos episodios que acabo de reseñar, los partidos del centro derecha parecen haber renunciado en el presente a liderar las políticas que hagan frente a los nuevos desafíos que encaran las sociedades europeas. Da la impresión de que estos partidos se han resignado a gestionar las economías en bancarrota que dejan como herencia los gobiernos de izquierdas, en lugar de formular programas políticos congruentes con sus principios que puedan atraer a los votantes y que permitan su identificación.
Este vacío ha sido aprovechado por una variedad de partidos populistas que, ante el silencio discursivo del centro derecha, canalizan el enfado y la incertidumbre producidas por la política limitada a la gestión y por las guerras culturales promovidas por la nueva izquierda, lo que acaba por fragmentar el espacio político y polariza la sociedad. Me parece que vale la pena recordar hoy que, en circunstancias desde luego muy distintas, lo que propició la hegemonía europea del centro derecha fue la propuesta de políticas conformadas por principios claros compartidos por la mayoría de la sociedad. Benjamin Disraeli dijo, tras la aprobación de la Ley de Reforma de 1867, que en una sociedad moderna «el cambio es constante y la gran pregunta no es si se debe resistir el cambio, que es inevitable, sino si ese cambio debe llevarse a cabo con deferencia a los usos, las costumbres, las leyes y las tradiciones de la gente, o siguiendo principios abstractos y arbitrarios». El éxito en el pasado de los partidos del centro derecha fue, justamente, formular propuestas políticas congruentes con los valores mayoritarios de la sociedad, algo que me parece también posible en las sociedades fragmentadas del presente.