‘El gran Gatsby’, cien años de la Gran Novela Americana
El 10 de abril de 1925 salió a la venta la cumbre literaria de Scott Fitzgerald, que logró atrapar el alma de Estados Unidos

Robert Redford en el papel de Jay Gatsby. | Paramount Films España
«Muéstrame un héroe y te escribiré una tragedia» anotó Francis Scott Fitzgerald en uno de sus cuadernos. Lo llevó a cabo en El gran Gatsby, su cumbre literaria, que la editorial Scribners puso a la venta el 10 de abril de 1925. Cumple ahora un siglo en plena forma y para celebrarlo, además de las reediciones de las diversas traducciones disponibles en español, acaban de aparecer dos libritos que son un acompañamiento muy recomendable para su lectura o relectura.
Los papeles del Gran Gatsby (Athenaica) reúne, en edición de Juan Ignacio Guijarro, diversos materiales alrededor de la novela: tres relatos de Fitzgerald relacionados con ella; una selección del epistolario, con especial atención a las misivas dirigidas por el escritor a su editor, Maxwell Perkins; tres cartas elogiosas que tras la lectura del libro le remitieron al autor T. S. Eliot, Edith Wharton y Gertrude Stein; el prólogo que escribió Fitzgerald para la reedición en la Modern Library en 1934, y un par de críticas aparecidas en el momento de la publicación original –una positiva y una negativa–, que muestran la recepción diversa que tuvo la obra. La otra novedad es El pequeño Gatsby (Debate), un breve ensayo de Rodrigo Fresán, en el que aborda la novela desde diversos ángulos.
Confieso que, por deformación profesional debida a mis años como editor y director editorial, siento especial interés por las correspondencias entre autores y editores, porque muestran las entrañas del proceso creativo del libro. Las cartas que Fitzgerald de manda a Maxwell Perkins son lo más jugoso de Los papeles del Gran Gatsby. No es de extrañar, ya que Perkins no fue un editor cualquiera. Se le puede considerar el editor de la generación perdida, ya que también lo fue de Hemingway y sobre todo de Tom Wolfe. Su relación con este último forma parte de la historia y la leyenda de la literatura americana (y está muy bien recreada en la estupenda película El editor de libros).
Fitzgerald le mandó buena parte de las cartas a Perkins desde Europa –París, la Riviera francesa, Roma–, donde escribió y revisó El gran Gatsby. Durante el proceso creativo le plantea sus inquietudes, ya que venía de digerir el fracaso de una obra de teatro, El vegetal, que acababa de estrenar: «En mi nueva novela me he lanzado de cabeza a un empeño puramente creativo; no a los descartes de la imaginación a los que suelo recurrir en mis cuentos, sino a la plena creación sostenida de un universo tan propio como radiante». Conviene tal vez aclarar que Fitzgerald concebía sus relatos, que le pagaban muy generosamente, como un modo de ganarse la vida, pero era en las novelas donde volcaba lo mejor de su talento.
En otras cartas se muestra eufórico: «Puede que la mía se la mejor novela estadounidense jamás escrita». Conviene tal vez aclarar una vez más que en esa época el escritor y su esposa, la reina de las flappers Zelda, eran celebridades casi a la altura de las estrellas de cine. Antes de la caída que poco después hundiría a Zelda en los desequilibrios psiquiátricos y a Fitzgerald en un proceso de autodestrucción alcohólica, eran dos figuras glamurosas que posaban sonrientes para Vanity Fair.
Dudas sobre el título
Además de ofrecerle a su autor diversas correcciones y sugerencias que pueden seguirse en la correspondencia, Maxwell Perkins acertó al mantenerse firme en la elección del título. Porque Fitzgerald andaba algo desnortado: «El título de la novela no está mal, pero mi intuición me dice que deberíamos haberla titulado Trimalción. Aunque también supongo que habría sido una estupidez titularla así, en contra de la opinión de todo el mundo, además de una cabezonería por mi parte. Trimalción en West Egg era ya casi un arreglo amistoso, Gatsby se parece demasiado a Babbitt y El gran Gatsby no tiene pegada». En una carta posterior todavía insiste en una alternativa: «Quería cambiarlo de nuevo a Gatsby, el del sombrero dorado, pero supongo que ya es demasiado tarde». ¡Dios mío, habría pasado a la posteridad con la misma fuerza una obra con este título!
Otro acierto de Perkins fue la elección de la sobrecubierta para la primera edición, que de inmediato entusiasmó a Fitzgerald, que le escribió: «Por lo que más quieras, no le muestres a nadie más la cubierta que has reservado para mi novela». Se trataba de una ilustración de inspiración art decó, que muestra unos enormes ojos y unos labios femeninos suspendidos en un cielo azul nocturno, por encima de la noria de Coney Island. Si se miran con atención los ojos, se descubre en cada uno de los iris la silueta de una mujer desnuda. ¿Saben quién era el autor? El pintor y diseñador Francis Cugat, hermano mayor de Xavier Cugat. Fue su único trabajo editorial antes de trasladarse a Hollywood, donde ejerció de asesor de Technicolor en numerosas películas.
Con el libro a punto de salir a la venta, Fitzgerald le transmite a Perkins sus angustias (y en ellas podemos observar que los tiempos no han cambiado mucho): «El libro sale hoy y me invaden miedos y presentimientos. Supongamos que no es del agrado del público femenino porque no sale ninguna mujer importante y no le gusta a la crítica porque habla de los ricos y no salen campesinos de Idaho en plena faena, como sacados de la novela Tess».
La recepción crítica fue variada, pero hubo pocos entusiasmos iniciales y bastantes muestras de miopía (recuperar las críticas de literatura o cine escritas en el momento de la publicación o estreno de títulos que con el tiempo han adquirido el estatus de obras maestras es un placer perverso). Fitzgerald se mostró decepcionado con la acogida: «La mayoría de reseñistas han fracasado con una novela que es evidente que no han entendido del todo, un libro que han intentado reseñar de manera que no les comprometiera, ni a favor ni en contra, hasta que alguien con cierta cultura se pronunciara al respecto». Alguien que tenía mucha cultura, T. S. Eliot, le escribió al novelista una carta entusiasta sobre el libro: «Lo habré leído tres veces y (…) me ha interesado y emocionado más que cualquier otra novela que haya leído, ya sea inglesa o norteamericana, en todos estos años. (…) De hecho, lo considero el primer paso adelante que ha dado la ficción estadounidense desde Henry James».
Época dorada
Las ventas tampoco dejaron satisfecho a Fitzgerald: la tirada inicial de 20.000 ejemplares tardó más tiempo del previsto en agotarse y de una reedición de 3.000 que se imprimió apenas llegaron a salir algunos ejemplares del almacén (hoy en España, que es un país mucho más pequeño que Estados Unidos, pero cuenta con el mercado latinoamericano, un editor que venda esta cantidad dará saltos de alegría).
En el momento de la publicación de la novela, Fitzgerald era una estrella literaria en ascenso, que había deslumbrado con su debut en 1920, con solo 24 años, con A este lado del paraíso, a la que siguió en 1922 Hermosos y malditos. El gran Gatsby culminó su época dorada de los años veinte. Después tardaría casi una década en escribir su cuarta novela, Suave es la noche, y la quinta, El último magnate, escrita durante su estancia en Hollywood como fracasado guionista, aparecería póstuma e inacabada. Con amargura, había escrito aquello de que «no hay segundos actos en las vidas de los americanos».
El gran Gatsby es, en primer lugar, un gran retrato sociológico de los locos años veinte, la llamada era del jazz. Eran los tiempos de la Ley seca, que enriqueció a los gánsteres como Al Capone y los llamados bootleggers, los contrabandistas de alcohol ilegal. Uno de los que se hicieron millonarios fue Max Gerlach, que sirvió de inspiración para el personaje de Gatsby. El tipo fue vecino del matrimonio Fitzgerald en Long Island, el paraíso de las viejas fortunas de Nueva York y los nuevos ricos. La pareja se trasladó a vivir allí con los pingües beneficios de las dos primeras novelas y los muy bien remunerados cuentos de Francis Scott.
Sin embargo, la mayor virtud del libro es que consiguió algo solo al alcance de los genios: anticipó lo que estaba por venir, porque la historia de Gatsby contiene la premonición de que los felices y locos años veinte no eran más que un espejismo y que lo que vendría después –el crash del 29 en Estados Unidos, el ascenso de los fascismos en Europa– arrasaría todo ese mundo ilusorio. Fitzgerald esboza este mundo que se aproxima al abismo entre una sucesión de suntuosas y desenfrenadas fiestas con una prosa exquisita –la más sofisticada y poética de toda la generación perdida– y con un romanticismo trágico que queda plasmado en el extraordinario final, uno de los más bellos y conmovedores de toda la historia de la literatura.
Un mito americano
Con el personaje de Jay Gatsby Fitzgerald forjó un mito americano, el self made man con una herida abierta que procede de su pasado. En su estela nació el Ciudadano Kane de Orson Welles (con la esencial contribución de Herman Mankiewicz en el guion), otro millonario con un secreto, inspirado en el magnate de la prensa Hearst.
El gran Gatsby es una de las más firmes aspirantes al título de Gran Novela Americana. El término Great American Novel fue acuñado por el hoy olvidado escritor John William De Forest en un ensayo publicado en 1868 y popularizado unos años después por Henry James. Apelaba a una novela que lograse atrapar la esencia del país, el alma de Estados Unidos, y que todavía estaba por escribir. Cada generación de literatos norteamericanos ha puesto empeño en escribirla.
1925, el año en que se publicó El gran Gastby, fue prodigioso para la literatura estadounidense, porque además de este libro, aparecieron otras tres obras maestras. Dos novelas con vocación de fresco social de la época: Una tragedia americana de Theodore Dreiser y Manhattan Transfer de John Dos Passos, y un volumen de cuentos que revolucionó el modo de entender la construcción narrativa de los relatos: En nuestro tiempo de Ernest Hemingway. Además, fue el año en que Harold Ross fundó la legendaria revista The New Yorker, que sigue en activo.