El Heberto Padilla que todos llevamos dentro
Vuelve a nosotros como una pesadilla recurrente el poeta cubano que en 1971 se acusó de contrarrevolucionario y traidor
Vuelve a nosotros como una pesadilla recurrente Heberto Padilla, el poeta cubano que en 1971 se acusó de contrarrevolucionario y traidor al régimen. Vuelve gracias al documental de Pavel Giroud y ahora lo podemos ver, su sudor testimonial, la mirada perdida en el horror constatable de su propia confesión. Vuelve Padilla como una advertencia de que lo peor de las censuras es la filtración en nuestras conciencias de ese veneno que destila una culpa inmerecida, apremiada simplemente por el lógico temor a la tortura o a la cárcel.
Cada vez más gente pide perdón ante el matonismo de quienes patrullan las redes
Hoy en día ese miedo es a la exclusión, a que te cierren las puertas, a que te echen de tu empleo, a que te señalen y cancelen, a que te arrojen a los pies de una turba implacable y cobarde. Quien ha visto el documental, como antes quien supo de este caso —que fue una seria resquebrajadura en la lujosa mentira del castrismo— se horroriza con el sometimiento de la voluntad individual por la brutalidad de un régimen esencialmente malvado.
Pero hoy en día, en el mundo democrático del que (aún) gozamos, la censura no es una declaración bajo coacción: cada vez más somos nosotros mismos, extremadamente sensibles a ofender, a pronunciar una frase que pueda tomarse por incorrecta, quienes nos hemos convertido en nuestros propios censores, quienes avanzamos de puntillas por el frágil hielo de la conveniencia y el terror.
Dijo Jonathan Haidt en una entrevista que «si quisiera destruir la democracia inventaría las redes sociales.» Y agregaríamos a ello el ánimo, la voluntad y la parte inconformista de cada uno de nosotros. Cada vez más gente pide perdón ante el matonismo de quienes patrullan las redes en nombre de sus causas, convertidas en ‘fatwas’ posmodernas. De no enfrentarlos, pronto seremos un ejército de pequeños Padillas haciendo entusiastas autocríticas impelidos por el miedo o peor aún: por la desconfianza en nuestras propias ideas y opiniones, lavados nuestros cerebros en la ciénaga del nuevo y siniestro moralismo rampante.