El hombre que conoció a Shakespeare
Ben Jonson no sólo conocía a Shakespeare, sino que dijo que lo amaba. «Amé al hombre y honro su memoria (esta idolatría) tanto como cualquiera«, escribió en 1619, tres años después de la muerte de Shakespeare. También criticó incorrectamente varias obras, especialmente «Julio César». ¿Por qué? La respuesta obvia es la envidia y el resentimiento ante el único poeta y dramaturgo que él sabía que era su superior. Sin embargo, en febrero de 1616, — ¡con Shakespeare aún vivo! — El rey Jacobo I fue persuadido de honrar a Jonson como el poeta laureado de Inglaterra.
¿Disminuyó esto la envidia de Jonson por su rival? No, el pasaje de 1619 en que declara su amor por Shakespeare continúa con un ataque: «Muchas veces cayó en cosas que no podían evitar ser risibles», escribió Jonson, «como cuando afirmó en la persona de César -con alguien diciéndole, «César, me hacéis daño«- «César nunca hizo daño sino con causa justa«; y cosas así, que eran ridículas«. Jonson citaba de memoria, ya que el texto de «Julio César» no estaba disponible en Quarto y el Primer Folio solo apareció cuatro años más tarde. Sin ninguna posibilidad de revisar (no que lo hubiera hecho de ser posible), cita líneas que creyó haber escuchado durante una representación. Estaba equivocado.
La breve escena que estaba describiendo ocurre justo antes de que los conspiradores apuñalen a César, cuando Metelo Cimber se arrodilla, rogando a César que levante el destierro de su hermano. Asqueado por este «vulgar adulador«, César se niega con estas palabras: «Sabed, César no se equivoca» (al desterrar al hermano), «ni sin causa / Quedará satisfecho» (para perdonarlo) – una declaración razonable. En ninguna parte dice Metelo: «Me hacéis daño», como dice Jonson. Su versión de las frases no tiene sentido.
Por supuesto que odiaba la obra, que fue un éxito rotundo, mientras que su propia obra romana, «Sejanus, Su Caída«, fue un fracaso. Un admirador de Jonson, William Fennor, deploró el silbido del público en el estreno: «Apretaron sus mandíbulas llenas de escorbuto, cuales seres lamentables / Como serpientes silbantes, declarándola muerta». Jonson respondió publicando ‘‘Sejanus» en Quarto, con poemas elogiosos de George Chapman y John Marston, y con los márgenes saturados con 300 fuentes clásicas en letra pequeña, »todo en lenguas cultas», como si eso mejorara la obra. «Sejanus’‘ sigue siendo una lectura aburrida, y rara vez se lleva a escena, a pesar de su argumento escabroso – Sejanus seduce a la esposa del emperador, envenena a su hijo y planea suceder a Tiberio. (Jonson era mejor en la comedia y la sátira, como en «El Alquimista» y «Volpone, o el Zorro.»)
En 1598 Shakespeare le había brindado una ayuda muy necesaria con «‘Every Man in His Humour «, su primer éxito teatral, cuando tenía 26 años. No sólo lo produjo el Globo, sino que Shakespeare estaba en el elenco. Jonson debería haberlo amado y sin duda lo hizo, a su manera demasiado humana y contradictoria. El vicario de la iglesia de Stratford, John Ward, escribió que el trío de poetas — Ben Jonson, Michael Drayton y Shakespeare — se juntó en abril de 1616 para »una reunión alegre, y parece que bebieron demasiado, porque Shakespeare murió de una fiebre allí contraída’». ¿Es razonable conjeturar que el reciente galardón otorgado a Jonson inspiró la alegre reunión y tal vez aceleró su muerte? Por supuesto que nunca lo sabremos.
Jonson es el argumento irrefutable contra las estúpidas creencias de que las obras de Shakespeare fueron escritas por otra persona, como el conde de Oxford (que murió en 1604, antes de que se escribieran «Lear» y «The Tempest»). En su ensayo «El taciturno Ben Jonson», Edmund Wilson lo llama «erótico anal» y atribuye el resentimiento de toda su vida a «dos razones: primero, la queja del hombre de buen nacimiento injustamente privado de su patrimonio; segundo, el malhumorado resentimiento del hombre que sólo puede ocultarlo, contra el hombre que puede prodigar libremente«, vale decir, Shakespeare.
Nació Benjamin Johnson, con una «h«. Su padre era un Pastor de ascendencia escocesa que perdió todo durante el reinado de la reina María y murió antes del nacimiento de su hijo, dejando a su esposa e hijo en tal pobreza que Ben creció en uno de los peores barrios pobres de Londres. En 1619, como invitado de William Drummond, el poeta y terrateniente del castillo de Hawthornden cerca de Edimburgo (quien tomó nota de sus conversaciones), Ben reveló que a la edad de 7 años fue matriculado en la Westminster School por un amigo de la familia, el anticuario William Camden, ‘‘A quien debo / Todo lo que soy en las artes, todo lo que sé»’. Camden enseñaba en Westminster, una Universidad Real a la que visitaba la Reina Isabel cada Navidad para ver la obra escolar que se representaba allí. Ben estaba tan profundamente arraigado en los clásicos que su vida de total devoción hacia ellos le valió títulos honoríficos de Oxford y Cambridge. (Esto también puede explicar su sarcástica referencia al «poco latín y menos griego» de Shakespeare).
A los 16 años, ¡desastre! Expulsado de Westminster, fue «sentenciado» a un oficio menor, albañilería, que él «no podía soportar». Su madre se había vuelto a casar cuando él tenía 2 años, en parte para escapar de la pobreza; su padrastro, el maestro albañil Robert Brett, pudo haber decidido que Ben tenía que aprender un oficio. Trabajó en albañilería hasta que encontró una salida… el ejército. Sirvió en los Países Bajos, donde, «a la vista de todos, mató a un enemigo». Reanudó la albañilería hasta que su matrimonio en 1594 con Anne Lewis puso fin legalmente a su periodo de aprendizaje. Con la llegada de los niños comenzó a actuar con grupos itinerantes, esforzándose hasta lograr un papel en el teatro Swan, donde interpretó a Hieronimo en «Spanish Tragedy» (Tragedia Española) de Thomas Kyd. Era tan mal actor que Thomas Dekker se burló de sus «gritos». Cuando Philip Henslowe, el dueño del teatro, lo contrató para que adulterara obras teatrales, Jonson comenzó a escribir por su cuenta. Colaboró con el poeta Thomas Nashe en una nueva obra, «La Isla de los Perros», y su sátira de la nobleza fue considerada tan subversiva (las perreras de la reina estaban en la Isla de los Perros) que Jonson terminó preso. En 1597 mató a otro actor, Gabriel Spencer, en un duelo. Le dijo a Drummond que Spencer lo «hirió en el brazo con una espada 10 pulgadas más larga que la suya, por lo que fue encarcelado y casi ahorcado». Al solicitar privilegios religiosos (podía leer latín), escapó de la muerte pero fue marcado en el pulgar con una T de Tyburn, el lugar de la horca.
Jonson trabajó en más de 16 obras entre 1597 y 1633, quejándose amargamente de que las ganancias de toda su vida ascendieron a sólo 200 libras esterlinas. Su última «Oda a sí mismo» -Venga, abandone el escenario odiado /Y la edad más repugnante» – muestra cuánto odiaba el teatro, los tiempos, su destino personal.
Su gran oportunidad llegó en febrero de 1616: Jacobo I le concedió la pensión real de 100 marcos anuales de por vida, con un tonel anual de vino canario. «Poeta laureado» se convirtió en su título no oficial, aunque las palabras no estaban en la orden. Su carrera floreció, y encontró un joven y generoso patrón en Lord Aubigny (Esme Stuart), un pariente consanguíneo del rey, con quien vivió cinco años. Como le dijo a Drummond, «su esposa era una arpía, pero honesta. No se había acostado con ella durante cinco años, sin embargo ella permaneció con mi señor Aubigny«. Sir Walter Raleigh lo contrató como tutor de su hijo; el Conde de Pembroke le enviaba £ 20 cada Año Nuevo para comprar libros. Quizás su mayor golpe fue escribir mascaradas para la corte. La nueva reina, Ana de Dinamarca, las amaba, en las que a veces bailaba. Más cortas que las obras de cinco actos, eran mejor recompensadas. Ahora, patrocinado por los ricos y famosos, así como por nobles y mujeres que coleccionaban poetas, Jonson también cultivó eruditos y sabios cuyas bibliotecas estaban abiertas para él.
A diferencia de Shakespeare, Jonson aprovechó las ventajas publicitarias y financieras de la edición de libros. Fue el primer dramaturgo inglés que publicó sus obras en un volumen de folio, denominándolas «Obras» (¡algo inaudito!), lo que le dio un estatus mayor que nunca. Se había convertido, en el sentido moderno, en una celebridad literaria, quizás la primera. Considerando cómo comenzó, su vida se convirtió en una hazaña admirable en sí misma. Sin embargo, en sus últimos años se consideró «pobre» con justicia. Bajo Carlos I la pensión «de por vida» prácticamente se detuvo, y el tribunal hizo oídos sordos a sus lindos y suplicantes poemas. Un año antes de su muerte, un grupo de jóvenes admiradores, la tribu de Ben, lo honraron en una cena y los avergonzó difamando a sus compañeros poetas y alabándose a sí mismo. Drummond, su admirador y benefactor, lo resumió con palabras fuertes: «Es un gran amante y adulador de sí mismo, un despreciador y escarnecedor de los demás. (especialmente después de beber, que es uno de los elementos en los que vive)».
Las burlas de Jonson hacia Shakespeare sugieren que era culpable de muchos más errores risibles de los que Jonson podía enumerar. Sin embargo, sólo alegó otros dos errores: «Shakespeare en una obra de teatro trajo a varios hombres diciendo que habían sufrido un naufragio en Bohemia, donde no hay mar a unas cien millas». George Lyman Kittredge de Harvard demolió esto mostrando que «The Winter’s Tale» (Cuento de Invierno) está basado en una historia de Robert Greene ambientada en una época antigua cuando la costa de Bohemia se extendía hasta el mar. Y la peor acusación de Jonson es la más ridícula: «Shakespeare quería arte». Sabía que esto no era cierto, y lo retomó cuatro años más tarde en su poema del Primer Folio: «Pero no debo darlo todo a la naturaleza; tu arte, / Mi dulce Shakespeare, debe disfrutar de una parte». En su haber, Jonson fue generoso en su magnífico tributo titulado «A la memoria de mi amado autor, el maestro William Shakespeare», que se eleva a «¡Alma de la época! / Los aplausos, el deleite y la maravilla de nuestra escena. Mi Shakespeare, levántate».
Durante siglos, pocos creyeron que Ben Jonson había sido enterrado de pie, en la Abadía de Westminster de pie. La historia cuenta que en su vejez Jonson le propuso al decano de la abadía que, como era demasiado pobre para permitirse un espacio de seis pies de largo, tal vez pudieran enterrarlo erguido. Esto fue un buen chiste hasta el siglo XIX, cuando los obreros que cavaban cerca de su tumba vieron un ataúd de pie en un espacio de dos por dos. El cuadrado de mármol sobre el punto lleva las palabras: EL EXCEPCIONAL BEN JONSON.
Robert Giroux está escribiendo sus memorias sobre sus casi 60 años en la industria editorial.
Febrero 13, 2000.
Traducción: Marcos Villasmil
NOTA ORIGINAL:
New York Times
February 13, 2000
BOOKEND / By ROBERT GIROUX
The Man Who Knew Shakespeare
Not only did Ben Jonson know Shakespeare, he said he loved him. »I loved the man and do honour his memory (this side idolatry) as much as any,» he wrote in 1619, three years after Shakespeare’s death. He also falsely criticized several plays, especially ‘‘Julius Caesar.» Why? The obvious answer is envy, and resentment of the only poet and playwright he knew to be his superior. Yet in February 1616 — with Shakespeare still living! — King James had been persuaded to honor Jonson as England’s poet laureate.
Did this lessen Jonson’s envy of his rival? No, the 1619 passage declaring his love of Shakespeare continues with an attack: ‘‘Many times he fell into those things could not escape laughter,» Jonson wrote, »as when he said in the person of Caesar, one speaking to him, ‘Caesar, thou dost me wrong’; he replied: ‘Caesar never did wrong but with just cause’; and suchlike, which were ridiculous.’‘ Jonson was quoting from memory, since the text of »Julius Caesar» was not available in quarto and the First Folio was four years in the future. With no way of checking (not that he would have), he cites lines he thought he heard in performance. He was wrong.
The short scene he was describing occurs just before the conspirators stab Caesar, when Metellus Cimber grovels on his knees, begging Caesar to lift his brother’s banishment. Disgusted by this ‘‘base spaniel fawning,’‘ Caesar refuses in these words: »Know, Caesar doth not wrong» (in banishing the brother), ‘‘nor without cause / Will he be satisfied’‘ (to pardon him) — a reasonable statement. Nowhere does Metellus say, ‘‘Thou dost me wrong,» as Jonson claims. His version of the lines makes no sense.
Of course he loathed the play, which was a smash hit, while his own Roman play, »Sejanus, His Fall,’‘ was a flop. A Jonson admirer, William Fennor, deplored the audience’s hissing at the premiere: »They screwed their scurvy jaw and looked awry, / Like hissing snakes, adjudging it to die.» Jonson retaliated by publishing »Sejanus» in quarto, with commendatory poems by George Chapman and John Marston, and with the margins crowded in small type with 300 classic sources, »all in the learned tongues,» as if that made it a better play. »Sejanus’‘ is still dull to read and rarely performed, despite a lurid story — Sejanus seduces the emperor’s wife, poisons his son and plans to succeed Tiberius. (Jonson was better at comedy and satire, as in »The Alchemist’‘ and »Volpone, or The Fox.’‘)
In 1598 Shakespeare had given him a much-needed helping hand with »Every Man in His Humour,» his first theatrical success, when he was 26. Not only did the Globe produce it, but Shakespeare was in the cast. Jonson should have loved him and no doubt did, in his all-too-human and contradictory way. The vicar of the Stratford church, John Ward, wrote that the trio of poets — Ben Jonson, Michael Drayton and Shakespeare — met in April 1616 for »a merry meeting and it seems drank too hard, for Shakespeare died of a fever there contracted.’‘ Is it reasonable to conjecture whether Jonson’s recent laureateship inspired the merry meeting and perhaps hastened his death? Of course we shall never know.
Jonson is the unanswerable argument against idiotic beliefs that Shakespeare’s plays were written by somebody else, like the Earl of Oxford (who died in 1604, before »Lear» and ‘‘The Tempest» were written). In his essay »Morose Ben Jonson,’‘ Edmund Wilson calls him »anal erotic» and traces his lifelong resentment to ‘‘two sources — first, the grievance of the man of good birth unjustly deprived of his patrimony; second, the sulky resentment of the man who can only withhold, against the man who can freely lavish’‘ — meaning Shakespeare.
He was born Benjamin Johnson with an »h.» His father was a minister of Scottish ancestry who lost everything under Queen Mary and died before his son’s birth, leaving wife and child in such poverty that Ben grew up in one of London’s worst slums. In 1619, as the guest of William Drummond, the poet and laird of Hawthornden Castle near Edinburgh (who recorded their conversations), Ben revealed that at the age of 7 he was enrolled in Westminster School by a family friend, the antiquarian William Camden, ‘‘To whom I owe / All that I am in arts, all that I know.» Camden taught at Westminster, a royal college whose school play Queen Elizabeth attended every Christmas. Ben was so thoroughly grounded in the classics that his lifetime of devotion to them won him honorary degrees from Oxford and Cambridge. (This may also explain his snide reference to Shakespeare’s »small Latin and less Greek.’‘)
At the age of 16, disaster! Removed from Westminster, he was ‘‘sentenced’‘ to a low trade, bricklaying, which he said he »could not endure.» His mother had remarried when he was 2, partly to escape poverty; his stepfather, the master bricklayer Robert Brett, may have decided that Ben had to learn a trade. He worked at bricklaying until he found a way out — the army. He served in the Low Countries, where he had »in the face of both camps killed an enemy.» He resumed bricklaying until his marriage in 1594 to Anne Lewis legally ended his apprenticeship. With children coming he began acting with playwagon groups in the country, working up to a role at the Swan, where he played Hieronimo in Thomas Kyd’s ‘‘Spanish Tragedy.» He was such a bad actor that Thomas Dekker made fun of his »ranting.’‘ When Philip Henslowe, the theater owner, hired him to doctor plays, Jonson began to write on his own. He collaborated with the poet Thomas Nashe on a new play, »The Isle of Dogs,» and its satire of the nobility was considered so subversive (the queen’s kennels were on the Isle of Dogs) that Jonson landed in prison. In 1597 he killed a fellow actor, Gabriel Spencer, in a duel. He told Drummond that Spencer ‘‘hurt him in the arm with a sword 10 inches longer than his, for which he was imprisoned and almost at the gallows.’‘ By pleading benefit of clergy (he could read Latin), he escaped death but was branded on the thumb with a T for Tyburn, the gallows site.
Jonson labored over 16 plays from 1597 to 1633, complaining bitterly that his lifetime earnings came to a mere £200. His late ‘‘Ode to Himself» — Come, leave the loathed stage / And the more loathsome age» — shows how much he hated the theater, the times, his personal fate.
His big break came in February 1616: James I granted him the royal pension of 100 marks per annum for life, with an annual butt of Canary wine. ‘‘Poet laureate» became his unofficial title, though the words were not in the warrant. His career flourished, and he found a generous young patron in Lord Aubigny (Esme Stuart), a blood relative of the king, with whom he lived five years. As he told Drummond, his »wife was a shrew, but honest. He had not bedded with her for five years, but remained with my Lord Aubigny.’‘ Sir Walter Raleigh hired him to tutor his son; the Earl of Pembroke sent him £ 20 every New Year’s Day to buy books. Perhaps his greatest coup was writing masques for performance at court. The new queen, Anne of Denmark, loved masques, in which she sometimes danced. Shorter than five-act plays, they were better rewarded. Now patronized by the rich and famous as well as by noblemen and women who collected poets, Jonson also cultivated scholars and savants whose libraries were open to him.
Unlike Shakespeare, Jonson exploited the publicity and financial advantages of book publishing. He was the first English dramatist to bring out his plays in a folio volume, calling them ‘‘Works’‘ (unheard of!), which gave him greater status than ever. He had become, in the modern sense, a literary celebrity — perhaps the first. Considering how he started, his life added up to an admirable feat in itself. Yet in his last years he called himself »poor’‘ with justice. Under Charles I the pension »for life’‘ virtually stopped, and the court was deaf to his cute begging poems. A year before his death a group of young admirers — the tribe of Ben’‘ — honored him at a supper, and he embarrassed them by vilifying his fellow poets and praising himself. Drummond, his admirer and benefactor, summed him up in sharp words: »He is a great lover and praiser of himself, a contemner and scorner of others . . . (especially after drink, which is one of the elements in which he liveth).’‘
Jonson’s gibes at Shakespeare suggest that he was guilty of many more laughable mistakes than Jonson could enumerate. Yet he alleged only two other gaffes: »Shakespeare in a play brought in a number of men saying that they had suffered shipwreck in Bohemia, where there is no sea by some hundred miles.» George Lyman Kittredge of Harvard demolished this by showing that ‘‘The Winter’s Tale’‘ is based on a story by Robert Greene set in an ancient era when the coast of Bohemia extended to the sea. And Jonson’s worst charge is the most ridiculous: »Shakespeare wanted art.» He knew this was not true, and took it back four years later in his First Folio poem: »Yet must I not give nature all; thy art, / My gentle Shakespeare, must enjoy a part.» To his credit, Jonson went all out in his magnificent tribute entitled ‘‘To the Memory of My Beloved Author, Master William Shakespeare,» which rises to »Soul of the age! / The applause, delight, and wonder of our stage / My Shakespeare, rise!»
For centuries, few believed that Ben Jonson was buried in Westminster Abbey standing up. The story went that in his old age Jonson proposed to the dean of the abbey that since he was too poor to afford a space six feet long, perhaps they could bury him erect. This was good for a laugh until the 19th century, when workmen digging near his grave saw a coffin standing upright in a 2-by-2 space. The marble square above the spot bears the words: O RARE BEN JONSON.
Robert Giroux is writing a memoir about his almost 60 years in publishing.