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«El hombre que mató a Liberty Valance» cumple 60 años: el gran western americano

The David Desk 2: Binging on John Ford, Part Two

Lee Van Cleef, Lee Marvin, James Stewart y John Wayne en «The Man Who Shot Liberty Valance» (El hombre que mató a Liberty Valance»). Fotografía: Moviestore/Rex/Shutterstock

 

«Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en realidad, se imprime la leyenda» (This is the West, Sir. When the legend becomes fact, print the legend). La famosa frase pronunciada por un periodista en la obra maestra de John Ford «El hombre que mató a Liberty Valance«, simboliza el oeste mitológico que él y su más famoso colaborador, John Wayne, popularizaron. A sus 60 años, es el mejor western de la Edad de Oro de Hollywood, incluso por encima de The Searchers («Centauros del desierto», 1956), del propio Ford, que siempre se ha colado en los primeros puestos de las listas de las mejores películas.

 

 

La historia se centra en Ransome Stoddard (Jimmy Stewart), un senador estadounidense que llega al pueblo de Shinbone con su esposa, Hailey (Vera Miles), para asistir al funeral de Tom Doniphon (Wayne). A través de un flashback, Stoddard cuenta a la prensa su llegada al pueblo como joven licenciado en derecho. Los habitantes del pueblo están aterrorizados por el líder de la banda local, Liberty Valance (Lee Marvin, en el mejor papel de su carrera). Valance trabaja para los barones del ganado locales, que buscan evitar que el territorio obtenga la condición de estado. Doniphon es el único que puede enfrentarse a Valance, pero Stoddard cree que la justicia legal puede imponerse a él. En medio de eso, hay un triángulo amoroso entre Stoddard, Hailey y Doniphon. Y luego está la pregunta: ¿quién fue el hombre que acabó disparando a Liberty Valance?

La visión de Ford sobre el Oeste se ha convertido en un sinónimo de cómo el público lo percibe. Es casi imposible no pensar en la frontera americana sin John Wayne enmarcado en el duro terreno de Monument Valley. Scorsese calificó al director como la «esencia del cine americano clásico». Orson Welles vio 40 veces «La diligencia» («Stagecoach», 1939) de Ford para entender cómo dirigir su primera película (esa película fue Ciudadano Kane). Pero gran parte de la influencia de Ford se ha perdido para los espectadores contemporáneos. Aunque creó la noción romántica del Oeste, algunos aspectos de su obra han sido cuestionados. En particular, su representación de los nativos americanos como carne de cañón sin rostro para el rifle de Wayne. Incluso «The Searchers» ha sido objeto de interminables debates por parte de los críticos sobre si el director respaldaba o condenaba las acciones racistas del protagonista.

El hombre que mató a Liberty Valance no es una película sobre héroes americanos, sino sobre el propio país. Ford lo capta brillantemente a través de los personajes de sus dos actores principales, caracteres cultivados durante las décadas anteriores. Es autocrítico tanto con su propio legado como cineasta como con el país que ayudó a mitificar. Si El Gran Gatsby es la gran novela americana, ésta es la gran película americana.

Desde los años 30, Stewart siempre representó al cuentista bonachón que se enfrentaba a las corporaciones y a los matones. No era una figura intimidatoria, pero siempre se imponía a la injusticia y rara vez recurría a la violencia como método clave para la victoria. «Nadie libra mis batallas», exclama Stoddard con rabia a Doniphon. Nunca quiere utilizar la violencia como método para acabar con Valance («No quiero matarlo; quiero meterlo en la cárcel«). Incluso cuando interpretaba papeles más oscuros, como en Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958), Stewart siempre resultaba intensamente simpático. Sin embargo, Ford se muestra crítico sobre si un ciudadano tan respetuoso con la ley puede realmente triunfar en Estados Unidos. Al final, Stoddard sigue detestando la violencia, pero para lograr la libertad, debe matar a Liberty ( N. del T.: ‘Liberty» significa libertad). En América, la violencia siempre tendrá prioridad sobre el lenguaje. «¿De qué te ha servido leer y escribir?», exclama Hailey a Stoddard.

Por el contrario, el personaje de Wayne se centraba en la acción, que a menudo implicaba desenfundar una pistola para resolver sus problemas. Aunque hablaba con un acento muy característico y desenfadado, sus palabras eran tan violentas como las balas que disparaba. En última instancia, Estados Unidos es un país construido sobre la violencia y, por tanto, para preservar su ideología, una bala siempre cambiará más que las palabras. Pero la violencia tiene un coste. Y Doniphon, que en su día favoreció la ferocidad bruta, está condenado a las consecuencias de su uso.

Melancólico y deprimente, no hay nada de glamour en el Oeste de este filme. La Diligencia, la gran innovación rupturista de Ford, mostraba el lado caóticamente brutal pero igualmente aventurero del oeste. En Liberty Valance, el anciano Stoddard ve la diligencia que le llevó por primera vez a Shinbone, ahora reducida a una reliquia del pasado, polvorienta y rota. Al igual que a Stoddard, la propia diligencia llevó a Ford a la vanguardia como principal cineasta de Estados Unidos. Con el movimiento del Nuevo Hollywood a pocos años de distancia, es como si Ford se previera a sí mismo como un artefacto obsoleto.

A pesar de la polarizante política racial de su filmografía, uno de los momentos más conmovedores muestra a Stewart enseñando a leer y escribir a los analfabetos del pueblo. Al compañero afroamericano de Wayne, Pompey (Woody Strode), se le pide que recite de memoria la constitución estadounidense, pero olvida la frase «todos los hombres son creados iguales«. Stewart responde: «Está bien Pompey, mucha gente olvida esa parte». Sesenta años después, mucha gente parece seguir olvidándola.

Como siempre, Ford aporta su característica poesía visual a cada fotograma. Doniphon se enmarca a menudo en la sombra para reflejar su propia filosofía personal y violenta que se cuela en la psique de Stoddard. Y un plano de una rosa de cactus colocada sobre un ataúd es la mayor representación, en la historia del cine, del amor insatisfecho.

Es una película que no está impulsada por el heroísmo, sino por el arrepentimiento ante las decisiones y las mentiras que se tomaron al construir los cimientos de Estados Unidos. La última escena de Wayne no es un paseo triunfal y galante hacia la puesta de sol, sino la amargura y la tristeza por haber perdido a la mujer que amaba a manos de Stewart. La masculinidad americana nunca ha parecido más derrotada. Y Stoddard no es precisamente «El Sr. Smith va a Washington» (Frank Capra, 1939). Aunque ha llevado la condición de estado a Shinbone, lo ha hecho a través de un método que va en contra de sus convicciones personales («¿No es suficiente con matar a un hombre sin intentar construir una vida sobre ello?»).

Aunque no es el último western de Ford, sirve como su propia apología al género que ayudó a formar. El propio legado de Wayne como icono de la política conservadora radical hizo que la obra del director se interpretara con frecuencia como si estuviera entrelazada con ella. Al enterrar a su famoso protagonista, Ford ha puesto fin al mítico personaje de John Wayne que introdujo en La diligencia. Después de 50 años de hacer westerns, tal vez pensó que la leyenda ya no merecía la pena.

 

 

 

 

Traducción: Marcos Villasmil

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NOTA ORIGINAL:

The Man Who Shot Liberty Valance at 60: the great American western

John Ford’s 1962 masterwork remains a surprisingly downbeat film about the west with never-better performances from James Stewart and John Wayne

Oliver Macnaughton

The David Desk 2: Binging on John Ford, Part Two

Lee Van Cleef, Lee Marvin, James Stewart and John Wayne in The Man Who Shot Liberty Valance. Photograph: Moviestore/Rex/Shutterstock

 

“This is the west sir. When the legend becomes fact, print the legend.” The famous line uttered by a newspaperman in John Ford’s masterpiece The Man Who Shot Liberty Valance symbolizes the mythological west that he and his most famous collaborator, John Wayne popularized. At 60 years old, it is the greatest western of Hollywood’s Golden Age, even usurping Ford’s own The Searchers that has always clambered its way near the top of greatest film lists.

The story focuses on Ransome Stoddard (Jimmy Stewart), an American senator arriving at the town of Shinbone with his wife, Hailey (Vera Miles), to attend the funeral of Tom Doniphon (Wayne). Through flashback, Stoddard tells his story to the press of first coming to the town as a young law graduate. The townsfolk are terrorised by gang leader Liberty Valance (Lee Marvin in a career-best role). Valance works for the local cattle barons, who are fighting the territory’s right to statehood. Doniphon is the only one who can stand up to Valance, but Stoddard believes that legal justice can prevail against him. In between that, there is a love triangle between Stoddard, Hailey and Doniphon. And then there is the question: who was the man who would eventually shoot Liberty Valance?

Ford’s vision of the west has become synonymous with how audiences perceive it. It’s almost impossible not to think of the American frontier without John Wayne framed against Monument Valley’s harsh terrain. Scorsese called the director the “essence of classic American cinema”. Orson Welles watched Ford’s Stagecoach 40 times to understand how to direct his first movie (that film being Citizen Kane). But much of Ford’s influence has been lost on contemporary moviegoers. Though he created the romantic notion of the west, aspects of his work have come under scrutiny. In particular, his depiction of Native Americans as often faceless cannon fodder for Wayne’s rifle. Even The Searchers has been endlessly debated by critics whether the director endorsed or condemned the protagonist’s racist actions.

The Man Who Shot Liberty Valance is not a film about American heroes but about the country itself. Ford brilliantly captures this through the personas of its two leading actors that were cultivated over the preceding decades. He’s self-critical of both his own legacy as a film-maker and the country that he helped mythologize. If The Great Gatsby is the great American novel, then this is the great American film.

Since the 1930s, Stewart always represented the good-natured raconteur who stood up against corporations and bullies. He was not an intimidating figure but always prevailed against injustice and rarely relied on violence as his key method to victory. “No one fights my battles,” Stoddard exclaims angrily to Doniphon. He never wants to use violence as the method to take down Valance (“I don’t want to kill him; I want to put him in jail”). Even when he played darker roles like in Vertigo, Stewart was always intensely likable. However, Ford is critical about whether such a law-abiding citizen can really succeed in America. By the end, Stoddard still detests violence, but to achieve liberty, he must shoot Liberty. In America, violence will always take precedence over language. “What’s reading and writing ever done you,” Hailey exclaims to Stoddard.

Conversely, Wayne’s persona consisted of action, often involving the draw of a pistol to solve his problems. Though he spoke with a long drawl, his words were as violent as the bullets he fired. Ultimately, America is a country built on violence, and thus to preserve its ideology, a bullet will always change more than words. But violence comes at a cost. And Doniphon, who once favoured brute ferocity is condemned to the consequences of using it.

Melancholic and downbeat, there is nothing glamorised about the west here. Ford’s breakthrough western Stagecoach showcased the chaotically brutal but equally adventurous side of the west. In Liberty Valance, the older Stoddard sees the stagecoach that first brought him to Shinbone, now reduced to a dusty, broken-down relic of the past. Like Stoddard, Ford’s own Stagecoach brought him to the forefront as America’s premier film-maker. With the New Hollywood movement a few years away, it is as if Ford foresees himself as an obsolete artefact.

Despite the polarizing racial politics of his filmography, one of the most poignant moments features Stewart teaching the illiterate townsfolk how to read and write. Wayne’s African American sidekick, Pompey (Woody Strode), is asked to recite the American constitution from memory but forgets the sentence that “all men are created equal”. Stewart replies: “That’s quite all right Pompey, a lot of people forget that part of it.” Sixty years on, people still seem to forget that part.

As always, Ford brings his signature visual poetry to every frame. Doniphon is often framed in shadow to reflect his own personal, violent philosophy creeping into Stoddard’s psyche. And a shot of a cactus rose placed on a coffin is the greatest representation of unfulfilled love in film history.

It’s a movie not driven by heroism but by regret at the choices and lies that were made in making America’s foundation. Wayne’s last scene is not a triumphant, gallant ride into the sunset, but bitterness and sadness at losing the woman he loved to Stewart. American masculinity never looked more defeated. And Stoddard is no Mr Smith Goes to Washington. Though he has brought statehood to Shinbone, he has done it through a method that goes against his personal convictions (“Isn’t it enough to kill a man without trying to build a life on it?”).

Though not Ford’s last western, it serves as his own eulogy to the genre he helped shape. Wayne’s own legacy as an icon of radical conservative politics meant the director’s work was frequently interpreted as being intertwined with them. By burying his famous leading man, Ford has put an end to the mythic John Wayne character that was introduced in Stagecoach. After 50 years of making westerns, maybe he felt the legend was no longer worth printing.

 

 

 

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