El hombre que sembró la desgracia de Gilda
Se llamaba Margarita Carmen Cansino, Rita Hayworth, fue maltratada por los hombres. El primero fue su padre, un ‘trepa’ sevillano que abusó sexualmente de ella cuando era niña y marcó su amarga vida sentimental.
Era una mujer tímida que había aprendido a practicar la resistencia pasiva ante su padre, que abusó de ella cuando era pequeña y la torturó para convertirla en una artista. No tuvo suerte con los hombres. Todos los que la rodearon se portaron mal con ella. Es cierto que su primer marido, Edward Judson, la ayudó a cambiar su imagen, pero también la incitó a acostarse con cualquiera que pudiera dar un empujón a su carrera como actriz.
Su padre la animó a que fuera complaciente con los productores. Solo era una niña
«Me casé con Edward por amor y él conmigo para hacer una inversión. Se puso al mando desde el principio y durante cinco años me trató como si yo no tuviera cerebro ni alma propios», confesó Rita Hayworth años después. Por lo que se refiere a su matrimonio con su segundo marido, el cineasta Orson Welles, Rita aseguró que estaba cansada de ser una esposa al 25 por ciento. «Me dejaba sola noche tras noche. Era imposible vivir con un genio. Le interesaba todo sobre sí mismo y nada sobre su mujer».
Una vez libre de Welles, la actriz conoció al príncipe Alí Khan, con el que se casó el 27 de mayo de 1949 en una ceremonia celebrada en Vallauris, en la Costa Azul francesa, cerca de Mónaco, y a la que asistieron grandes estrellas de Hollywood, un puñado de príncipes, un emir y un maharajá. El escenario de la boda fue cualquier cosa menos discreto. Junto con los cientos de regalos que había recibido la pareja, la decoración incluía treinta mil rosas y una piscina con mil litros de agua de colonia.
Las revistas, los noticiarios de cine y las emisoras de radio se dieron cita en la Costa Azul para cubrir el enlace. Nadie quería perder detalle de la boda del año. Una hermosa joven nacida en un humilde hogar neoyorquino contraía matrimonio con el hijo del Aga Khan III, un hombre riquísimo y líder religioso de los ismaelitas, cuyos fieles -unos 15 millones repartidos en todo el mundo- le habían regalado su peso en oro y joyas.
La que había alcanzado la categoría de la más bella sex symbol de los años cuarenta dejó a un lado los aspectos más negativos que presentaba su relación con Alí Khan, como su animadversión a los ismaelitas que acudieron a su boda y la trataban como una diosa postrándose a sus pies o el escándalo que había acompañado su noviazgo, cuando el príncipe estaba aún casado con Barbara Yarde-Buller.
Rita pensó que su vida se iba a estabilizar emocionalmente al emparejarse con su principesco marido, con el que tuvo una hija, la princesa Yasmín. Ya no tendría que volver a trabajar en un mundillo profesional que nunca le había interesado. Pero las cosas se torcieron. Al igual que Orson Welles, su príncipe azul era un empedernido mujeriego que la abandonaba en casa para lanzarse a nuevas conquistas, lo que a la postre arruinó su tercer matrimonio. La habían vuelto a engañar, se encontraba sola y se vio obligada a regresar a los odiados platós de Hollywood.
Incesto y tiranía
En realidad, Rita se llamaba Margarita Carmen Cansino y nació en Nueva York el 17 de octubre de 1918, hace ahora poco más de un siglo. Su padre, el bailarín Eduardo Cansino, miembro de una estirpe de artistas sefardíes natural de Castilleja de la Cuesta (Sevilla), mantuvo una relación incestuosa con ella cuando era prácticamente una niña. Por si fuera poco, el tiránico padre le impuso tediosas clases de danza para convertirla en una artista, aunque ella siempre confesó que aborrecía el mundo del espectáculo.
Después de triunfar en Nueva York, la familia Cansino se trasladó a California para probar suerte en el cine, una aventura que fracasó al coincidir con el crack de la Bolsa de 1929 y la Gran Depresión. Fue entonces cuando Eduardo obligó a su hija de trece años a actuar con él en un espectáculo de baile y le prohibió que lo llamara ‘padre’ en público, por lo que todo el mundo pensaba que eran pareja. Ella odiaba ese estilo de vida, pero no tuvo el coraje suficiente para decírselo a su progenitor.
Solían actuar en locales de Tijuana (México) a los que acudían productores de cine, los únicos con los que el padre permitía salir a su jovencísima hija. Pensaba que si Rita era complaciente con ellos tendría más posibilidades de llegar a Hollywood. Finalmente, un alto directivo de la Twentieth Century Fox reparó en la bellísima joven y la fichó para la productora, cuyo máximo responsable -el todopoderoso Darryl F. Zanuck- intentó ejercer su derecho de pernada, a lo que ella se negó, razón por la que fue despedida.
Poco tiempo después, Rita Hayworth se casó con Edward Judson, un personaje habitual de la vida nocturna de Los Ángeles que le doblaba la edad. Los contactos de su marido en el mundo del cine le abrieron las puertas de la productora Columbia, donde se convirtió en su estrella más cotizada. Su principal directivo era el mezquino Harry Cohn, que podría ser considerado el Harvey Weinstein de aquellos años.
Judson convirtió a Margarita en Rita: le depilaron la frente, le tiñeron el pelo y le cambiaron el nombre. Ya transformada, la fichó Columbia
Además de un déspota, era un acosador que vetaba a las jóvenes actrices que se negaban a mantener relaciones sexuales con él, una amenaza que no le funcionó con Rita, que nunca accedió a sus requerimientos amorosos. Si Cohn no la despidió fue porque era demasiado valiosa para la compañía, tal y como confirmó el cantante Frank Sinatra en los años cuarenta. «Rita Hayworth es la Columbia».
Mientras se defendía del acoso de Harry Cohn, la diva dejó en manos de su marido la tarea de su transformación en una diosa de la gran pantalla. Fue Judson quien compraba y elegía su ropa, quien la movió por los locales de moda de la ciudad, quien hizo que se tiñera su melena castaña de pelirrojo y quien la convenció para aplicarse electrodepilación en la frente con el fin de despejarla y adoptar un nuevo peinado. Su marido también cambió el apellido hispano del padre de su mujer, Cansino, por el de su madre, de origen irlandés, Haworth, al que añadió una ‘y’.
‘Striptease’
Con su nueva imagen, la actriz interpretó a la doña Sol de Sangre y arena, una película que se basaba en la novela de Vicente Blasco Ibáñez. Sus papeles en otros filmes, como Solo los ángeles tienen alas (1939), de Howard Hawks; Las modelos, de Charles Vidor; o Desde aquel beso (1941), un musical que protagonizó con Fred Astaire, la catapultaron a la fama. Sus fotos acompañaron a las tropas estadounidenses en todos los frentes durante la Segunda Guerra Mundial.
“Los hombres que conozco se acuestan con Gilda, pero se levantan conmigo”, lamentó
Alcanzó la categoría de mito erótico en 1946 con el estreno de la película Gilda, en la que interpretaba la canción Put the blame on Mame mientras se quitaba lentamente uno de sus guantes, lo que los espectadores españoles de la época entendieron erróneamente como el inicio de un striptease integral cuyas escenas más picantes habían sido suprimidas por la censura franquista.
Su estreno en 1946 fue un escándalo en todo el mundo e hizo inmensamente famosa a Rita Hayworth, hasta el punto de que su imagen fue utilizada en la carcasa de acero de una bomba nuclear experimental que los estadounidenses hicieron estallar en las islas Bikini ese mismo año, una frivolidad que molestó profundamente a la actriz, ya que se consideraba una pacifista. A partir de entonces, Rita se convirtió en la ‘diosa del amor’.
Tres años antes del estreno de esta película se casó con el cineasta Orson Welles, al que confió sus secretos más inconfesables, entre otros, que su padre había abusado de ella. Sus colegas de Hollywood apodaron a la pareja como ‘la bella y el cerebro’, lo que debió de molestar a la diva, cuya preparación académica era nula. Al poco tiempo tuvieron una hija, Rebecca, a la que Welles nunca prestó gran atención, lo que enrareció la relación.
Las continuas infidelidades de Welles terminaron de dar la puntilla al matrimonio, que apenas duró un lustro. Fue entonces cuando la prensa publicó una frase suya que se haría célebre: «Todos los hombres que conozco se acuestan con Gilda, pero se levantan conmigo».
Antes de separarse de Rita, Welles rodó con ella una de sus películas más legendarias, La dama de Shanghái, en la que el cineasta la mostró como una arpía teñida de rubio platino que moría al final del filme, lo que no gustó nada a su público.
Amores españoles
Tras fracasar con sus tres primeros maridos, Rita Hayworth entró en una etapa muy gris de su vida, que incluyó dos matrimonios más que también fracasaron estrepitosamente. Rita se refugió en relaciones esporádicas con algunos amantes, como el conde de Villapadierna, pionero de la hípica y del automovilismo en España y un galán de fama internacional. Algunos cronistas de la época la relacionaron con el jugador de fútbol del Real Madrid Paco Gento. También era español uno de sus parientes, Rafael Cansinos Assens, un escritor laureado por Borges que nada quería saber de su famosa allegada.
Poco a poco, la legendaria actriz comenzó a eclipsarse: «Nada salía nunca como quería», confesó Rita.
Tuvo una relación esporádica con el conde de Villapadierna y, se rumorea, también con Paco Gento
«Lo único que deseaba es lo que todos buscan en el fondo; en fin, que me quieran». En 1976, la prensa publicó una patética foto suya tomada en Londres en la que aparecía con la mirada perdida y muy envejecida. Dado que su madre, Volga Haworth, había muerto por su profundo alcoholismo, sus admiradores y la prensa dieron por sentado que ella había caído en la misma trampa.
Y no andaban descaminados. «Nunca fui una habitual de la bebida, ni siquiera me gustaba el whisky o el coñac, pero poco a poco le cogí el gusto a todo y acabé alcoholizada, hecha una piltrafa. ¡Qué pena!», reconoció. Pero su desastrada imagen también era producto del alzhéimer, una enfermedad degenerativa que la apartó del mundo. En febrero de 1987, la ‘diosa del amor’ falleció en Manhattan. Sus rendidos admiradores cayeron en una profunda melancolía. Gilda se había ido para siempre.
PARA SABER MÁS
Si aquello fue felicidad. La vida de Rita Hayworth. Bárbara Leaming. Editorial Tusquets.
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