El humor en tiempos difíciles
Resulta difícil creer que Los viajes de Sullivan fue realizada hace ochenta años. Sigue siendo tan brillante, divertida e ingeniosa, que da la impresión de que se hubiese acabado de rodar
Días atrás y como tengo por costumbre, tras cenar me dispuse a ver alguna película y recorrí los canales para ver qué opciones había esa noche. En uno de ellos acababa de empezar un filme que había visto ya más de una vez, pero que es una de esas obras que en cada visionado revalida su condición de clásico. Así que no lo dudé ni un instante y me senté a disfrutar nuevamente Los viajes de Sullivan. Y vaya si la disfruté.
Resulta difícil creer que fue realizada hace la friolera de ochenta años. Sigue siendo tan brillante, divertida e ingeniosa, que da la impresión de que se hubiese acabado de rodar. Es considerada la cinta más personal de Preston Sturges (Chicago, 1898-Nueva York, 1959), y muchos la califican como su obra maestra. Muestra en su mejor momento a quien fue el talento más brillante e innovador de la comedia norteamericana de la década de los 40. Con él, ese género que se hallaba en plena madurez recibió un baño de humor ácido, cínico y provocador que le cambió el rostro.
Nadie escribía diálogos como Sturges, quien además era un maestro en el manejo del ritmo. Entre 1940 y 1944, desarrolló una actividad frenética y escribió y dirigió ocho títulos que son verdaderos prodigios de imaginación y comicidad: El gran McGinty (The Great McGinty, 1940), Navidades en julio (Christmas in July, 1940), Las tres noches de Eva (The Lady Eve, 1941), Los viajes de Sullivan (Sullivan’s Travels, 1941) Un marido rico (The Palm Beach Story, 1942), El milagro de Morgan Creek (The Miracle of Morgan’s Creek, 1943), Salve, héroe victorioso (Hail the Conquering Hero, 1944) y El gran momento (The Great Moment, 1944). Acerca de ellos, el crítico español Ángel Fernández-Santos comentó que constituyen “auténticas maquinarias de precisión, llenas de riqueza, ingenio, gracia, inteligencia y poder transgresor. Ningún aficionado al cine debe desconocerlas”.
Sturges consiguió dar el paso a la dirección gracias a su exitosa trayectoria como guionista, profesión en la cual se había hecho de un nombre. En una etapa en la cual quienes escribían para el cine eran casi anónimos, laboraban en oficinas mal ventiladas y compartidas y estaban mal pagados, Sturges era uno de los más conocidos y el mejor remunerado. William Wyler, James Whales, Howard Hawks, Frank Tashlin, Rouben Mamoulian y Mitchell Leisen fueron algunos de los directores que llevaron a la pantalla sus historias. Pero tras diez años de realizar esa labor, se sentía insatisfecho y defraudado por el modo como esos cineastas trataban sus diálogos. Para convencer a los ejecutivos de la Paramount de que le permitiesen dirigir El gran McGinty, les vendió los derechos por un dólar. El filme se ambienta en los años 30 durante la Gran Depresión y narra en clave de sátira política la historia de un vagabundo sin escrúpulos que asciende vertiginosamente con el apoyo de un gánster. Tuvo buena acogida y recibió el Oscar al mejor guion original. Un hecho a destacar es que era la primera vez que ese galardón se concedía a una comedia.
Eso convirtió a Sturges en el primer cineasta que dirigió sus propios guiones, algo que hasta entonces nunca había ocurrido. En ese sentido, fue un adelantado, un visionario, y abrió un camino que después otros siguieron. Su ejemplo animó a John Huston a rodar en 1941 su adaptación de la novela de Dashiell Hammett El halcón maltés. A este su sumaron posteriormente, entre otros, Billy Wilder, Samuel Fuller, Joseph Mankiewicz, Delmer Davis, Blake Edwards y Nunnally Johnson.
Los viajes de Sullivan fue la cuarta película que Sturges dirigió. Su título remite a Los viajes de Gulliver, y como en la novela de Daniel de Foe los periplos que se cuentan son cuatro. Asimismo, y al igual que Gulliver, el protagonista del filme se embarca en una travesía que tiene mucho de autodescubrimiento. En su autobiografía, en la cual estaba trabajando cuando repentinamente falleció en el cuarto de un hotel, el cineasta escribió a propósito de la génesis de su cinta: “Después de ver un par de películas de mis colegas directores de comedias que parecían haber abandonado la diversión por el mensaje, escribí Los viajes de Sullivan para satisfacer mi deseo de decirles que se estaban poniendo un poco profundos, que dejaran los sermones para los predicadores”.
El protagonista es John L. Sullivan, un director de cine que ha tenido mucho éxito filmando comedias frívolas que llevan títulos como So Long Sarong, Hey-Hey in the Hay y Ants in your Pants of 1939. En lo más alto de su carrera, decide darle un giro y rodar una película de carácter social sobre la pobreza. Quiere llevar a la pantalla la novela Oh, Brother, Where art Thou?, para plasmar “un lienzo auténtico del sufrimiento de la humanidad”. Pero es una realidad que no conoce y por eso necesita documentarse. Y tras algunas discusiones, logra convencer a los ejecutivos del estudio para que le permitan recorrer el país disfrazado de vagabundo.
Al inicio de ese viaje insólito y quijotesco en el cual se embarca, lleva detrás la maquinaria publicitaria del estudio. En un autobús que es una suerte de “yate de tierra”, viajan los asistentes y lacayos. Su intento de escapar de ellos da lugar a una hilarante secuencia que parece sacada de una película cómica muda de los años 20. En su periplo trabaja como peón para una viuda que espera de él algo más que le corte leña y conoce a una aspirante a actriz que, entusiasmada con su proyecto, decide acompañarlo en las varias aventuras que vivirá. Durante toda la primera mitad del metraje, las andanzas de Sullivan siempre terminan llevándolo de vuelta a Hollywood.
Esa cadena de sucesos ingeniosamente ideada cambia de registro, cuando los azares y trucos del destino lo llevan a enfrentarse a verdaderos problemas. Acerca de ello, Sturges comentó: “Cuando empecé a escribir la película no tenía idea de lo que Sullivan iba a descubrir. Poco a poco le fui quitando todo —salud, fortuna, nombre, orgullo y libertad. Cuando llegué hasta allá encontré que todavía le quedaba una cosa: la capacidad de reír. Así que, siendo un proveedor de risas, recuperó la dignidad de su profesión y volvió a Hollywood a hacer reír”. Los lazos del personaje con el mundo de riqueza y seguridad que hasta entonces conoció se cortan. Choca frontal y violentamente con la realidad de la Gran Depresión y desciende de la comedia al drama.
Hacer reír tiene mucho mérito
Hay una antológica secuencia que tiene lugar en una parroquia. Un grupo de presos, entre los cuales está Sullivan, son acogidos en ese recinto religioso para asistir junto a los feligreses a una proyección de cine. Se apagan las luces y en la improvisada pantalla comienza un corto de Walt Disney. Los asistentes disfrutan y ríen a carcajadas con las correrías de Mickey Mouse y el perro Pluto. Allí Sullivan descubre el poder balsámico del humor y aprende que en tiempos tan duros la gente valora más la comedia que el realismo social. Comprende así el inmenso valor de su trabajo e inspirado por esa experiencia vuelve alegre y un poco más sabio a Hollywood, decidido a filmar una comedia. “Hacer reír tiene mucho mérito. ¿Sabíais que la risa es lo único que tiene mucha gente? Es poco, pero es mejor que nada en este mundo de locos”, les dice a los estupefactos productores.
Con esa secuencia, uno de los homenajes más hermosos a la comedia cinematográfica que se han hecho, Sturges reivindica un género que muchos subvaloran y estiman menor, y que es tan válido como cualquier otro. Eso se hace evidente en las palabras que aparecen antes de se inicie la película: “Esta película está afectuosamente dedicada a la memoria de aquellos que nos hicieron reír: los abigarrados saltimbanquis, los payasos, los bufones en todos los tiempos y en todas las naciones, cuyos esfuerzos han aliviado un poco nuestra carga”.
En cierto modo, Sullivan es alter ego del cineasta, por lo cual el filme ha sido llamado su Ocho y medio. Sturges demuestra que las comedias también pueden hacernos pensar e introduce una sutil y aguda reflexión sobre la propia condición del cine y sobre la incidencia de este en la realidad cotidiana. También retrata con mordacidad el establishment hollywoodense, sobre el cual lanza una mirada crítica y atrevidamente desvergonzada. Se burla además de las cintas “con mensaje” y satiriza a los directores de comedias como Frank Capra y King Vidor, que repentinamente adquirieron conciencia social.
Sturges criticaba a quienes convertían el cine para predicar, pero eso no significaba que lo vaciara de contenido. Defendía un cine social realizado sin solemnidad, y por eso las suyas son comedias que se toman totalmente en serio. Su propio debut como director fue una explosiva sátira de la corrupción política, del mismo modo que Salve, héroe victoriosolo es del heroísmo militar. En Los viajes de Sullivan, denuncia la situación vivida por la mayor parte por los norteamericanos durante la Gran Depresión. En la secuencia de la barriada que acoge a los indigentes, la pobreza aparece mostrada sin caricaturizarla. Sturges se preocupa de dar un tratamiento respetuoso a las imágenes que recrean esa dura realidad. Por eso rescinde de diálogos y únicamente incorpora un acompañamiento musical.
Para muchos, Los viajes de Sullivan es la obra más perfecta de Sturges. Es ingeniosa, divertida, inteligente y como casi todo lo que salió de sus manos, posee unos diálogos brillantes y unas réplicas afiladas. Pero Sturges no solo se destaca en su faceta de guionista. El filme está dirigido con tanta ligereza como seguridad, y su comicidad descansa igualmente en escenas de humor físico. El cineasta demuestra también ser un maestro en el uso del montaje y alcanza logrados momentos de finura puramente visual.
Se cuenta que cuando se hallaba haciendo el montaje del filme, Sturges se encontró en el estudio con su admirado Ernst Lubitsch. Este se interesó por saber cómo era su nuevo proyecto, y su colega le contestó: “Diferente. Es una combinación de comedia inteligente, slapstick y drama serio con un mensaje. Si no cuaja correctamente, probablemente va a ser un gran fracaso”. En efecto, en Los viajes de Sullivan su creador mezcla con gran habilidad géneros tan distintos como la comedia, el drama social, la road movie, las películas románticas y las de aventuras. Y lo más importante, consigue que se integren coherentemente.
Joel McCrea y Virginia Lake integran una pareja que funciona de maravilla. A pesar de que era su primera colaboración, Sturges escribió el personaje de Sullivan para McCrea. El actor le agradeció por su confianza y por tratarlo como una estrella. Volvieron a trabajar juntos en otras dos cintas. Para el personaje de la chica, cuyo nombre nunca se dice, el cineasta, por el contrario, pensó originalmente el Barbara Stanwyck, mientras que el estudio sugirió los nombres de Ida Lupino, Lucille Ball, Frances Farmer y Ruby Keeler. Veronica Lake supo aprovechar aquella oportunidad y Los viajes de Sullivan la catapultó al estrellato. Hay que decir que, aparte de ellos dos, el resto del elenco está muy bien, pues los guiones de Sturges se distinguían por la riqueza de sus personajes secundarios.
En 2007, el American Film Institute seleccionó los mejores filmes de todos los tiempos. En esa lista, Los viajes de Sullivan ocupa el puesto 61. Junto a las cintas que Sturges realizó en la primera mitad de los 40, lo situaron como un cineasta cuya obra está a la altura de las de Lubitsch y Wilder. Es admirado por directores como los hermanos Coen, quienes en Oh, Brother, Where art Thou? le rindieron homenaje.