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El lado nada romántico de Bécquer

De él ha trascendido la imagen de poeta enamorado, pobre, soñador y angelical, el arquetipo del Romanticismo. Y, sin embargo, se codeó con el poder, fue un periodista influyente, incluso censor de novelas. En el 150 aniversario de su muerte desvelamos la otra cara de un escritor que fue mucho más que ‘el poeta de las golondrinas’.

 

Cuentan que la vio asomada en un balcón y quedó prendado, como atravesado por un rayo. Lo cuentan, pero no fue así. A Julia Espín la conoció en casa del compositor de zarzuelas y director de los Coros del Teatro Real, Joaquín Espín, personaje muy bien relacionado de la vida cultural madrileña.

A las tertulias de su casa acudían músicos, autores de libretos y periodistas, como el joven Gustavo Adolfo Bécquer. En aquel salón conoció a Julia, que después fue soprano y cantó en la Scala de Milán. Y se enamoró de ella. Se cree que Julia es la dueña de la pupila azul del poema «¿Qué es poesía?, dices mientras clavas/ en mi pupila tu pupila azul;/ ¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?/ Poesía… eres tú».

Lo del balcón se dijo porque esa escena de la mujer desconocida y arrebatadora entrevista a lo lejos es muy romántica. Y Bécquer es la imagen, el arquetipo, del escritor del Romanticismo en España: enamoradizo, poeta, bohemio, sin dinero, y con un destino trágico, muerto muy joven. En todo eso hay verdades y mentiras.

 

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Julia Espín fue su gran amor. La conoció en casa de su padre, sede de tertulias culturales. Se cree que la Rima en la que Bécquer dice «poesía eres tú», está dedicada a ella. 

 

Joan Estruch Tobella, filólogo, historiador y experto becqueriano, es uno de los que desmitifica ese retrato del poeta como perfecto modelo romántico. Ha prevalecido una imagen de Bécquer que personifica «todos los tópicos del sentimentalismo casero del que él mismo se había burlado», dice. La imagen bohemia de sufridor enamorado, de soñador angelical, la propiciaron los amigos de Bécquer tras su muerte, en 1870, hace ahora 150 años. Falleció joven -tenía 34 años-, pero no de tuberculosis, como se ha dicho -quizá porque es la enfermedad del Romanticismo-, sino de pulmonía.

Sus amigos al rescate

Al regresar de su entierro, sus amigos se reunieron en casa del pintor José Casado del Alisal y organizaron una colecta para publicar su obra completa (Rimas, Leyendas, artículos…) y que lo recaudado fuera para la viuda de Bécquer, Casta Esteban, y sus tres hijos, Gregorio Gustavo Adolfo, Jorge y Emilio Eusebio.

 

 

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Hasta entonces Bécquer había publicado en los periódicos apenas 15 de sus 76 Rimas, poemas sobre la creación poética, el amor y la muerte, que contienen célebres versos («yo soy ardiente, yo soy morena, yo soy el símbolo de la pasión…» y tantos otros) dedicados a mujeres idealizadas, inexistentes, y a dos reales: Julia Espín y Casta, su esposa, con la que vivió un matrimonio tortuoso. Acabaron separados y se rumoreó que el hijo pequeño no era de Bécquer, aunque él lo reconoció… El poeta del amor no tuvo una feliz vida sentimental.

 

Cuando Gustavo Adolfo murió, sus amigos hicieron una recolecta para publicar su obra. Fue un éxito: hasta el rey Amadeo I puso dinero

Las Rimas, que son de los poemas más conocidos y recitados por los españoles, las desordenaron los amigos de Bécquer y eso despista a muchos lectores, que creen que los poemas siguen el orden biográfico de su autor. Si se piensa así no se entienden los vaivenes emocionales del poeta, que tan pronto se ilusiona porque «hoy la he visto… la he visto y me ha mirado…/ ¡hoy creo en Dios!», como se lamenta de que «mi vida es un erial,/ flor que toco se deshoja…».

Sus amigos desordenaron sus versos, sí, pero impulsaron la fama de Bécquer. El rey, Amadeo I, encabezó la lista de suscriptores de esa publicación póstuma con una generosa aportación de mil reales. La edición fue un éxito. «Galdós, entonces periodista en Madrid, fue de los primeros en reseñar la obra», dice Jesús Rubio Jiménez, catedrádico de Filología Española de la Universidad de Zaragoza y experto becqueriano.

En el prólogo de aquellas Obras, que salieron en 1871, Ramón Rodríguez Correa dibujó el retrato romántico de Bécquer que ha pervivido en el imaginario español. Joan Estruch Tobella asegura que ese prólogo ocultó la militancia política de Bécquer (ferviente conservador) o su profesionalidad como periodista. Afirma este experto que el escritor sevillano era un periodista disciplinado aunque esa imagen casi de oficinista con visera y manguitos no es tan romántica como la del poeta empobrecido en una buhardilla. «Bécquer no fue un autor marginal. No fue tampoco despreciado o incomprendido por sus coetáneos, sino admitido en los ambientes literarios y en las esferas del poder», dice Estruch Tobella.

 

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Bécquer murió de pulmonía en Madrid a los 34 años. Fallecer tan joven alimentó su leyenda romántica.

 

Gustavo Adolfo Bécquer era romántico, pero no tanto. Es el poeta de las golondrinas («Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar…», así comienza una de sus Rimas más célebres), pero también fue un ácido comentarista político, ensayista y un autor satírico. Incluso tuvo una veta surrealista. En los álbumes de Julia Espín -de la que estuvo enamorado, pero no se sabe a ciencia cierta si fue correspondido- se han encontrado unos ‘dibujos bizarros’ (así los definen los expertos) realizados por Bécquer en los que figuran esqueletos jugando al tenis con una calavera como pelota. La muerte y la fatalidad son temas muy del Romanticismo, pero esos dibujos tan grotescos resultan chocantes.

Bécquer nació en Sevilla en 1836, en plena época Romántica. Era hijo de Joaquín Domínguez, un pintor costumbrista de cierto éxito. Bécquer era su quinto apellido y procede de un antepasado flamenco que se instaló en Sevilla en el siglo XVI. Gustavo Adolfo se crio en una familia numerosa interesada en la pintura, la música y la literatura. Pero la tragedia llegó pronto: cuando tenía cinco años murió su padre; a los 11 perdió también a su madre y los ocho huérfanos quedaron al cuidado de distintos familiares.

 

 

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Valeriano Bécquer, que era pintor, acompañó a Gustavo Adolfo casi toda su vida. Juntos firmaron algunos atrevimientos satíricos

 

A los 18 años se va a Madrid. Es un joven letraherido lleno de proyectos que llega a la capital con «ojos de aturdido idealista provinciano», según la catedrática de Literatura Española Ángeles Cardona. En Madrid están las tertulias y cafés; nuevas publicaciones inundan los quioscos: hay una incipiente industria cultural en la que Gustavo Adolfo y su inseparable hermano Valeriano, que es pintor, quieren participar.

 

Bécquer era, en realidad, un periodista disciplinado y conservador. Pero la imagen de oficinista con manguitos no encaja con el ideal de poeta romántico

 

Los hermanos Bécquer se adentran en las tertulias donde burgueses y aristócratas hablan del ferrocarril, mientras se suceden las huelgas en Barcelona, y se expanden la miseria en los barrios bajos y los levantamientos campesinos. En los salones madrileños Gustavo Adolfo conoce a Augusto Ferrán Forniés, traductor, que lo introduce en la poesía de Heinrich Heine y Lord Byron, ‘padres’ del Romanticismo. Así, el joven Bécquer añade a sus cimientos clasicistas y costumbristas sevillanos los amores imposibles, la fugacidad de lo humano, los paraísos perdidos, la fuerza del destino… los ingredientes románticos canónicos.

Los hermanos Bécquer se abren paso en la bohemia madrileña. Hacen contactos importantes. Gustavo Adolfo intima con Luis González Bravo (luego ministro y presidente del Gobierno) y este le abre muchas puertas. El escritor consigue emprender el proyecto enciclopédico de escribir una Historia de los templos de España (que no pudo terminar) y comienza a escribir en periódicos. La de periodista es una faceta crucial en Bécquer: le dio de comer. Fue director de El Contemporáneo, del experimento satírico Doña Manuela; del semanario La Ilustración de Madrid; de la revista teatral El entreacto, y escribió en La ÉpocaEl Museo Universal

También le tiró la política. Se pronunció, se enzarzó en rifirrafes… Incluso tuvo un cargo, censor de novelas. Se lo proporcionó su amigo González Bravo. Como era habitual en aquellos tiempos de bailes de gobiernos y cesantías lo fue, lo dejó de ser y lo volvió a ser.

 

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Estos dibujos grotescos realizados por Bécquer se encontraron en los álbumes de Julia Espín. El poeta tenía formación en pintura y en música.

 

¿Fueron él y Valeriano los autores de Los Borbones en pelota, las escandalosas acuarelas que mostraban a la reina Isabel II en plenas orgías sexuales? Que estuvieran firmadas con el seudónimo Sem ha hecho pensar que fueron ellos porque así firmaron varios atrevimientos satíricos, pero Julio Rubio Jiménez descarta su autoría en estas láminas procaces.

Se ha atribuido a los hermanos Bécquer la autoría de ‘Los Borbones en pelota’, unas acuarelas pornográficas que mostraban a la reina Isabel II en orgías

 

Bécquer fue un hombre trabajador. Además de los textos periodísticos (sobre espectáculos y variedades, reseñas, artículos…), ejerció la crítica (Cartas literarias a una mujer) y fue autor de teatro y de libretos de zarzuela (en colaboración con otros) y de reflexiones de lo más variadas (Cartas desde mi celda).

El secreto de su éxito

Bécquer fue un rezagado del Romanticismo, como Rosalía de Castro. Fue coetáneo de Campoamor o Espronceda y de autores realistas como José María de Pereda o Juan Valera. Su literatura triunfó en pleno apogeo del realismo: hasta 1907 se publicaron seis ediciones de sus obras completas y las alabaron Galdós y Emilia Pardo Bazán.

 

 

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En Madrid conoció la obra de Heine y Lord Byron y se interesó (también en sus dibujos) por sus temas: la fatalidad, la muerte…

 

¿Por qué es uno de los poetas españoles más conocidos? Según Luis Cernuda, porque creó «una nueva tradición». Según Ángeles Cardona, porque logra una peculiar fusión entre el lied alemán y el folclore andaluz. Hay en sus poemas resonancias de seguiriyas, soleás y coplas. Y en ellos se anuncian -dice esta catedrática- «los ecos doloridos de Antonio Machado y el color y la gracia de Juan Ramón Jiménez». A Bécquer le habría encantado el comentario porque la poesía era uno de los ejes de su vida: «Podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía», escribió.

 

 

 

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