El libro, la lectura y el exocerebro
Pese a que se trata de una realidad palmaria, la reflexión y la crítica de los nuevos soportes de lectura –en toda América Latina– sigue las rutas que animan nuestras democracias: entre la pobreza y la precariedad, poco se repara fuera del ámbito anglosajón sobre las transformaciones de los libros y el acto de la lectura como los conocemos. Por ello, la publicación reciente del opúsculoDigitalizados y apantallados por parte del antropólogo mexicano Roger Bartra en un formato digital (EnDebate, sección de la editorial Debate, especializada en textos breves y digitales a precios accesibles) exige un comentario al respecto, puesto que se trata de la publicación de la conferencia inaugural del III Simposio del libro electrónico, celebrado en septiembre del año pasado, y que por primera vez contó con la mayoría de las mesas en castellano.
Para Bartra, que se ubica en el polo opuesto a los apocalípticos que ven en la tecnología la muerte definitiva del libro, los soportes digitales –como los mismos libros– funcionan como “prótesis para apoyar y expandir las limitaciones de nuestra capacidad natural de almacenar información dentro de la cabeza.” En ese sentido, propone una noción interesante: “el cerebro humano se encuentra enlazado irremediablemente a una red simbólica y cultural sin la cual es incapaz de funcionar normalmente.” A esos conjuntos de prótesis que complementan lo que el cerebro solo no puede realizar, él las denomina exocerebro: entre ellas, el habla sería su parte más evidente y primigenia.
Olvidamos con frecuencia que el misterioso acto de leer –derivado del acto de mirar– esencialmente es una técnica. El cuerpo humano, a la manera de un tejido, comporta una escritura que subyace al sentido, especie de pre-semiótica inherente a todo lo que existe. Ver las líneas de una mano nos provee la certeza de que vivir es una condena dichosa y permanente a la lectura: todo en esta vida es un ejercicio de interpretación.
En ese sentido la elaboración de soportes para la memoria ha sido no solo una extensión del cuerpo sino sobre todo la instauración de una morada: al ser portales a otros portales que revelan mundos, las palabras demandan cierto arraigo domiciliario, un territorio –llámese tableta, papiro, libro o biblioteca– que los provea de una guarida para no disiparse entre la niebla, como los fantasmas que convocan. Por ello el cambio de la manera en que leemos y sobre los materiales en los que leemos “tiene repercusiones en toda la cadena exocerebral, lo mismo que en los circuitos neuronales del sistema nervioso central. No estamos, pues, ante un problema técnico en los medios de comunicación, sino ante un asunto de gran envergadura que conecta las redes neuronales más íntimas y profundas del universo que nos rodea”.
Uno de los análisis más profundos y sostenidos es el que ha realizado el historiador y director de la Biblioteca de la Universidad de Harvard Robert Darnton, quien ha dedicado parte de sus estudios al destino del libro (específicamente en su obra, The case for Books). Para él, toda reflexión sobre el futuro de los libros debe abrevar en el pasado, puesto que los cambios inmediatos, si bien extraordinarios en cuanto a materialidad del soporte y en tanto prácticas de lectura, en el fondo no son “tan distintos”, lo que mueve a preguntar, no sin visos epistemológicos, ¿cuál, cómo y dónde acontece exactamente el instante de la lección? y sobre todo ¿qué es lo hace libro a un libro, es más bien el objeto o su contenido? Pareciera que, pese a los avances meteóricos de la técnica, al leer en una pantalla, un teléfono o una tableta no estamos sino repitiendo una de las prácticas humanas más hermosas: iluminar el mundo con el fulgor de la mirada.
Por otro lado, tanto Darnton como Bartra son recelosos al respecto de la preponderancia que se le ha dado a la digitalización de los archivos por sobre las antiguas prácticas bibliotecológicas, olvidando que, al día de hoy, no hay nada más resistente que los libros pergeñados hasta el siglo XIX, por oposición a todos los soportes contemporáneos que tienen vidas útiles muy limitadas y penosas (piénsese en los microfilms, los diskettes, los CD’s, las memorias USB e incluso los libros más recientes) en la medida en que están pensados como insumos tecnológicos descartables y no como soportes a prueba del tiempo: hasta el día de hoy, el libro como objeto sigue siendo insuperable.
Es temprano aún para saber cómo afectara al sistema nervioso central de nuestra cultura la expansión del exocerebro; pero sin lugar a dudas, es posible suscribir el diagnóstico del antropólogo: “la escritura y la lectura han sido como drogas liberadoras a las que se vuelve adicto el cerebro, que modificó su equilibrio homoestático para permitir el funcionamiento de una estructura híbrida que se basa en un sistema de retroalimentación”.
Ya sea en línea o en papel, podemos estar seguros de que todos los temperamentos adictos seguirán expandiendo la conciencia, alimentado a la matrix colectiva y exocerebral.